Trabuco.
La música de la charanga llegaba al viejo circo a ráfagas. El viento septembrino variable jugaba con la notas musicales y elevaba volatineros los papeles de la tómbola. Todo era viejo en el humilde circo Latino: la descolorida carpa rojiblanca, los artistas y sus caravanas, los dos caballos antaño blancos, los dos tigres de pellejo sucio y colgante. Pero, rayano en la ancianidad o, por no mentir, instalado de pleno, se hallaba desencantado y resignado, el burro Trabuco.Era Trabuco un burro gris marengo que desde pollino servía a los payasos, dos hermanos cubanos, para el número de los buscadores de oro borrachos. Desde hacia más de veinte años, coronado por un viejo sombrero, hacia caer por sus orejas abruptamente a un hermano tras otro, para deleite de los niños. Así había recorrido los pueblos de España. Alimentado con las peladuras de patata del rancho común y algunos haces de cereal sustraidos al paso, se había mantenido fuerte para su actuación.
Pero las cosechas habían sido raquíticas por la sequía y las fiestas de una estricta austeridad. La sombra de la miseria se tendía sobre los tristes semblantes de los artistas. Alguno aprovechaba su habilidad en la mecánica y se quedaba en algún pueblo como tractorista. La bella cantora de coplas se quedó de querida de un orondo y viudo alcalde falangista. Pronto, decía el contador de chistes, hasta las cucharas se pondrán de luto en este circo.
Trabuco llevaba unos días sin actuar. En su última salida a pista le fallaron las rodillas y no pudo levantarse rápido tras arrojar por las orejas a su colorida carga. Los niño se reían mientras los cubanos tiraban del ronzal intentando levantarlo. Estaba dentro de lo posible, dada su provecta edad. Los hermanos llevaban tiempo ensayando otra actuación, número a pie y basado en el reparto de bofetadas.
La suerte estaba echada para Trabuco. No era tonto, sino todo lo contrario. Había visto a demasiados congéneres llegar reumáticos de la mano de un lugareño que marchaba solo contando unos arrugados billetes.
Aquella noche los tigres rugían sin darse descanso, les aullaban las entrañas de pura hambre. Trabuco se sentía en vísperas y su vida pasó por sus ojos como un tren pasa por una estación abandonada.
Sus primeros pasos en un campamento gitano allá por las Castillas de la Mesta. La terrible castración para ser animal de circo, alejando la llamada de la carne y la huida. La vez que los hijos de los artistas lo bañaron en el mar. La noche que los quintos lo robaron y lo emborracharon de moscatel. Creía oír al domador mejicano afilando el hacha y el cuchillo cuando la aurora se avenía a dibujar los contornos. Los tigres ronroneaban y salivaban. Al sonido de la rueda, seguía la pitanza tan esperada. Cantó un gallo, luego un coro despertó al pueblo.
Un hombre alto y enjuto, cayado en mano y zurrón en ristre, se acercaba tras tres ovejas viejas. Atraído por el siseo de la rueda de afilar, preguntó por el director o mandamás, mientras ofrecía picadura de una sobada petaca.
El domador percibió una esperanza en el aire, junto con la fragancia a aceitosos churros, una luz le iluminó el duro rostro.
Acariciando su bigote de revolucionario zapatista, preguntó al pastor:
"Esas ovejas carcamales las trae para venderlas."
Cachazudo, no muy seguro de su plan, le contestó sin quitarse el pucho de la boca:
"Pues mire usted. El caso es que no me vendrían mal unas perras, pero para eso, ya las hubiera llevado al carnicero. Lo que me trae, y rumiado lo traigo, pues no me ha dejado dormir, es que necesito un burro viejo. Listo y bien domado. Estaba en el casino, ayer noche, y cuando vinieron de llevar a los zagales al circo, dijeron que no había salido el burro del año pasado. Que estaba en el corralillo de los caballos, pero los payasos no lo habían sacado a la pista. Y me entró una idea en la chola que se clavo como una punta de junco. Tengo una hija ciega de nacimiento. Lista y espabila, pero ciega como el fondo de una tinaja. Cumplió ocho años por San Miguel y el cura dice que tiene que ir a la escuela antes del Pilar. Vivimos a cinco kilómetros del pueblo en una dehesa. Mi señora se ocupa de la casa del amo, y no puede llevarla, claro está. Yo menos. Si al menos hubiera un zagal que la acompañara, pero quia, nada de nada. Solos con el amo.
¿Usted creé que el burro la llevaría y la traería, una vez le enseñara el camino?
"Trabuco la llevará y la traerá, mano. Y si le pone una armónica cerca la boca, la llevará con música hasta la escuelita, güey."
Voy a hablar con el director. No creo que haya problema. Todos queremos a Trabuco como si fuera uno más de la troupe. No más estaba a puntito de llorar por tenerlo que sacrificar para mis tigres. Ahorita vuelvo.
El director, legañoso, aturdido por la pesadilla de la falta de dinero, no podía creer lo que el exaltado domador le recitaba:
"Trabuco se salva. Nos lo cambian por tres ovejas. Se queda de lazarillo de una niña ciega. ¡Viva la Virgen de Guadalupe!
Recobró su prestancia de tiempos pasados, cuando recorría la cordillera de los Andes como trapecista en el circo de su padre, y ceremonioso dio su aquiescencia.
"Sea pues. Pero despierta a todo el mundo para la despedida. Tenemos que verlo marchar acompañado por la música de la orquestina."
Así fue. La noticia recorrió como la pólvora el campamento circense. Los hermanos cubanos engalanaron a Trabuco con sus mejores galas y su viejo sombrero. Sacaron brillo a los cascabeles de su ronzal. Los niños le llevaron terrones de azúcar y alguna zanahoria. El director se peinó con gomina y se pusó su casaca roja para colocarse al frente de la banda, que con cierta fanfarria y estridencia, acompañó a Trabuco de la mano de su nuevo dueño un buen trecho de camino.
Cuando llegaron al caserío del pastor, la niña sentada entre geranios, levantó la vacía mirada y al oír los cascabeles, se acercó risueña:
"Lo has conseguido. El burrito que me llevará a la escuela. ¡Cuanto te quiero, papá!
¿Cómo se llama?
"Se llama Trabuco. Y es más listo que una comadreja. En cuanto aprenda el camino, te lleva y te trae en un santiamén."
La niña no pudo retener las lágrimas de alegría abrazada al cuello de Trabuco.
Y así fue. Trabuco aprendió el camino en un plis plas. Engordo, pues en el recreo los niños siempre andaban dándole pan de sus bocadillos. Llevó a la niña a la escuela hasta los catorce años. Fue querido y famoso en toda la región.
Luego, sin peso alguno sobre su lomo, pastoreo con el rebaño hasta el fin de sus días.
Y colorín colorado la historia de Trabuco ha terminado
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