Desde siempre.
Si llegaba al miércoles tenía la semana ganada a mí favor. El domingo comenzaba mi pequeño teatro: malestar, dolor, simulación de fiebre. El lunes por la mañana el acto principal ante la eminente marcha hacia el internado. Ahora creo que mi madre era cómplice necesaria y voluntaria. Salvado el arranque hacia la ciudad me quedaba en la cama bien arropado y soleado.¡Donde entra el sol, sale la enfermedad!
Mi pequeño transistor andorrano en la oreja y Tarzán el setter irlandés a los pies. Oía pasar a los tractores y veía pasar la nubes algodonosas. Mi madre cantaba en la cocina. Un tazón de caldo y entraba la corta tarde. Me transportaba al banco de pieles de cabra, al amor de la chimenea. Un buen fuego. La habitación aireandose de la falsa enfermedad. Caían las sombras del corto día invernal. Primero regresaba Don Rafael de su revista campera vespertina. Los peones marchaban al pueblo en la gris DKW. Y cerrando la tarde mi padre.
El martes proseguía el peligro de llevarme al internado. Doble fingimiento. Misma rutina. Y llegaba la mañana del miércoles. Esperaba ansioso la sentencia.
--Total para tres días. Que se reponga en casa.
Bien. Misión cumplida. En cierto estado de serenidad me asentaba a la vera de la lumbre con un libro infantil. Comía algo sólido. Hasta un actor de primera tiene que reponer fuerzas. El jueves, sí la mañana era soleada, bien arropado daba un paseo con Tarzán. El viernes, pasado el peligro, me acercaba hasta el rebaño de mi padre. El sábado, quitada la máscara, recorría la finca con la moto de chica y los perros detrás. Cada loma, sarda, abrigaño, paridera, eran parte de mi paraíso. A la tarde escuchaba los 40 principales al sol, bien protegido por las altas piedras. El domingo era día de suspense. Podía apetecerle a Don Rafael sacar el coche deportivo y subir a Calatayud. El Frasno nevado. El pequeño cementerio de Aluenda, gótico y siniestro. Llegar y dar la vuelta; parar en La Almunia a comprar pasteles, revistas, lotería. Me negaba a aceptar un libro gráfico de Bruguera.
¿Para qué? Sí mañana sería conducido al matadero de mi libertad. Mi mundo lejos, esperando mi regreso el viernes.
--Te lo guardo para el viernes.
Así añadía más ansiedad el buen hombre.
Y el fatídico lunes llegaba. Era conducido al internado. Obligado a quedarme sin recreo para revisar apuntes y ponerme al día.
¿Qué grupo esta de moda en Londres?
Preguntaba el maestro del traje viejo de pana marrón. Siempre contando los sacrificios de sus padres para llegar a maestro.
--Pink Floyd, contestaba.
--Ves. Cuándo algo te tira bien que prestas atención. Ahora, las matemáticas…son muy necesarias, Manuel.
--Para ser pastor y vender corderos, ya se las suficientes cuentas. Ni siquiera tenía que estar en esta prisión.
--Tienes toda la razón.
Así pasaba la semana. Hasta que el viernes Don Rafael y mi madre esperaban en el aparcamiento. Llegábamos de noche al pueblo. La gasolinera, la cooperativa, la veleta bruja que más de 53 años después tengo sobre mi morada. El romeral con los conejos huyendo de la luz. Los perros recibiéndonos alborozados. Mi padre repiqueteando unas migas con chorizo y tocineta. Mi ansiado mundo.
Siempre necesite y necesito mi tiempo. Ese tiempo muerto que llamarían los demás. Y al que llamo sin ningún género de dudas: vida.
A veces, los que todo lo saben; lo han llamado depresión. Me gusta llamarlo mi espacio para mí dulce y tierna soledad. Nunca estoy solo ni vacío. Estoy simplemente buscando mis respuestas a tanta pregunta.
¿Enemigos?
Quien ose quitarme la cuchara de la boca y mi vaso de agua.
Sea
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