Inmigrar.



Por cosas de la vida, largas de contar, he sido emigrante o inmigrante. Dirán: trasladarse a otro punto de España a vivir y trabajar no es emigrar. Emigrar es irse a un país extranjero. Bueno, dejando aparte tecnicismos sociales; sí uno se siente emigrante, se es un inmigrante. Sí vives en otra cultura e idioma, costumbres, es imposible no sentirte fuera de lugar. Puede ser que al estar en compañía de otros "trasladados" te sientas más arropado. Los autóctonos se muestran indiferentes; solo eres mano de obra barata, por otro lado muy necesaria. Y no todos caemos de pie, caemos en gracia, caso de los aragoneses. En 16 años por esas tierras pitiusas he tenido pocas veces que enfrentarme al insulto típico de "murciano" y "foraster", un par de veces y a las espaldas, cuando creían que no oía. Una vez a una rubia secretaria a la que puse de vuelta y media. Otra a un imbécil alcohólico al que ni siquiera contesté. He alquilado casas a payeses y no tengo queja alguna. En una familia de San Carlos me trataron como uno más de la familia. Compartí matanza del cerdo y su fiesta consiguiente. Intimidades que no he tenido en mi tierra. Lágrimas por ambas partes al marchar. Por eso, de regreso, saludo a todos los inmigrantes, y me duele cuando no me responden. Conozco el percal. Nada es comparable, desde luego, siempre es diferente: más duro, más riesgoso, temerario, pero una vez asentado la añoranza es la misma. Tener los pies sobre una tierra y el corazón en otra. Soñar siempre con volver cuando la vuelta sea posible. Cuando el infierno del que huiste sea una pradera verde.. Respeto.

Familia inmigrante a EEUU a su llegada a la isla de Ellis.

Comentarios

Entradas populares