Cisterna



El tamborileo de la lluvia me sumerge en un duermevela donde el subconsciente juega sin regla alguna. Ni dormido ni despierto, al albur de la circunstancia, me digo:
-Mañana lo primero mirar la cisterna. Debe estar llena.
Y con ese recuerdo onírico; se enciende la radio.
La cisterna de Formentera.
¡ Ah, carai!
La cantidad de historias y anécdotas con el bien más preciado en la isla: el agua.
Desde la italiana que salía de la ducha semidesnuda maldiciendo:
-Percudio. L’acqua puzza di merda. Disgustoso.
Y es que si había agua desalada del mar en la cisterna y entraba agua de lluvia; el resultado era una agua hedionda y gris panza de burro.
No quedaba más remedio que coger un saco de arpillera lleno a la mitad de cal viva y meterlo y sacarlo decenas de veces. Sí, ya sé. En la farmacia vendían productos para el caso.
¿ Y quién tenía dinero para farmacia?
La cal viva porque estaba muy barata. Pero entre alquiler, alimentación y bebercio; siempre arrastras con la visa. Y gracias al Pin Por por su cuenta abierta para matar hambres y penas.
Alguna vez tuve que traer agua en garrafas de la desaladora donde trabajaba. Otras pedir al vecino Joan. Siempre dispuesto ayudar.
El agua, el agua, la p…que la parió.
Un día en el trabajo, vuelvo de tirar la basura, y, me encuentro dos perros amarrados a la puerta. Dos sucias mochilas. Entro y oigo el agua de la ducha. Me acerco sigiloso cual gineta para descubrir a dos titis dándose la ducha de su vida. Me salí con los perros.
-Perdón. Ya no podíamos más. Llevábamos una capa de sal que nos sentíamos en salmuera.
-¿Podemos lavar unas bragas en la pileta? Por fa.
-Claro. Si llegáis a decir tangas o braguitas; no respondo de mí.
¿Pero bragas? Adelante hasta Alicante.
Total sí venía el encargado o la jefa estaba despedido. Saqué la última litrona Xibeca y me la bebí con los perros.
Al amanecer se marcharon dejando una fragancia a rosas y jazmín . Hasta a mí jefa le cogieron el gel. Que no me pase nada.
Un camión cisterna valía 60€. Sí, ya sé. Igual que un pollo de farla pero más grande. La mujer de la oficina de suministro me dejaba hasta dos camiones al fiado. Mis buenos ratos de conversación me costaba el crédito. Debería haberme dedicado a la venta inmobiliaria o entrar en política. Todo antes que aceptar trabajos de mierda con nóminas ídem de marrones.
Ayer encontré en el costurero buscando un botón la herrumbrosa llave de la casita payesa en Formentera. Esa imagen me llevo al ensueño. Era el paraíso. Pero mi obligación era desertar. Es mi signo.

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