En la guerra como en la guerra.





Estábamos de maniobras en Gea de Albarracín. Contra guerrillas. Enfrente la COE 51 de Valdespartera, Zaragoza. Ellos ocultos en el frondoso bosque; nosotros con la misión de capturarlos. Eran mis últimas maniobras. Corría junio y me licenciaba el 7 de julio. Mi coronel se encontraba de baja y me dió permiso para ir de maniobras. Nada más montar el campamento me adjudicaron como enlace con los paracaidistas portugueses. Mi misión era, desde ir a por agua caliente a las cocinas para sus duchas matinales a acompañarlos en sus recorridos por la sierra. Alucinaban con las trampas que nos preparaba la aguerrida guerrilla. Desde granadas de humo ocultas hasta condones llenos de orina dispuestos para caernos encima. Bueno, caerme encima, pues, iba delante, claro. Terminada la jornada, otra vez agua caliente para su ducha (aprovechaba para darme un legionario baño) y una vez en la cantina, me daban boleto hasta la mañana. Jartos de leche pantera, el "Hecho polvo", colega asturiano duro y loco como ninguno y este servidor, empezábamos nuestra juerga de veteranos a los que ya les huele el culo a libertad. El campamento estaba fuertemente vigilado para evitar una intrusión de los coes, normal. Pero salir era otra cosa. Así que salimos bolingas y enardecidos con la leche de pantera. Habíamos observado una colina vallada donde pastaban unas vacas. El "Hecho polvo" decidió ordeñarlas en un cubo y seguir con la fiesta con más leche pantera. Saltemos la valla y el muy cabronazo me llamó a ordeñar:
-Maño, ven, a ver si sabes ordeñar vacas.
Obedecí presto a demostrarle que una vaca era igual que una cabra.
Al agacharme y coger lo que creía que era una ubre, la bestia berreo y me soltó una patada que me lanzó por la hierba. El "Hecho polvo" se tiró por la hierba, descojonado por la risa.
-Maño, que era el toro. Y le has tirado de los huevos.
Jajajaja y jajajaja.
Al final se nos quitó la borrachera y ordeñamos a una vaca mansa.
Ahora venía lo peliagudo: volver a entrar en el campamento.
Nos arrastramos y entramos con el cubo de leche y todo el miedo a jugarnos un mes de pelotón de castigo. El caso es que cuando el imaginaria me despertó, antes que a los demás; la tienda olía a leche derramada y yo a cuadra.
Tras beberme una jarra de café en las cocinas y darme un restregado con jabón lagarto, llené las duchas con agua caliente y desperté a los mandos portugueses. Mientras se duchaban, a la velocidad del rayo me cambié de uniforme y saqué brillo a las ajadas botas.
Ese día tocaba paseo de observación sobrevolando la sierra desde un Chinook. No me pregunten cómo no eché la pota. La pantera rugía en mis tripas enardecida en un lecho de ginebra.
Para colmo ese día era el último. Al mediodía se celebraría la comida de confraternidad y hermandad con los guerrilleros.
Guerrilleros que entraron al campamento a paso ligero con armas en alto. Unos soldados formidables.
Me encontraba en la puerta de la tienda-comedor de oficiales cuando un capitán guerrillero, visiblemente cabreado, entró sin responder a mi taconazo:
-Con el debido respeto y subordinación tengo algunas quejas que elevar al mando superior de estas maniobras.
Mi teniente coronel Sáenz de Sagaseta, el rostro congestionado por el atrevimiento y algunos vinos de Cariñena, dijo:
-Diga, capitán, infórmeme.
-En primer lugar está el hecho del tratamiento a los apresados de mis tropas en los interrogatorios para sacarles información de guerra.
Ahí ya mi teniente coronel estalló:
-Usted lo ha dicho. Información de guerra. Si simulamos una guerra...pues en la guerra como en la guerra.
Dió un puñetazo en la mesa que temblaron copas y el misterio.
-Sáenz, preséntese.
Acudí como un rayo saludando y dando un taconazo de veterano.
-En su misión de acompañamiento de los mandos portugueses aquí presentes ¿ha tenido alguna sorpresa? Hablé con franqueza.
-A sus órdenes mi teniente coronel. Abría el paso por una senda en la montaña cuando me cayó un regalo lleno de orina.
-Un condón, he oído.
-Así es.
-Que tiene que decir, capitán.
Ya más calmado, expresó su desagrado con la acción de sus guerrilleros.
-Siempre ordenó que se llenen con agua. Pero ya sabe cómo son estas cosas entre soldados que rivalizan en su dureza, mi teniente coronel.
-Exacto, capitán. Siéntese y deguste este cercano cariñena que pronto servirán el cordero asado.
Los portugueses me regalaron unas pegatinas y un cenicero de su base en Aveiro, recogieron y se marcharon.
Volví en un Land Rover en la larga fila de vehículos, con mi novieta Z-70, al acuartelamiento Primo de Rivera. Como el coronel Vicario seguía de baja, disfruté de mi permiso de maniobras en Torrejón, y volví para licenciarme.
¡DESPERTA FERRO!


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