Vicente el Pichón.



Mis aislantes de la soledad adolescente fueron los perros, las motos, y la lectura. Según saliera el día, o bien corría con mi moto amarilla y los perros detrás; o bien encendía un fuego y me ponía a leer con los perros a los pies. A los doces años te conocí, Vicente. Subiste con tu Siata a la finca y descargaste aquella Ducati amarilla de chica. Me enseñaste los rudimentos de arranque, conducción y parada. Por supuesto, a los dos años estaba para el arrastre. Entonces volviste a subir con una Puch Minicross "cascahuevos" el día de mi catorce cumpleaños. Era una preciosidad mi primera rubia verdadera. Ahora me tuviste que enseñar el rudimentos del cambio de marchas. Cuando al fin cogí el camino para enseñársela a mi padre, con los perros detrás, lágrimas de felicidad empañaron mis ojos.
Cualquier bajada al pueblo me servía para visitar tu reino. Aquel pequeño taller con olor a gasolina, aceite, grasa; donde reinabas embutido en tu mono verde de Puch, era uno de mis paraísos. Vicente Va Lahoz, cariñosamente apodado, el Pichón. El hijo del Carburo y la Concha la de la tienda de pescado y vinagrillos para los niños. Grande, fuerte, y a la vez niño, deleitándose con un polo de leche-leche del Trompeta. Como se agolpaba la chiquillería a la puerta los días de entrega y estreno. Las Montesas de trial y enduro de Antonio Sola "Cazuelicas" (q.e.p.d.). La Ducati de su hermano Mariano. Las Bultaco Frontera de Torrijos y mía. Disfrutabas enormemente del primer petardeo al arrancar en el taller.
Y ahora te has ido. Atrás queda tu emigración a Suiza. Tu inglés de manual. Tus pavoneos de lado a lado del 63 los domingos. Afeitado, bañado, oliendo a buena colonia; listo para el fútbol y lo demás.
Seguro que tus manos están llenas de grasa trasteando las aladas máquinas de los Ángeles del Cielo.
Vuela alto, Vicente.



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