Viejo almendro.



Ahora que me siento ese almendro en el torrente que con cincuenta años encima da sabrosas almendras. Tiene unas vistas magníficas. Soledades y susurros del viento. Bandadas de perdices que sobrevuelan su abandono. A lo lejos unas esquilas rompen el silencio. Esa sarda de cardo e hinojo. Punzante aliaga. Bendecido por el paso gradual de la luz efímera. Parece muerta la vida y sin embargo corre la savia por el laberíntico ramificado.
¡Cómo me gustaría ahondar más en la poesía para honrarte con mejores palabras!
Así como acaricio tu rugoso cuerpo.
¡Ya estáis en mis adentros, almendros! Viejas colmenas, maderas deshaciéndose al sol.
Ya sois recuerdos imperecederos de un domingo de moscas y cielo plomizo.
Ante esto...
Que importan las palabras necias de la importancia que se da un hombre.
Nada. 




 


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