¿Bendición o maldición?
¿Es una bendición o una maldición? Esa inevitable conexión entre la mirada y la mente literaria. Sin pretender ser llamado escritor; algo escribo, he escrito. Siendo mi sustento, mi asidero firme, para soportar este desbordado mundo.
Baja del autobús un hombre enjuto de cara castigada y ojos de viudo. Lleva una bolsa de una afamada ferretería. Una sierra de arco se dibuja tras el envoltorio. Al pasar un aroma de calamares a la romana me golpea. Hace ya frío otoñal. Encenderá la estufa de leña y se comerá el bocadillo del Tubo con un palmo de vino de Barboles. Le aburrirá la tontería televisiva y se acostará con la radio. Mañana estrenará la sierra en los olivos.
Antes, en la estación, un cuarentón juvenil, llama mi atención. Lleva melena macarra, setentera, chupa de polipiel negra. Vaqueros prietos, botos camperos, y parece perdido en el tiempo. ¡Que ganas debe de tener de llegar a su pueblo! Al bar de su barrio. Ya se casaron sus amigos, ya tienen hijos en edad de quintar. ¡Que gracia! Recuerda su mili en Melilla. Apunto estuvo de meterse legionario. Una cerveza y a casa. Su madre le aguarda con sopa y tortilla de patatas.
-¿Cómo está la tía Dolores? ¿Que dijo de los membrillos? Siempre le ha gustado su olor en el armario ropero. ¿Y en el paro que te han dicho.
- Déjeme ver la peli, madre. Acuéstese.
No para esta cabeza mía. Los pueblos se suceden. Volutas de humo se alzan de los tejados. Olor a leña. Las calles desiertas.
Le hago la puñeta a Bigotes que ladra un quejido de perro viejo. Viene a la puerta con la gata cenicienta. Y también desenvuelvo un bocadillo de calamares. Otro día muere por Rodanas. Las luces titilan en Salillas y Lucena. Y tan feliz.
¿Una bendición o una maldición?
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