Niño armado.



Perdigones propulsados a la voluntad direccional de un niño. Con mi primera carabina de aire comprimido solía rematar ratas agonizantes por la ingestión de veneno. Cruzaban la explanada lentas y moribundas. Un certero perdigonazo de bola en la cabeza terminaba con su agonía. Luego las incineraba en un bidón con gasolina. No fuera a ser que cualquiera de los perros se la comiera y se pusiera enfermo. Ya era bastante doloroso que se escaparan al pueblo y los atropellara un coche. A veces el tren. El veterinario negaba con la cabeza y le ponía una inyección. Lo dormía. Para siempre. Era una tragedia en aquel pequeño mundo rural. La caza era lo normal. Mi padre solía traer liebres ejecutadas con un certero palazo mientras se encontraban durmiendo encamadas al sol. Ponía lazos a las perdices en la entrada del nido. A los conejos en el romeral. Era lo normal. Hace 50 años había bastante caza; quizás, demasiada. Aún así la guardia civil castigaba a los furtivos. Golpes y multa. A los que iban a por esparto para hacer sogueta. El pobre tenía que sentir la pobreza. Diariamente y en sus entrañas. No fuera a ser que celebrará la vida. No.
Un día ventoso, no lo olvidaré jamás, aburrido, alce mi carabina hacia unas palomas. Luchaban contra el viento en una danza singular. Piruetas y volantines en suspensión por inercia. No pensaba disparar. Pero, apuntando al aire, una paloma quedó paralizada un instante, delante de mi punto de mira.
La acción fue instantánea. Apreté el gatillo y la paloma comenzó a caer dando vueltas circulares.
Más de 50 años y recuerdo la gota de sangre en su pico. Su cuerpo inerte y caliente en mi mano. Lo de menos era el orgullo de un magnífico disparo. Era la sensación de haber arrebatado una vida por aburrimiento.
Aún embargado, con cierta conmoción, llevé la paloma a mi madre.
"Que gorda. Como se nota que comen grano a todas horas. Te la voy hacer encebollada. "
Me eché junto al fuego pensando que eran grandes las acciones del hombre. A veces marcadas por el capricho ruin de ser superiores. Y aún sigo pensando lo mismo.

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