Cenicienta
Se arrastró con los cuartos traseros destrozados hasta la puerta. Tenía que morir en su casa. La casa que la recogió cuando no era más grande que un puño de aquel extraño hombre. A su hermana o hermano una mano la cogió y no la volvió a ver. Había un perro rojizo que, no muy convencido, acepto su presencia. Creció. Tuvo sus camadas. Le cogió gusto a la calle. A esperar al extraño hombre que venía de comprar. Con suerte traería bocaditos de lo rico. Un día desapareció el rojizo perro. Sabía que estaba bajo las maderas rodeadas de blancas piedras. Con sus pelotas de tenis y sus huesos de ternera. También se fueron muchos compañeros. Hijos también. Y pasaban los años. No dejaba de cruzar la carretera y visitar las casas vecinas. Hasta que llegó esa rueda.
La muerte en la naturaleza trae más muerte. Ahora he puesto pienso a sus gatitos. Invisibles hasta ahora, salen buscando a su madre. Se ocultan en la leña ante el extraño humano que les pone pienso y agua. Espero que se salven. Ni soy dios ni lo pretendo. La

naturaleza decide. Sea.
Comentarios