El tren de la literatura.



Cuando un lector se sube al tren de la literatura; después, claro esta, de muchas lecturas y seguimientos intensos de autores elegidos por afinidad personal; se puede decir, sin error posible, que su metamorfosis es total.En ese tren exclusivamente a nuestro servicio, recorreremos infinidad de vagones; tantos como autores elegidos. Decorados en su línea argumental y estilo literario.
Saldremos y entraremos con una pasmosa facilidad; sin abandonar nuestro rincón de lectura. El arbitrio sólo es mental.
Un día apetece perderse por la Castilla de Aldecoa y sentir el viento solano. Otro, acompañar a los detectives salvajes en su correría aventurera mejicana; de la mano de Bolaño. Un día gris nos acordamos de que París no se acaba nunca, gracias a Vila-Matas. En la total decadencia y hastío buscamos razones para sobrellevar el coñazo de envejecer en las páginas de Houllebecq. Nos volvemos absolutamente optimistas en la ironía atacando la obra de Saroyan. Y así, vagón tras vagón. Nos aferramos cual caparras para succionar la vieja filosofía de cada autor, y, por simple, osmosis, enriquecernos.
Fortalecernos en una soledad acompañada donde no entran las miserias del mundo. A veces sentimos un roce o un vislumbre; que no sirve sino para adentrarnos en nuestras convicciones adquiridas de nuestros maestros.
Que le quieren poner un aeropuerto, tres estaciones de tren, y doscientas calles a Almudena Grandes; por mí como si le ponen una estatua de oro de veinticuatro quilates en la ONU. Nada va a cambiar el valor de su obra a los ojos de sus lectores.
El mundo ya se me escapa; mientras apagó la radio.
¡Qué pesadez!
Habrá que comer como un monje y adquirir Spotify Premium.
Mi prima, con toda la buena intención, me invita a pasar unos días en Madrid. Conversando surge el tema: que es normal que la gente no comprenda que vivir en la caravana me satisface. Muy tranquilo le contesto:
La caravana solo es una estructura sellada donde puedo evitar la lluvia, el frío, la calor. Una estructura. Al igual que si encontrará una cueva con agua cerca y pudiera acondicionarla, alguien me trajera la comida, pues me serviría. Vivo dentro de mi cabeza y mi cabeza vive dentro del tren de la literatura.
No son pocas las mañanas en que éste habitáculo se convierte en un velero amarrado a un puerto griego ( Cavafis) O en un estudio de Brooklyn (Auster). O una cabaña de troncos en los Apalaches; dentro de una comunidad “redneck” (Crews).
Nada es totalmente real. Sólo los sueños y el dolor que duele. El oculto e interior, también.
¡Pasajeros al tren!

Pintura de Luis Antonio Palacios.
"Estación
                      
                         

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