El viaje



Los cambios más drásticos comienzan de la manera más insospechada. Un hule con un mapa de España, manchado de clarete. Los ojos fijos en una pequeña isla. Borrosos, pero firmes, afianzados en la tozuda determinación de la sangre. Bendita sangre aragonesa. Esa surrealista sangre que me conecta con las dubitativas declaraciones de un Bunbury, explorador incansable. Recia voz al servicio de palabras de terciopelo negro. Camaleón y poeta. Una noche, en KWM, huía de unas niñatas. Me senté con él y le dije: "Tío, vete acostumbrando a la fama. Aunque te haga vomitar. Mira Bukowski." Le interesó el tema y nos fuimos a un bar a hablar largo y tendido. Al salir lo reconocieron otro grupo de chicas y tuvo que subir a un taxi. Huir. Peor lo tuvo su admirado Morrison. Tuvo que engordar, dejarse barba de oso, y dejar de cantar, para morir en París como poeta.
O la filosofía sonora de un Santiago Auserón, firme y tenaz, aguerrido caminante en las noches de Juan Perro. Con una guitarra por montera para protegerse de la tormenta del son cubano, el blues del Mississippi, y cien músicas en mano que trasmite su calenturienta cabeza.
Aragón. Se puede ser aragonés de muchas maneras. Siempre desde el respeto a la diversidad. Labordeta: un par de canciones, una intervención buenísima como diputado, una buena serie de tv. Lo conocí en Torrero donde tenía el local de ensayo. Iba vestido de motero y me llamó despectivamente, "americano". Decía que era comunista. Yo ácrata humanista. Fin de la cita. Respeto.
He cerrado demasiadas puertas. He tirado las inservibles llaves. Para dormir en otra cama, en otra estación de tren, en otra ciudad. A veces observo mis manos con ojos de brujo. Y no concreto nada. Tan rápido y tan, a la vez, lento y cansado, este devenir humano. Sueños eléctricos de locomotoras de vapor.
Esa pequeña isla en el hule son 8 años de risas, sudor, dolor y lágrimas. La más pequeñita, más abajo; otros 8 años de lo mismo. Después, el regreso. Aragón en una partida de guiñote un domingo de abril. Un amanecer en Rodanas escuchando a las perdices. Unos callos con garbanzos en lo del Paco Langarita. Aragón es sonreír a los estúpidos de toda la vida. Aguantar la entraña que borboja y sonreír. Aragón es mi todo; cuando me siento en la nada.
Aunque no sintiera nada en la actualidad (la mezcolanza y mediocridad lo abarca todo) sería siempre la tierra de mis mayores.
No hay nada como regresar; aunque sea herido y con el corazón con dolor de muelas. Dejando pelos en la gatera.
Soltar el aire del alma:
Aragón….

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