Doctor en Alaska



Agazapado en las sombras cual enemigo vocacional, siempre dispuesto al asalto navajero; se encuentra nuestro absurdo. Digo nuestro por propio, individual. Cada uno tiene el suyo. Aunque siempre sea esa masa negra que invade nuestra mente. No hay placer en la lectura, el paseo, volver a ver esa película tan valorada. Nada. Sólo nubarrones neuronales que provocan una mirada por el retrovisor a nuestro pasado. Ahí danzan los “porqués” con los “hubiera sido mejor “ en un baile con una orquesta hastas las trancas de ácido lisérgico.
En esos días, si puedo, me voy a mí infancia. Terreno trillado pero ordenado como un almanaque. A veces, como es natural, duele por los ausentes. Entonces recurro a “Doctor en Alaska “. Siempre con resultado benigno. Me enamoró de Maggie O’Connell; y al contrario que el Dr. Joel Fleischman, dejó que con su avioneta me saqué del negro absurdo y me llevé a contemplar las nevadas cumbres. Contradicción por contradicción; pues resulta que está emblemática serie tiene los personajes más absurdos que se puedan crear por un guionista.
Como lo que importa es el resultado, y resulta que me sirve; la veo y me purifico de tanta absurdidad que rige en este endemoniado mundo.

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