Viernes manumisión.

 El viernes formábamos cola para cobrar la semana. En la puerta de la obra aguardaban los camellos con sus chicas serviciales. Ese día casi nadie hacía horas extras. El sábado mañana, sí. Ese día con el sobre en el bolsillo era día de pagar las cuentas en el bar de menús, bocadillos, y bebercio. Apartar el gajo del alquiler y correrse una fiesta temprana. Pillar un pollo de colombiana y eufórico buscar a las habituales del viernes. Eran madres separadas que vivían con el ex y los niños. El problema de la vivienda ya era notorio. Y ellas salían el viernes super agobiadas por una semana de trabajo y niños. Más aguantar al ex que solía ser un alcohólico de mucho cuidado. Maqueadas con sus mejores trapos. Perfumadas con fuertes fragancias de mercadillo. Salían a la búsqueda de rayas y sexo rápido. Igual que nosotros. Ellas sabían y nosotros también. Todos teníamos un código de barras visible en los ansiosos ojos. ¡Jopetas! Hasta los dueños y camareros lo sabían y hacían la vista gorda. En la barra bastaba una mirada y un gesto. Enseñar la papela. Y caminar hacia el baño. El problema era encontrar cubículo libre. En el baño de señoras, claro. El de hombres estaba ocupado por esnifadores sin ganas de sexo ni problemas. Eran los de la merienda de los campeones. Rayas de farlopa del diámetro de la taza. A veces un pollo entero cruzando la blanca loza. No era lo mío. Tenía pánico a enloquecer el cerebro y perder los papeles. A fuerza de derrumbes había aprendido. Así que me asentaba en la barra con mi Havana 7 cola a esperar el gesto y la mirada. No tenía que esperar mucho. Y al tema. Hacia dos lonchas de veda y me metía la primera. Según se agachaba para meterse la suya empezaba a luchar con botones y cinturones. El tanga no era problema. Y al roce se levantaba el cimbel como un recluta ante un coronel. Satisfechas las narinas se sentaba en la loza y se ocupaba del turgente miembro. Un poco de chupeteo, lengüeteó experto, goma rosa, y pa dentro. A mí me gustaba perrito. La visión de entrar y salir, el volcán depilado, me aceleraban y llegaba a meta rápido y sin problemas. Otro par de lonchas y para la barra. A veces veía que la hembra repetía. A mis cuarenta y tantos estaba saciado. Así que me iba para mí caja de zapatos feliz y contento. Una ducha y derrotado al sobre. Mañana trabajaría la mañana y echaría cuentas a ver si podía comprarme una novela de Anagrama para el domingo.

Sudor, droga, alcohol, sexo, y buena literatura. 

Oh, aquellas cazadoras de los viernes…




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