En el pasillo y contra la pared.

 ¿Otra vez aquí? 

Fue mi solemne frase al despertarme en la camilla de urgencias. Muñecas y tobillos amarrados con fuertes correas a la estructura. Me habían lavado y puesto ropa limpia. Ropa de hospital, claro. Llegué conducido por la guardia civil sin zapatos y sin camisa. Sólo con los viejos y sucios vaqueros. 

El sol estaba alto tras la ventana. Tenía turno de tarde. Así que pregunté la hora:

--Las 12 y 20. Para irte tendrá que venir la guardia civil y autorizar tu salida.

--Tengo que entrar a currar a las 3 de la tarde.

--Seguramente te den la baja.

--No. Son muchas bajas. Tengo que ir a trabajar. 

--Vale. Pero tendrás que pedir cita para psiquiatría.

Había estado de baja 8 meses por una lumbociática producto de una hernia discal. El borde del inspector médico me dio el alta tras llamarme payaso y me puso bajo vigilancia un año. Sólo él muy joputa podía darme de baja. Había ido a currar en moto con un brazo en cabestrillo. Gracias que todavía no se había desatado el infierno entre la empresa y yo. Al fin y al cabo, solté a los demonios y los invité a una fiesta.

Vino Manolo el guardia civil leones y dio autorización para que me soltaran.

Manolo entendía del tema. La prueba es que estando de baja por depresión en su pequeño pueblo de León se ahorcó. 

Lo sentí de veras. Tanto cómo qué me quedé sin el cuchillo de mi padre que me quitó una noche de locura transitoria. Un cabritero Dionisio Liso, el mejor cuchillero de Aragón.

Con la camisola del hospital y los parches en el pecho, descalzo, me puse los sucios vaqueros y salí a un inclemente sol de junio.

Primero, análisis de consecuencias, que diría mi querida Lisbeth . Entré en el Pin Por a saldar la segura deuda y tomarme una mediana para aplacar la sed. Todos callaron. Seguro que había sido el tema de conversación de la mañana.

Alberto me dio un papel y pague. Nadie dijo nada.

Me arranqué los parches del pecho y me tomé otra mediana con unas albondigas.

Después me fui a casa, dormí un par de horas y me fui a currar.

Nadie dijo nada. Aunque seguro que lo sabían. Hasta la invasión y vorágine turística Formentera era un pueblo ávido de noticias para romper el aburrimiento.

Se fue el turno de mañana y me quede solo. En el pasillo y contra la pared. 

¡Qué novedad!

El cuelgue de los fármacos era divino. Ni resaca ni pecado perseguidor ni hambre, nada.


Sólo la sensación pasillo y pared. Ocho horas de soledad que bien podrían ser un bálsamo benefactor. 

Siempre volvía al pasillo de mi niñez. Allí donde pasaba los días de cierzo y lluvia jugando pelota. Una mano Hawái; la otra Alaska. Leía mucho y de todo; pero, sin venir a cuento, tenía que levantarme y hacer algo. Bueno, hasta escribí una novela:

"Contra la pared"

Cualquier psiquiatra con la cabeza en su sitio, valga la redundancia, hubiera aconsejado que trabajará siempre en equipo. Y, seguramente, estaría en la cárcel por asesinato.

Gracias a este solitario trabajo me mantenía a flote. Con aisladas caídas, de acuerdo; pero en la línea de flotación. Y gracias a la literatura, las amables bibliotecarias de Formentera, y la librería que me daba crédito. Así mantenía lejos el pasillo y la pared.

Aunque fui tan feliz en esa etapa que luego nada pudo saciar mi sed de verdad y autenticidad. Nada.

Ya convencido que lo terrenal me es indiferente me hacen gracia los que me recomiendan un apartamento en vez de mi caravana donde reino en medio de gatos, hierba y amapolas. Donde descansan Bigotes y Cenicienta. Por cierto, ayer cogí 3 o 4 kilos de caracoles. La higuera está pletórica de higos, y miel sobre hojuelas, me jubiló al mes que viene. Espero. 


En el dichoso pasillo después de tantos años con mi prima Alicia que toda la vida ha ejercido de enfermera telefónica y presencial. Te quiero.




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