Simplemente, Bigotes



Bigotes tenía dos uñas de sus zarpas delanteras del revés. Eso lo descubrí más tarde. Nunca se quejó. Salía a la biblioteca o a comprar y al rato andaba a mi lado. ¡A la par! Y obedecía como sujeto con una invisible correa. Me volvía loco buscando su vía de escape. Saltaba la tapia de piedra. Me pareció increíble. Saltaba, metía sus uñas en las rendijas de las piedras, se impulsaba y, zas, fuera. Un día no quise que me siguiera y cometí un error de bulto: lo metí en la furgoneta con agua y comida, dos ventanillas semiabiertas. Cuando volví, a la media hora, se había comido el volante y los cinturones de seguridad. Sí lo amarraba con una cinta de collar, en cinco minutos se soltaba. Con cadena de metal, mordía hasta hacerse sangre. Así que hicimos un pacto entre caballeros. El sábado por la noche, cuando cerraban El Árbol, lo dejaba marchar. Volvía al día siguiente o si se ponía a festejar tardaba cuatro o cinco días.
"Pipi, el Bigotes está en la puerta de mi casa. La perra está en celo"
En la Cooperativa del maíz se pasaba buenos ratos. Peleando con perros grandes, claro. Una vez lo trajeron cosido y remendado en la clínica veterinaria de La Muela los guardias de la Lear. Gracias. Otra vez se puso enfermo y fue a casa de Jesús nuestro alcalde. Su suegra lo tuvo una quincena con veterinario incluido. Ya conocía la casa. Begoña q.e.p.d. salía de trabajar y lo subía al coche y le daba de comer. Yo lo llamaba Maki, pero ella le llamaba Bigotes. Así que en Bigotes se quedó. Gracias. Me contaron que en la tarde de su última nochebuena hizo una fiesta en su casa y, sorpresa, Bigotes hizo acto de presencia. Se despidieron. Otra vez, también en Navidad, tuve que ir a buscarlo a Salillas. Había sido acogido en un corral por la Sra Laura y su marido. Gracias. Y así pasaron diez años desde que lo solté del banco de la estación. Este verano ya no saltaba al corral. Venía de madrugada a mi ventana a gimotear que lo cogiera en brazos. Pero a la menor ocasión, zas, se iba cola en alto como una vela. A navegar por empresas y cabezos, granjas, azucarera, pueblo centro. Ya era mover el llavero con las llaves y cambiar de humor. Se ponía como unas castañuelas. Vía libre. Sí, ya sé, la ley.
¿Y qué esperaban de dos corazones libertarios?
¿Acaso no he pagado bien cara mi libertad?
Bigotes libre por su bonita cara.
Y lo digo con conocimiento de causa porque no era de lamer la mano, ni hacer la pelota. Era un poco gato.
Pongo la foto para los que piensan: otra vez con el p...perro!
Pasen de largo, please.

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