Madera.

 “Y la madera, madre amorosa del jugoso fruto, será pasto del fuego para calentar al hombre.”

Me informan que algún valiente está invirtiendo en arbolado frutal una buena cantidad de dinero y tiempo. Bien. Con dolor he observado como en pocos años el paisaje de mis paseos vespertinos se veía desprovisto de los viejos frutales. Al cantar de las motosierras eran reducidos a leña. Almacenados en corrales en maduración lenta para servir como combustible y combatir los duros inviernos. Normal. Si sus flores primaverales son sustituidas por el verdor de los trigales; quedó satisfecho. Me encanta el ciclo de vida del cereal. Es mi infancia.

Cuando canta el gavilán y las sombras tienden su oscuro manto, a veces, salgo en solitario paseo. Y no puedo evitar volver a mi refugio con un leño bajo el brazo. Me fascina tener a mi alcance una porción de vida de tan largo recorrido. Una pequeña parte de un todo; que mis ojos jamás olvidaran. Porque sí envejece; es que está viva. Y en las noches de insomnio me acompaña. Junto a la velada luz del farol isleño y el murmullo de la música clásica en la radio. Si las gotas de lluvia se deslizan por el metacrilato; el festival de placer es completo. 

Pero, ¡llueve tan poco!

Que hay que poner a llorar a la hermosa nostalgia. Como un tango de arrabal a la vera de un farol portuario. 

Es mi pensar de madera; ahora que la política me resbala cual baba de caracol.

“Tan joven y tan


viejo…

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