Sota, caballo, rey, o, guiñote con tres curas.
¿Han jugado una partida de cartas con tres curas? Sin pertener al gremio sacerdotal, claro esta. Estaba en tiempo de espera y decidí pasar la semana santa en Rodanas. Concretamente en Cañete. Antaño cuando en dichas fechas silenciaban bailes y discotecas, incluso sinfonolas en los bares; un grupo de aguerridos nos echábamos al monte. No de supervivencia; sino bien abastecidos de avíos para hacer ranchos, chorizo y longaniza a la brasa, laterio y postres. Ese recuerdo me mantenía en un estado de perpleja emoción.
¡Qué bien sabíamos pasar los días!
Antes de las novias, la mili, en plena y libre juventud. Estrujabamos las horas sacándoles todo su rendimiento. Bonitos recuerdos.
Ahora, en casi completa soledad, optaba por ir al bar del santuario y pasar el rato con Félix (q.e.p.d) y relatar mis aventuras de dos años en Ibiza. Recibí visitas: Agustín (q.e.p.d.) padre de mi amigo Alfonso que había fallecido recientemente en Londres. Barraqueta con Kike, hermano pequeño de los famosos cuatrillizos que había tenido. Tremenda sorpresa me rompió al enterarme de su fallecimiento a los pocos días cuando aún estaba en el retiro serrano. José Antonio, Josan, el ejeano forestal también se presentó y me trajo embutidos y buena charla.
Así pasaban los días de espera. No sabía que paso daría a continuación. Sabía que tenía que partir; pero no había decidido a dónde. Ibiza, Pamplona, Zarautz...andaba barajando pros y contras.
En eso que una tarde fui al bar y me encontré con tres curas esperando un cuarto elemento para jugar un guiñote. Mosén Paco, al que conocía bien; y los curas de Calatorao y Ricla.
--Ya tenemos partida, dijo con su voz cavernosa, ronca, el cura de Épila.
La verdad que soy y era, un cagado para decir que no. Así que me senté presto a jugar la partida. Supongo que mi celestial estancia estaba en juego.
Pese a llevar dos años en Ibiza, mi juego era bueno; pues mi jefe en la isla era de Ricla y jugábamos los domingos después del atracón dominical.
--¿Asi qué en Ibiza? Mucho vicio y corrupción de la carne en esa Babilonia, no?
--Bueno, yo vivo en el campo, me defendí como pude. No bajo casi a la ciudad.
--Manuel es un buen hombre. Paracaidista legionario. Subió descalzo su boina desde el pueblo. Y está aquí en el santuario como ofrenda a la virgen, dijo mosén Paco.
El cura de Calatorao me preguntó si conocía gente de su parroquia.
-- Sí, claro. Aguirre y sus hijos, J. S., las muchachas que venían al Plantel a trabajar...
--Veo que conoces a lo mejor.
¿Sabías que J. S. murió por las drogas?
--No.
--Pues sí, maño. Y las monjas lo cuidaron hasta el final. En su entierro, delante de su familia, pedí un aplauso para ellas.
Consternado me imaginé la escena. Eran curas de recia voz; si los tiempos les habían restado poder y autoridad, no flojaban en sus sacrosantas sentencias ni un ápice. Al menos, mosén Paco y yo ganamos el coto, y me pagó el carajillo el cura de Calatorao.
Mire el reloj y alegue una excusa para irme.
--Manuel en Ibiza también, seguro, que habrá monjitas. Recuérdalo.
Volví a la cabaña de Cañete y me hice un porro de marihuana bien tocho. Fumando y bebiendo mistela recapacité.
¡Por el amor de Dios y la virgen de Rodanas!
Qué cosas me pasaban...
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