Sugar Street.



A veces, recordando, estás tan satisfecho que te niegas a escribir. ¿Para qué? Pero el río mental trae los pecios del pasado, imparables. Hasta sin ganas, surgen los recuerdos.Recuerdo la tienda de Félix Pimpinela. Donde un niño asilvestrado descubría un mundo de nuevas sensaciones. Los polos de colores, la máquina de bolas de chicle, un block de anillas con hojas también de colores. Colores. Chicas de la refinería que compraban embutido para hacerse un bocadillo en el descanso. Risas. Luego a la carnicería de Irineo, y un botijo que sacaba de la cámara, fría casi helada. El casino del que salí corriendo al retumbe de la batería del grupo que se disponía a amenizar el baile. Fiesta. Pepsicola.
Barriadas obreras llenas de niños.
La Venta Pilla, y la señora Inocencia con su hijo manco. ¿José? No, José el Egea fue el que recogió el brazo recién segado y se lo metió bajo el brazo. Siguió a la comitiva de recogedores de carbón que cargaron con el nuevo mutilado. Ya en la venta, preguntó:
¿Y qué hago con esto?
Menudo era el José. Cazador furtivo recalcitrante al que decenas de golpes en el cuartel no derrotaron. A mi madre le metía en el bolso un bulto  envuelto en papel de periódico...
-José, ¿qué has metido en el bolso?
-A ti que joder te importa.
Y era una perdiz, o un conejo de monte. Cuando los conejos tenían sabor a tomillo, a monte.
Decían que era comunista. No lo imagino obedeciendo a ningún comisario político. Iba a su aire con su moto y el perro encima. Obedecía en el trabajo; no le quedaba otra. Pero nunca se quedó un minuto más de su jornada. Nunca.
Hombres. He conocido hombres. Y mujeres. Vaya, que si. He tenido suerte.
Un día se dijo:
-La azucarera se cierra. Se la llevan a Jerez de la Frontera.
1969
Y el pueblo entró en una crisis pasajera.
Las barriadas obreras se llenaron al poco de niños y niñas. Esta vez de Zaragoza. Nosotros bajamos de la Dehesa. Mi padre siguió, todavía más solo. Le compremos una Torrot Electronic. Y Chamaco, burro viejo, encontró descanso. Engordó.
Se vivía bien en la azucarera. El tren cercano me llevo y me trajo a un curso de banca. Hasta que, en mi interior, esa voz, me dijo: ni en broma.
Y me hice pastor. Bueno, mi madre decía: ganaderos. Ella era de Tauste, que son más de esas apreciaciones.
Azucarera, "sugar street" como la llamábamos Alfonso y yo.
Tantas idas y venidas.
Aún se mantiene viva y sigue pasando el tren.
Always.

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