M.
Decidimos hacer una carroza para las fiestas de septiembre. Elegimos el tema por unanimidad: Jesucristo Superstar. La gente, algo tenía que decir, dijo que no era apropiada, que era un tema de semana santa. Nosotros seguimos con la idea. Personalmente tuve la idea de agregar la música de la película con un casete a pilas y un altavoz de tocadiscos. Rafael se encargó de la instalación. Ahora me hacia falta grabar la banda sonora. Acudía por las tardes a las piscinas con mi profesor de repaso de las mañanas. R. Una amiga suya, M., ante mi declaración de intenciones, me dijo:
-Tengo el disco. Ven mañana y lo grabas. A las 3 estaremos solos.
Su padre se iba al café, su madre había fallecido, y sus hermanos trabajaban.
Así quedamos. M. era guapísima. Una falsa delgada pero con cuerpo y rostro de modelo. Para el gusto del pueblo muy poquita cosa. Pero nadie podía rebatir su belleza en plena sazón.
Preparé el casete con pilas nuevas y cinta nueva. A las tres en punto llamé a su casa. A mis 15 años temblaba como un flan. Más que ir a grabar se podía pensar que iba a entrar a pedir el consentimiento a un noviazgo.
-Pasa.
Vestía una bata de verano corta y fina de tela veraniega. Hacia mucho calor aquel mes de agosto.
Puse la casete encarada con su tocadiscos compacto y ella puso el disco de Jesucristo Superstar. Coordinados le di al play.
Mientras grababa nos sentamos en el sofá uno en cada lado en completo silencio. Ella pasó una pierna debajo de la otra y, desenfadada, se entregó a la música. Con mis shorts vaqueros empecé a sudar. Era un calor interior; un fuego en el cuerpo adolescente. Ella comenzó a mover la pierna al compás de la música. La bata se abría y cerraba en su exigua misión de ocultar sus bragas. Sus pequeños pechos oprimidos por la tela, libres de sujeción, cantaban en stereo la canción del púber y la mujer. Deseo con una losa de respeto. Cuando acabó la primera cara tuvimos que levantarnos a poner en marcha la segunda grabación. Ella se estiró la bata; yo no podía ocultar mi erección.
¡Qué me maten si no esbozó algo parecido a una sonrisa!
Trajo dos botellines de cerveza y nos los bebimos en silencio. Terminó la grabación y recogí la grabadora.
-Nos vemos en las piscinas.
-Vale.
Marché a casa a lomos de mi amarilla y me duché después de aliviarme la comezón carnal que me devoraba por dentro.
¡Pero si la has visto en mínimo bikini todo el verano, Manuel!
Ah, no es lo mismo. No es para nada lo mismo. La intimidad es como el aliento del demonio alimentando el ansía y el deseo.
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