En el camino

 Tienes que tener paciencia y darte tiempo de espera en la vida. Las heridas se curan y las cicatrices son sólo un recuerdo. Lo que en su momento parece tener la máxima importancia; luego no es más que un hecho pasajero. Avanzas lento o rápido según las cadenas que elijas arrastrar. Y llegas al punto de la perenne sonrisa cuando haces cumbre en tu vida. Sólo queda descender con dignidad hasta el último día.

Llegaba el sábado objetivo anhelado del descanso. Pero esa noche de transición se alzaba rebelde en un maremoto de vueltas y desasosiego. Ojo avizor al reloj digital; los diablillos rojos se agarraban a los números impidiendo su avance. Enervado el cuerpo se alzaba de la sudorosa cárcel de sábanas arrugadas. Al salir a la terraza se escuchaba ligeramente la radio en la panadería de Valero. 

¡Que afortunado!

Sus días eran iguales. Sin altibajos de trabajo y descanso. Pensé mientras hacía el café en ir a pasar un buen rato. Siempre me recibía de buenas maneras y me calmaba lo suficiente para encarar el día. Salí a la terraza de nuevo y percibí la majestuosidad del día que nacía. Me asee y metí en la pequeña mochila agua y comida. Cogí el radio casete y me lo eché al hombro. Sí, como un rapero en un vídeo de la MTV. Puse radio 3 y me lance al camino. El cuerpo respondía acostumbrado al duro trabajo con la motosierra. Sin darme cuenta ya atravesaba el puente viejo. Dejaba atrás la azucarera. A la altura del cabezo Blanco el sol rojizo hizo su aparición dando realce al pueblo. 

¡Que belleza y que dolor concentrado!

En esa imagen se acrecentaba la raíz y la esencia de mi existir. Aunque tuviera que irme, “exiliarme”; mirando al mar, en lontananza, vería surgir de las azules aguas la cruz del castillo y sus humildes moradas. Bastaba con cerrar mis ojos. Sólo fueron los años que tarde en perdonarme ser humano. Y por tanto cometer errores inherentes a mí natural sentimiento huérfano de la vida. 

Ahora, aquí, aún, veía el camino por recorrer. El Gabache, la Dehesa Nueva, llegar a la carretera del desierto, el Collaó, Peñas Negras, la tierra roja y los pinos verdes: Rodanas.

A buen paso, marcha legionaria, música de degustación, llegué a la ermita. Me senté a comer un bocado en aquel silencio de lo sagrado. Al rato apareció Vicente y Pilar con el largo Land Rover. Vicente era compañero en la limpieza forestal. Me tomé un carajillo en el vacío bar y dispuse bajar al pueblo por las minas. No desapareció la magia. Al contrario. Con el sol a todo gas veía todo en su grandeza. La Calderuela, Gavín, Cabijordo, atravesar la finca El Plantel donde tan feliz trabajé con amigos casi hermanos: Ángel (q.e.p.d.), Albino, los ChasChas, las simpáticas chicas de Calatorao, Ana la Punki. Y tantos que me olvidaré. Allí rompí mi tontería a golpe de azadón. Aunque por las noches le bebiera hasta los posos a la luna a ritmo de Sabina. 

Entrar en las piscinas y beberme una jarra de fresca cerveza. En la terraza, con una cinta sonando de R.E.M., se alzó por fin el cansancio. 

Regresé a mí cubil. El pequeño perro había vuelto de sus correrías nocturnas y dormía a la sombra. Ducha y revisión de alacena. A la tarde compraría. Ahora me comía unos huevos fritos con chorizo y patatas, un buen palmero de clarete de Martín Rodríguez, y, ya veía venir un sueño reparador. Sin pedir permiso a nadie, me entregué al descanso. A la tarde…despertaría a mí realidad.




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