Nacer con tempero.
Tuve suerte. En la medida que el dinero y el progreso, estaba alrededor. Había nevera y televisión, radio-tocadiscos, y un ruidoso ventilador. En la televisión en blanco y negro mi padre veía los toros. Sin zarandajas morales. En el monte se iba a lo esencial. Sí una cachorra mataba un par de pollos, por diversión, mi madre la esnucaba y yo la tiraba al pozo que hacía de pudridero. Sí un perro de ganado cogía el "vicio" de morder ovejas; se le daba bola o soga. En la nevera había de todo: cerveza, leche, agua Lanjarón, batidos, horchata casera de almendras; gazpacho y anchoas
en vinagre. En la paridera o majada la frescura sutil del barro de la tinaja. Había que no olvidarse de poner la tapa de madera. Sí caía un ratón; se cogía y tiraba, para seguir bebiendo. Había que hacer muchos viajes con el burro y los cántaros al pozo para llenarla. Mi padre sonreía; nunca estallaba en risa abierta. Las cicatrices de guerra le impedían superar la barrera.
"Unos, infelices, lucharon por ideales. Otros por obligación militar o fanatismo".
El agua del morral caliente. Una fiambrera con conejo con tómate. Cecina de pierna de oveja, dura pero jugosa. Los jornaleros en bicicleta, arriba y abajo, de sol a sol. Por el sobre marrón de cada sábado. La suerte de nacer con tempero; pero no ciego, ni sordo, sólo mudo.
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