NADA QUE VER CON LA REALIDAD....CON LA TRISTE REALIDAD

Se quitó las enormes gafas de sol, echó hacía atrás la capucha de la sudadera negra, y arrojó sobre la mesa la bolsa de patatas fritas abierta. De su interior cayeron a la alfombra persa algunas patatas rebeldes. Pero lo que la hizo estremecerse, sentir una aguijón ulcerando su vientre junto a la sensación de un clavo atravesando su enfebrecido cerebro; fue la perversa visión de las bolsitas cerradas a presión que contenían su diario veneno. Asomaban por la boca plateada de la grasienta bolsa como crías de comadreja asomando de la madriguera. La mesa de madera victoriana se hallaba saturada de revistas de música y cotilleos mundanos. En todas las portadas, en menor o mayor espacio, figuraba su rostro contraído por la confusión o la rabia bajo epítetos denigrantes.
Su agente se las enviaba por mensajero urgente en una maniobra de atención al orden. Así como una riada incesante de llamadas al móvil, al teléfono fijo o correos electrónicos que morían sin contestación. Tras cancelar su gira; postergar la grabación de su tercer disco, su agente literalmente se subía por las paredes. Se había enriquecido como un lord pero no tenía límite en su ambición de ganar más y más dinero. A penas le importaba el dolor que pudiera sentir al abrir los sobres conteniendo puñales envenenados escritos en su contra.
¿Es que nadie entendía, simplemente, que no podía más con la farsa? Que no le quedaba ni un ápice del empuje inicial con que sostener al personaje creado para elevarla a la fama. No bastaba con su privilegiada voz, no; tenía que ser una estrella decadente, oscura, sacar rendimiento a sus tatuajes callejeros hechos en garajes entre ensayo y prueba de sonido de equipos alquilados. Tenían que crear un espantapájaros que, además de por su ronca voz, llamara fuertemente la atención de las masas por su vida torturada llena de excesos.
Ella amaba la música, sin ninguna duda, era su vida. Pero no en el contexto de fama y codicia que envolvía todo el negocio de las compañías creadoras de fenómenos cantores que producían dinero a raudales.
También debió ser duro para Billie y Janis. También sucumbieron aplastadas por la pesada pata de elefante de la fama y el frío mercadeo. Fueron heridas por la desalmada soledad tras el eco que se desvanece de los atronadores aplausos.
Con la llegada de la fama y la gloria efímera de tener un rostro conocido mundialmente, la persona se desprende de su alma interior como un boxeador acabado se desprende de su pasada gloria para conseguir combates con que comer y tener un techo que lo cobije en su ruina.
Eso era, la respuesta era un alma pervertida, encanallada, alabada y loada aunque nadará en un piélago nauseabundo de risas fingidas.
Eso era, pensó con determinación, mientras sus huesudas manos en movimiento de aspas de molino desparramaban las revistas ofensivas por la alfombra. Una vez despejado el campo de operaciones, se dedicó a extraer de la bolsa de patatas las bolsas minúsculas y desparramar su contenido por la pulida superficie.
La fama congelaba el alma. Convertía el “soul” en un “blues” de números ascendentes hasta cifras millonarias en ventas, discos de platino u oro que decoraban su vacío.
Desaparecía el lado hermoso de la creación. El despuntar del sol por los bajos de la puerta metálica del local de ensayo lleno de humo, risas, cerveza caliente por alimento y sofás de los contenedores por camas. El arte de crear música en estado puro. Pobres pero llenos de vida.
Colocó los éxtasis rosas en perfecta formación de a dos. A su lado, en una bandejita de plata, realizó la siembra lineal de diez rayas gruesas y granuladas de puro hielo colombiano. Ah, el frío subiendo a su cerebro, que bendición, cómo combatía a su fiebre eterna, arrojándola fuera durante unas horas en que su cerebro navegaba pacificamente como un pesquero entre fiordos nórdicos. La ketamina en su pequeño frasco con gollete de gota a gota parecía un general solitario al frente de un ridículo ejército de soldados formados en líneas blancas y tanques rosados.
Recogió del suelo el mando a distancia y lo dirigió hacia la inmensa televisión de plasma que ocupaba casi toda la pared. Busco el canal de chismorreos sabiendo que su efigie de Cleopatra desastrada y trastabillante salía cada cuarto de hora entre comentarios soeces y difamatorios. Había servido carnaza a los medios en su última actuación; todo un banquete de selecta pantomima ebria para sus detractores y carroñeros enemigos.
Era como si quisiera empuñar con sádica fuerza el martillo que clavaba alfileres en su tafileteado corazón.
Quitó el sonido a la vomitiva pantalla. Y con otro mando más pequeño prendió la cadena de sonido. Billie Holiday, su querida “negra de voz de terciopelo rasgado” surgió envolviendo su estancia vacía y estéril de vida.
Sus huesudos dedos, cual si fueran granos de uva, fueron cogiendo las pastillas rosas y dejándolas caer en su carnosa boca. Al notar el calor del subidón químico, busco el frío alineado en perfecto orden para ser esnifado por su nariz famosa de tucán cantor. Cuando el frío abarco toda la capacidad cerebral de pensamiento, en una maniobra de autómata hasta el mueble bar, se sirvió un vaso de ginebra pura, obviando el hielo, como si quisiera descongelar el hielo del interior de su cabeza que del placer inicial descendía al dolor de siempre.
Las imágenes se hicieron borrosas, como otras veces; las voces engoladas de los locutores no llegaban a herirla, como otras veces; más cuando, como otras veces, al cerrar los ojos vio una señal de “Stop” enorme en una carretera desierta, esta vez, como otras veces, no detuvo sus movimientos y se dejó abrazar por el hombre invisible que la llevaba en sus brazos a un paraíso de no existencia, no; esta vez escanció sobre la ginebra caliente un gota a gota del fuerte anestésico equino, como colofón a una demasía o exceso nuevo.
Nunca sabremos sí tan sólo quería dormir y escapar soñando del horror en que se había convertido su vida; o si por el contrario decidió partir como un caballo ganador que no soporta la visión de su pata rota y sin cura.
Cuando aporrearon la puerta, repetitivamente, sonaba el “Strange Fruit” contra la puerta blindada al mundo de afuera.
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Elisa