El pescador.



Y era pescador en Formentera. Años 30. Volvía de vender el pescado con la bicicleta. En la boca un trozo de hinojo. Traía pan recién horneado y leche de cabra de casa de mi madre. La luz reverbera sobre los paredones encalados. En el huerto, doblada sobre las sandías, estás tú. Va ha ser un día tórrido.
Entras con una gran sandía. En broma, la metes en tus sayas y finges un embarazo. Me levanto.
Te he soñado en la noche de luna; anhelado tu cuerpo de lechosa nieve. Me arrodillo y saco la sandía besando tu vientre. Campo fértil de la descendencia. Cerramos las diminutas ventanas. Oscuridad. Frescura de la mañana en las sábanas blancas. Desnudos santificamos la sangre y el sudor. Fundimos las bielas del deseo.
Mientras me tiro un par de cubos de la cisterna; agua fresca que se lleva la sal marinera y tú rastro íntimo, brillante, cual baba de caracol; pienso que soy un hombre afortunado.
Afortunado por inventarte, amarte, y quizá, a la próxima ¿un caballo blanco para ir a correr la espuma de la mar?

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