Vivos y muertos.



¿Qué surge cuando un hombre supera la depresión?
Quizás surja el anterior hombre. El hombre mentalmente sano. Higiénico, incluso. El hombre que avanza en sus propósitos vitales. Un pequeño bache en el camino.
Cuándo son ya muchas las depresiones superadas; los cambios de piel y perspectiva eclosionan la identidad primigenia. Y podemos llamar al fruto: el nacimiento del hombre muerto en vida.
Buscará el aislamiento, reducirá su placer a lo esencial; como un robot su mente se ocupará de las mínimas obligaciones para la persistencia: comprar alimentos, higiene, educación y respeto a sus congéneres, vecinos, etcétera. No por ello dejará de ser un hombre potencialmente muerto. Cada día le será más difícil disfrutar de la música, leer con satisfacción; y no digamos, un tormento, escuchar a los hombres vivos, su defensa de sus ideas y conceptos.
Algunos se toman la molestia de beber hasta reventar. Igual es un acto de valentía ante un mundo que a cada segundo deja mucho que desear.
Otros optan por la muralla. Esa coraza aislante que nos preserva de las inclemencias humanas.
Al hombre muerto le sorprenden las pruebas de tenacidad en el hombre vivo. Esas manifestaciones publicas en viva voz pidiendo justicia y mejoras sociales. Es lo apropiado, desde luego, y si estuviera vivo, las consideraría e incluso participaría en sus actos. Pero ya ha cruzado la barrera. Se encuentra bajo el peso gris de una losa que ha encargado a su mente. Y pesa, demonios, como pesa la premisa condicionante.
Así que sí se sienten vivos, vivan; vivan y protesten pacíficamente. Seguro que encontrarán mil razones para seguir instalados en la mentira de que las condiciones pueden mejorar. Mejor engañados que muertos.
“Se lo vi y no me gustó “



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