MANOLICO Y SUS ENSOÑADORAS LECTURAS




Tras la siega, Manolico, descansaba hasta mediados de julio. En las mañanas de junio, bajo la atenta mirada de Don Rafael, se encargaba de engrasar los puntos de engrase de las cosechadoras hasta que no les entraba ni una gota de grasa. Después, desayunaban y cogían el Jeep Comando para supervisar la cosecha. Manolico, aupado en unos cojines, conducía con los cinco sentidos puestos en el estrecho camino. Una nevera rebosante de botellines de cerveza El Aguila entre cubitos de hielo tintineaba alegremente en el asiento trasero. Los maquinistas al descargar por las tolvas el dorado grano en los rojos remolques, descendían de sus puestos de conducción para trasegar de un trago el ambarino y refrescante líquido. Con satisfacción devolvían el botellín vacio a Manolico y le revolvían el cabello en gesto de agradecimiento. Volvían a la dura tarea bajo un sol abrasador, sintiendo el polvo del cereal mezclarse con su sudor provocándoles un picor pasable. Era una más de sus fatigas. El calor, el picor, la boca seca y las ganas de fumar. Todo un conjunto asumible de molestias debido a su trabajo. Don Rafael comprobaba que en la paja que dejaban a su paso no hubiera pérdida de grano. Luego regresaban al caserío para la comida y la siesta.
Cuando la paja era empacada por Pedro el Juicioso, cambiaba la fisonomía de los inmensos rastrojos. Las filas de paja continuas y circulares eran sustituidas por las balas de paja bien prensada y acordonadas con fuerte cuerda negra. A Manolico le gustaba construirse con las balas de paja su refugio particular. Hasta le añadía una especie de corralito descubierto para aprovechando la sombra poder contemplar el azul cielo del verano. Apenas amanecía, cogía al buen burro Chamaco, su morral con bocadillo y batido de vainilla, su transistor, y su más preciado tesoro, su buen número de revistas The Reader's Digest. Despuntaba el sol y Manolico ya se encontraba sumergido en historias de superación humana y luchas contra los elementos. Leñadores en Alaska que perdían un brazo en la serrería y se convertían en magníficos escritores. Granjeros de la pampa argentina que construían chacras y las dotaban de toda sería de comodidades aprovechando la fuerza del viento para tener electricidad y poder escuchar la radio en el porche tras la dura jornada de trabajo. Superación, esfuerzo, lucha, trabajo de generación en generación por dominar y explotar la tierra. El “self made man” típico de la cultura norteamericana. El Prometeo del siglo XXI. Manolico veía a su alrededor y construía naves de cría de codornices y conejos. Veía aquella inmensidad de labrantíos llenos de posibilidades. El burro, ocupado en buscar granos con sus belfos en el suelo, levantaba la cabeza y miraba a Manolico con la mirada perdida en la inmensidad de sus sueños. No comprendía cómo los peones no dejaban de cargar balas de paja y se lanzaban a la carretera a buscar su ventura. Pasados unos años, se haría adolescente y leería mucho, comprendiendo que todo no era aventura y lucha. Y, que en sus padres, había vivido la aventura y el sacrificio. Incluso, Don Rafael, el Amo, había vivido en una gran ciudad, conquistado hermosísimas mujeres y llenado las noches capitalinas de alcohol y opio rondando los cabaret de moda. Sin ir más lejos, su padre era mutilado de guerra. Había sobrevivido a dos heridas graves, combatiendo en contra de su naturaleza pacifica. Su madre había perdido a dos novios en la misma guerra, uno por cada bando en lucha, y había pasado años renunciando a dar cabida al amor en su corazón joven pero herido.
Bajo la bucólica mirada del asno, Manolico desconocía todo los avatares vividos por sus progenitores, y solo se dejaba llevar por los relatos lejanos con final feliz. Más tarde y pagando un precio desproporcionado, aprendería que la vida respiraba por los poros más insospechados. Que al igual que un lobo acorralado, a veces, el hombre metía su virilidad entre las piernas y se orinaba encima, impotente ante su desdicha. Aprendió del fracaso la sabiduría que le llevaría a ser un buen hombre, a estar por encima de los pecados capitales, a sobrellevarlos en su practica, con cierto orgullo libre de perjuicios.
Desconcertado por el entorno, soñando con somnolientos ojos, subió con sus avíos hacia el caserio. Un tazón de gazpacho, algo de carne empanada, sandia o melón y a dormir la siesta en la penumbra de las horas sin nombre. Cuando despertará volvería a leer y a soñar. Hasta que poco a poco se adentrará en la verdad de los hombres y su bacheado camino a seguir.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me ha encantado este relato tan tierno de tu cosecha sabia....
Escribes de ensueño....
Mil besos de luna

Entradas populares