Antes de la invasión.


 Los días previos a la invasión se sentía la isla como parte de la respiración y del latido. Encontrar un lunes la cala preferida sin rastro humano. Desnudarte. Sentir la caricia del tibio sol y la brisa amable. Los oídos se sanaban de la infernal maquinaria, incluso del rock o, sinfonía. Ni radio ni libro. Sentir como sienten los doblegados arbustos el peine del viento. Aspirar el aroma, la fragancia marina. Cual Dionisio agotado, abrir una botella de tinto, cortar un tomate, abrir la tostada chapata y aplicar la sobrasada picante. Rendirse al cálido efluvio y sentirse besado, integrado, amado por la vida. Sin miedo a los días agotadores por venir. Agoniza el sol, la luna en bragas despunta por el oriente. Regreso por la payesa campiña a mi pequeña luz. Los gatos siempre tienen hambre.

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