Payasos itinerantes.



Nunca me gustaron los payasos de la tele. Tan familia, limpios, simpáticos; vamos, buena gente. Mi versión privada del payaso era un ser destrozado, alcohólico, quizás con un gran amor perdido por la mala suerte o variadas adicciones.
De niño estando con mi padre al borde de la carretera paró un circo ambulante. Aquella carretera la llamaban con razón: la del desierto. Desde Magallon hasta Ricla todo eran áridos campos de cereal, algunos viñedos y rebaños solitarios. Mi padre les indicó un pozo cercano para refrescar a las cuatro fieras tiñosas y aceptó un farias. Las mujeres cantarinas fueron detrás de unas matas altas de retama para hacer sus necesidades. Sórdido un ser desgalichado hacia burlas e imitaciones mujeriles con acento desconocido. Se acercó:
"¿No tendrá en ese zurrón una bota de vino, señor pastor?"
Mi padre abrió el zurrón y extrajo la sobada bota.
El pequeño hombre, casi enano, bebió con sed de borracho y cierta maestría en el manejo. Hizo una floritura y se mancho el rostro.
"Credere, Obbedire, Combattere"
Señaló los dedos atrofiados de mi padre y se descubrió el cuello donde una víbora de cicatriz serpenteaba.
"Guadalajara"
Mi padre contestó:
"Gandesa".
Volvió a sacar la bota y ahora bebieron juntos.
"Ganamos la guerra y a mí me derrotó una española. Después vino Chinchón y el vino peleón."
Entonces se echó a reír y se tiró al rastrojo y, entre lágrimas, risas, hipidos, comenzó a reptar.
Ante mí estupor y miedo, se levantó de la tierra de un salto. Puso su mano en mi pecho:
"Non temere, bambino. Io sono uno dei pagliacci."
Entonces una voz de mando le llamó enérgicamente.
Saludó enfáticamente, estrechó la mano a mi padre, y subió a uno de los camiones.
El colorido convoy arrancó y se perdió entre la soledad y el tórrido paisaje.
Cuando metí la mano en el bolsillo de la camisa encontré unos globos de colores y unos caramelos de limón.

Comentarios

Entradas populares