Amaneceres antes del suplicio.
Sentía con grato placer el amanecer tras los cristales. Ese vislumbre rojo asomando entre colinas de pinos. Un café negro, un Camel, y una copita de
Frigola (licor de tomillo). La furgoneta blanca a la puerta de Ca’n Beya; esperando el culebrear por la isla. Ora llevando mano de obra; ora llevando material. Pero, ahora, el nirvana obrero: café, cigarrito, licor que calienta la entraña. Los currantes hablan de fútbol, alguno se atreve con un chiste; yo miro y espero por el cristal. Saben que soy el furgonetero del Tejón; un nuevo constructor que sube como la espuma. De 6 currantes a más de 100. Inmigrantes ilegales casi todos. Cosas de Ibiza. A lo mejor de toda España. Miro el reloj, pagó a Fina, y subo a mi largo navío. Ahora soy capitán pirata. Me dirijo a puerto a recoger ecuatorianos. Sus termos de arroz especiado llenan el navío de una fragancia tropical. Callados. Ganan un buen dinero, aunque sospechan que siempre les pagan menos horas. Callo. No soy ningún héroe. Y gasto mucho dinero a diario. Vicios. Comer y cenar a la carta. Hipoteca, incluso.
Desembarcan, y otro viaje, a llevar manos y espaldas a otra obra. Luego material. Cuando el Tejón se agenció la reforma de un hotel, a contrarreloj, me olvidé de mi cama. Dormía en el mismo hotel o en la furgoneta a las puertas del Club 80. Tenía dinero; pero no tiempo. La ropa que no aguantaba su roce la tiraba al plato de ducha y mientras me duchaba la pisaba como si pisará uvas. La aclaraba y colgaba del balcón.
Tres turnos de trabajo. Algunos hacían dos del tirón. Turnos de más de 10 horas, claro. He visto a un muchacho subir por unas escaleras con dos tableros, caer hacia atrás, y quedarse quieto. Correr, pensando que se había desnucado, y estar felizmente dormido.
¡A saber cuánto llevaría sin dormir!
He visto a un gallego dormir de pie apoyado en la pared. Calzaba un 46 y medía 1'60. Sorprendió a su mujer en una orgía con dos gays y se hizo ibicenco. Como tantos. Un Decamerón obrero. Albañiles para Lady Chatterley. Historias reales que daban grima y pena; y risa, mucha risa cocainómana. Las rayas en la llana y que rule.
Nadie se preocupaba por nadie. Éramos corsarios. Permitidos por las autoridades para el enriquecimiento de la isla. He llevado una mañana de domingo a 22 inmigrantes en la furgoneta ocultos bajo mantas llenas de yeso. Pasado dos controles de alcoholemia, apestando a Havana 7 y con los ojos ocultos bajo unas Oakley de 300€ compradas a un famoso yonki ibicenco por 10€. Cosas del apremio y la ansiedad.
Y un día, como el explotar no conoce límites, le tiré las llaves de la furgoneta a la mesa tras una mala jugada.
"Me estoy jugando mi libertad y mi salud para que te forres de pasta, y me quieres tangar 500 lereles del sobre. Así te veas cómo las bombillas. Con el cuello enroscao y las tripas ardiendo." Los gitanos granainos se miraron en silencio. A otro lo hubieran abucharao. Para ganar puntos. Pero el Maño estaba muy loco y siempre llevaba el cuchillo de su padre en el tobillo. Un cabritero viejo afilado a mano que cortaba la caña de lomo como mantequilla.
Me fui a buscar a mi compadre y nos tiremos dos días de fiesta. Comer, beber, ejem, ejem...
Cuando dormí la perseguidora, bien anestesiada la muy puta resaca; fui con mi perolo rojo a ver amanecer a mi ventana. A Fina le extrañó verme de limpio, duchado y afeitado, incluso bien dormido. Pero, como buena ibicenca, a lo suyo: el pequeño colmado y el bar.
Vi pasar la furgoneta llena de morenas caras. Todo seguía su curso. Otro se la jugaba por el vil metal. Suerte.
Los currantes del bar me miraban; se hacían señales. Sabía quién odiaba a mi exjefe y a sus maneras sin ley.
Me fumé otro cigarro hasta que se fueron los curritos; quedando jefes de obra, encargados.
Me acerqué con la verdad en los labios. Palabras y hechos.
A las dos horas estaba firmando un contrato de prueba para trabajar para el hijo de Antonio Molina, Toni.
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