Cabello de azafrán y corazón de carbón.
Pensó, y pensó bien, que nunca podría acceder a ese rotundo culo. A esa melena rizada de color azafrán. Esos labios garbanzuelos que poblaban sus sueños y masturbaciones. El coraje le venció al amanecer. Escogió la sogueta de trabar las patas de las ovejas y desafió a la hermosa alborada. Se colgó del algarrobo donde había tenido el columpio de niño. Creyó que no se estaba asfixiando; que por fin le decía que sí. Aquella camarera desafiante del bar que habían abierto a penas dos meses donde antes estuvo la casa de su abuela. Dos meses en que se enajeno detrás de sus andares felinos. Subida en altos tacones transparentes con pececillos rojos bailando. Sus rotundos caderazos con la bandeja sobre la cabeza, esquivando moscones, marcaban el ritmo de su enfebrecido corazón de pagès tranquilo. Con aquellos bajeros shorts deshilachados ajustados a sus glúteos como una segunda piel. El tanga de puntillas lila y el tatuaje de yegua folladora que indica por donde le gusta que la tomen sin remilgos. Un sombrero de cowboy negro sobre sus guedejas de bronce y esa forma de mirar sesgada que ponía en erección las colillas aplastadas del cenicero. Todo el dinero gastado y prometido no sirvió de nada. La hiel le subía a la garganta cuando veía como se iba al amanecer con aquellos jóvenes fashions camino de Amnesia o Space. Como la sobaban y besaban aquellos tatuados y musculados en el gim. Él era fuerte. Pequeño pero robusto por las faenas del campo y los años en que fue camarero de chiringo en la playa. No era viejo ni joven; ni pobre ni rico. Tenía dinero para gastar y la vida futura asegurada. Pero la quería a ella. La tía buena común que había elevado a diosa por su anhelante deseo. La hiel que se hacía nido de avispas en su garganta fabricando un cáncer de barro seco. Por muchos chupitos que tomará para aliviar el mal sabor, por muchas propinas que dejará al recibir el cambio, la indiferencia de élla, lo mataba. Y se ahorcó sintiéndose perdedor y poca cosa para ella.. Pensar que me la había follado en los servicios de Space por unas rayas y un par de rulas me hizo sentirme mal. El mundo es tan injusto y cabrón. Ella tuvo que dejar su trabajo de camarera; incluso oí que dejo la isla. Como si le pesará la muesca en sus caderas incitadoras. Quedo la leyenda maldita para las aburridas noches de invierno al amor de la lumbre. Estos pageses eran capaz de todo. Tras su aparente tranquilidad de higuera; ardía siempre una obsesión. Por perder a las cartas una finqueta o, una obsesión sexual que se enraizaba hasta la médula, podían tomar las medidas más drásticas. Era un quitarse de en medio que la vida no vale tanto. Si no se puede tener a una dalia pelirroja desnuda y dispuesta, esperando a derretirse follando mientras los gallos asesinaban a la noche y abrían las navajas en el cielo que se desperezaba tranquilo cada mañana.
Pague las dos frigolas con hielo, la de su tío y la mía, y alegue prisa por marchar. Sus ojos se anegaban con un velo de amargura. Muy de hombre entero. Aún llegué a escuchar: "Puta vida. Podía haber tenido a quien quisiera....pagando y sin pagar.El sol no entendía de amores ni de penas. Me pego un gancho de izquierda que me hizo buscar la sombra del bar más cercano.
"Fragmentos de "Ibiza Caníbal" por Manuel Sáenz.
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