Erika y Jorge Ilegal.

 No hay nada más cierto y a la vez demoledor que una profesional del sexo, sea prostituta o stripper, te sentencie en tu desnudez:

"Tío, tú de joven debías ser la ostia. Guapo, fuerte, inteligente. 

¿Qué pasó? 

" Anda, cielo, déjate de mirarme y ponte mirando a Cuenca. "

Por estas cosas recae una persona en el amor. En ese retintín nace la ilusión del " no es demasiado tarde" " aún queda algo" vamos allá. 

Erika tenía todo lo psicológicamente atrayente: maltratada, de vuelta pero activa, ajada pero con un cuerpo menudo cultivado en el yoga. Contra todo pronóstico era bien carnívora, adoraba un buen entrecot tanto como abrirse a un meteco solomillo.

¡Que vulgaridad a veces es la realidad! 

Una rica-pobre con 5 idiomas, nacida en Suiza, dulce y dura, que se ganaba la vida con su maestría dando masajes en la playa. Masajes quiroprácticos, eh. 

Había robado su teléfono a un amigo tras conocerla en el Guaraná. Su mano pasando el porro de maría era sutil, mágica; su estar era frágil pero institucional. Y removió mis brasas que se resistían a apagarse para siempre.

Ese sábado mandé a tomar por culo a mi eventual jefe. Un marroquí que no encontraba peón por su mala fama de explotador y raro. Se subió a la parra en una explosión de rabia. Así que cogí la mochila y me largué. Hacia una mañana magnífica de primavera. Me compré en un colmado un bocata y una litrona.

Empecé a mandar SMS poéticos a Erika. Ella, por supuesto, no sabía quién era aquel bardo orate que hacía poesías a la bella mañana.

Quedamos en la carretera y vino a recogerme. Su padre había hecho dinero en Suiza. Allá por los 70 había comprado un terreno con una vieja casa pagesa. El hermano de Erika había muerto de sobredosis. Así que la heredera flotaba en su reino entre humo de hash y buen vino.

En esa casa siempre había gente. Ora gente en autocaravana; ora gente en alguna habitación alquilada. Basca.

Entre risas y humo, vino, cayó la noche. 

Actuaban los Ilegales en el ayuntamiento de Santa Eulalia. Fuimos. Me dejó cerca de mi caja de zapatos y me duché y cambié de ropajes para ir al concierto. Allí, en el ayuntamiento, estaban mis tronkos de la construcción. Cantando a viva voz canciones de Extremoduro, para no variar. Litronas, petas, alguna loncha de speed; el rollo de siempre. Erika no sabía ni que existía un grupo como Extremoduro. Era más de Los Planetas, imagínense. Comenzó el concierto. El, hasta ayer, brutal guerrero de la guitarra, sonaba con una contundencia sonora marca de fábrica. Jorge Ilegal era un gran músico y un gran showman sobre el escenario. Terminado el concierto, Erika me agarró de la mano y me arrastró a una dependencia del ayuntamiento. 

"¡Jopetas! Igual se ha puesto burra y no puede esperar."  

Nah. Era el juzgado y ya había una peña esperando que empezará la sesión. Jorge suplantaba al juez de paz en la banca y daba unos tremendos porrazos con el martillo judicial reclamando orden y silencio.

Cuando se hizo el silencio abrió un pollo enorme de farlopa y lo extendió con una albaceteña sobre el tapete de cuero.

Se metió un buen tiro.

--Ordenadamente y en fila india vayan pasando.

Así tomemos nuestra comunión nocturna digna de la liturgia del punk rock más destroyer.

Luego fuimos todos, Ilegales incluidos, al " Piscolabis"de Coto. Un pub con grandes rarezas en forma de discos. Allí entre chupitos de J.D. y cerveza helada. Coto y Jorge desplegaron su sabiduría musical. Para meter baza en aquel ágora musical le pregunté a Jorge por el puñetazo a Jaime Urrutia en los camerinos de Rock-Ola.

--Bueno, ellos se habían presentado una vez como fascistas: "Somos Gabinete Caligari y somos fascistas."  Como comprenderás, siendo asturiano revolucionario, aproveché para darle un toque. Nada, casi no lo toque y cayó K.O. Unos chulos moñas."

En estás Erika estaba en brazos de un joven guitarrista. 

" Aquí te quedas, cabrona."

Y amaneciendo por el paseo marítimo,  me encaminé a mi caja de zapatos. Más enamorado que nunca.


In memoriam a Jorge Ilegal que le ha abierto las cancelas celestiales al Robe. Seguro que lo esperaba con unos oricios y una sidriña bien tirada.


POSDATA: A trancas y barrancas Erika y este salvaje seguimos siendo amigos. Aunque con muchas refriegas y discusiones. A mí me faltaba madurez y me sobraban vicios. Pero la quise mucho; más cuando no llegamos a nada físico. Era pura atracción magnética.






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