Ibiza caníbal
Cuando se despertó con el atronar de los fuegos artificiales de San Juan; se sintió como esas figuras graníticas con espada que duermen el sueño eterno sobre las tumbas de iglesia. Pasando la lengua por sus molares pútridos, sintiendo el oxido de la naciente resaca; no pudo dejar de preguntarse: ¿Qué hago bajo este coche con un cuchillo cabritero sobre el pecho? Algo cayó sobre su frente como un negro bautismo. No el peso de su conciencia que había muerto o la habían matado hacia lejano tiempo, sino una gota de aceite del cárter que había ido formando un lago en su esternón. Cuando oyó los gemidos y preámbulos del éxtasis que salían por la ventana de la casa; recordó el motivo y la razón. Sintió todo la dureza del mango de avellano al resistirse a la presión loca de sus dedos. Había venido a matar. A terminar con el escarnio. El coche era rojo, el aceite corría por su pecho como una babosa oleaginosa y aún contenía el calor como un cadáver reciente. Las fuerzas se reagruparon en su cuerpo como si en vez de minutos hubiera dormido una larga condena en prisión. Estaba listo, condenadamente listo para la acción.
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