La profesora Rosa



La reconciliación con la humanidad, dando un salto olímpico sobre tanta tontería, surge de manera inesperada, siempre que los elementos necesarios se dignen a juntarse. Venía uno con la compra necesaria, cuando es llamado a capítulo por un amigo de variada charla. Vaya por delante que, personalmente, los murales, esa moda reciente de pintarajear paredes no va conmigo. Mea culpa. No digo que estén mal. Ni que sean una imposición visual desagradable, no. Digo que no me altera los biorritmos diarios. Para nada. Total indiferencia. Pero vayamos a lo mollar.
Me llama este amigo y, junto a él, hay una bella mujer, rubia, sencilla, con su sombrero de paja rural, y surge la magia de la conversación sincera. Es profesora, aficionada al dibujo y la pintura, entendida en agricultura, y con una visión positiva de la vida. Hablamos del mural festivo. Del puño cerrado, sí, también; no sé emocioné nadie que su única significación es un saludo a la concurrencia en una romería a nuestra querida Rodanas. En eso aparece Pascual Egea conductor del tractor y nos explica al detalle quienes son los otros acompañantes. Y en unos minutos hablamos de nuestras vidas: de agricultura, de drogas, Ibiza, artistas de la pintura. Ella nos enseña sus cuadros en el móvil con cierto toque Van Gogh y sus dibujos de bellos caballos. Humilde, alaba el trabajo del pintor muralista bajo el sol. Que ella está de observadora, aprendiendo.
Con buenas palabras describe a una compañera profesora de nuestro pueblo, la amable atención por parte de nuestro alcalde.
Y se me empieza a derretir el hielo del capazo; así que me despido con el corazón derretido de admiración. Y ahí nace un resquicio de esperanza sobre el futuro en manos de estos jóvenes desbordantes de pasión.

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