Hombres.

He conocido hombres enjutos y asarmentados cuyo rostro era la geografía del sol y del cierzo. Hombres que esperaban la alborada liando un cuarterón. Azadón y bota de vino. Pan duro y tocino blanco. Unos se fregaban el rastro de tierra, alpargatas de vestir, boina limpia, y al casino o al Avenida. Humareda y cartas. Granos de maíz. Otros se echaban la siesta. Pero ambos echaban la tarde en las huertas. Hombres que se encerraban en un corral con un perro incontrolable, dañino, mata gallinas, y con mango viejo de pico, lo eliminaban de un certero golpe en el morro. Que querían a su mula casi tanto como a la parienta. Hombres que decían al patrón que se irían antes del mediodía. Para fregarse y coger el autobús e ir a los toros por Pilares. Hombres que firmaban con gigantescas letras su carnet de identidad. Que antes de irse en bicicleta o mulo, tras la dura faena, llenaban la tinaja a mi madre. Cosa que a mi madre, lejos de agradecer, ofendía. Pero pagaba el favor con un vaso de pajarilla y un mantecado casero. He conocido hombres y mujeres perfumados por el sudor. Puros. En la época innombrable; pobres pero felices. Y no aprendí nada. Secuestrado por revistas y cantos de cigarra a esa dama escurridiza mal llamada Libertad. Estoy aprendiendo a perdonarme


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