Volver.
Quizá uno vuelve a su tierra para subir una cuesta, ver un paisaje, sentir cierta fragancia a manzanas a su sazón. Contemplar al viento haciendo olas en un mar de cereal esmeralda, promesa del pan y la cerveza. Escuchar voces con su deje personal y recordar viejos dichos y decires sin mala intención.
Sentir que para mal o para bien, se pertenece a un lugar encriptado con el código popular del cierzo y la jota.
Ver que un compañero de escuela sigue andando de puntillas ligero como un gorrión.
Que a la chica que te gustaba en la catequesis, aquella a la que sacabas los colores a base de pellizcos, le sientan muy bien las arrugas.
Ver en las hijas a las madres rejuvenecidas. Que la gente decente envejece con humilde dignidad. En paz con Dios y los vecinos.
Para algunos solo serás un pirado, un loco solitario; bueno, lo aceptas sin réplica.
El fruto ganado a pulso es normal que se disfrute libre de prejuicios.
Que le voy hacer si aprendí a nadar a zarpeta en la Fuente la Teja y mi padre echaba aceite de oliva en una laja roja de Orchi para freír un huevo y una chulla de tocino blanco.
Saro, Rafael, montesino, correcaminos, el Pipi.
¡Anda que me iba a enfurruñar!
Si cuando bajé del monte descubrí que era un niño, como tantos, y no un bicho raro, mitad liebre, mitad paniquesa.
Ahora, a la vuelta, algo más sabio, cual asno a palos; solo queda:
Respirar, coger impulso y vivir un día más entre vosotros, queridos epilenses.
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