Lo guay.
A día de hoy todo el mundo quiere dar la imagen de buena gente. Ser guay. Desde el gobierno al último ser humano con móvil, todos postureamos por el lado bueno de la vida. ¡Fuera el odio, la homofobia, el machismo, el racismo, el maltrato animal, acojamos al refugiado, al emigrante, etcétera! Yo también, eh. No puedo oír a las mamá gato sin ponerles comida. Bigotes, me mira, y, seguro que piensa: muchos gatos, demasiados. Todos aspiramos a que nos vean con una sonrisa. Todos no. Los monstruos, que ni siquiera saben que lo son, se revuelven en el sofá viendo el telediario. Como si tuvieran almorranas en el alma. Y ordenan un café con hielo; mirando a su mujer con ojos casi asesinos. El monstruo racista, igual. El monstruo homófobo, lo mismo. Ve a Irene Montero hablando y corre al baño. Porque, además, todo se hace muy mal. De manera sectaria, vulgar, sin seriedad ni fundamento. A gritos. Y a gritos se despierta al monstruo que ni siquiera sospecha el horror que lleva dentro. Templanza. Busquen la belleza y la verdad; aunque sea menos guay.
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