Aquellos 16 en canal.

 Basta una espalda, coronada por una media melena, para traer el recuerdo de unos días lejanos, adolescentes. Todo el universo juvenil se hace presente. El tacto en la estrecha cintura, la caricia en la frente de los suaves cabellos, un suave beso robado al descuido, después consentido y ardiente como la noche en una peña en fiestas. La moto que atraviesa en la madrugada el rocío aguado y la nebulosa mágica. La parada en la fuente, la sed saciada de dos cuerpos vestidos pero que pugnan por fundirse. El éxtasis y explosión derramada de mi inexperiencia. Cuarenta años después, cuando uno siente que casi está demás, que es difícil encontrar una nueva historia que contar, tu espalda y esa media melena, seamos educados, meciéndose por las viejas calles, me bombean sangre nueva. Un remolino de sensaciones dormidas, despiertan. Hoy he comido, como si fuera Navidad, unos langostinos de Huelva. Las resurrecciones hay que celebrarlas. Y eso que, últimamente, ando, como un Cristo de los chinos, resucitando cada día. Aquellos dieciséis años...



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