Territorio Paco
Al acometer la recta, tras pasar la carretera, cincuenta años retroceden en mi visión periférica, y me veo, desde el lucero miguero, palo en ristre, transistor en mano, celtas en boca, viendo comer al rebaño. La paja ebria de rocío suelta su aroma de tímida alborada. Mi pensamiento, cómo no, carne de mi carne vista y deseada, allá abajo en el pueblo.
Podría decir: cincuenta años no son nada. Pero vaya si son circunstancias, anécdotas, errores y aciertos, lágrimas y risas.
Irremediablemente me pierdo. Dejo de pensar y contempló los conejos atropellados. Australia en miniatura.
Me preguntan el nombre de los montes que en su día limpié motosierra en mano. No recuerdo. Luego vienen a la memoria de la mano de compañeros que se fueron: Vicenton, Paco, José María, Martín...
Ya almorzamos, ya pusimos orden en el mundo. Ya es hora de visitar a Paco que riega la viña. Unas chumberas pintan mi sonrisa. Me recuerdan a las islas. Y matar el hambre con higos chumbos. La mermelada. Esther seguro que se aplica la receta. Unos libros míos llevan 11 años en la cabaña. En sus portadas la pátina del tiempo, aire de la sierra, caricia de la mirada y manos acogedoras. Descendemos casi en silencio. Nada hay como contemplar la infancia en una película feliz. Todo ha cambiado; pero basta con cerrar los ojos. Ahí sigue.
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