EL SUEÑO DEL COMETA

Estas rosas son para todos mis seguidores del blog. La novela inacabada es para que os entretengais este verano. Os deseo un verano de aventura, amor, salud, y fiestas por esos maravillosos pueblos de la vega.
También agradezco las muestras de apoyo, tranquilos saldré de está como he salido de otras, incluso perderé los quilos que me sobran. Arriba los corazones de la buena gente.
Besos, abrazos, carantoñas, sois los mejores, por lo menos los más pacientes al leerme.
Para los que la quieran descargar y leer en otro formato o imprimir esta en mi cuenta en http://tasio.bubok.com/
A todo el pueblo de Épila, sin excepción, si supieran leer hasta para los perros callejeros.
"Y qué más da ser poeta que ser basura. " Roberto Iniesta.
"¿Y porque amas a tú pueblo, sino puedes vivir en él? Porqué en mi pueblo soy el Pippi. Y aquí soy una puta mierda." Manuel Sáenz.
EL SUEÑO DEL COMETA
Centro de Recreo Rural "Dehesa Nueva"
Épila-Zaragoza-Estado de Aragón-Año 2.040.-
Ligeros temblores habían mantenido a Ona toda la noche en vela. Como si metros subterráneos surcaran las profundidades rojas bajo su cama. Llevaban meses haciendo acto de presencia. Despierta, sin rastro de sueño, decidió encender la radio y colocarse unos cojines bajo la espalda. Desde su ventana vio surgir un sol rojo con reverberaciones irisadas de platino contorneando las suaves colinas. El aire se desfragmentaba en luminosas partículas haciendo visibles los contornos del Centro. La cúpula plástica transparente se ilumino, algún insomne cliente se estaría dando un baño calmante en la piscina hidrófuga. Todo el resto de instalaciones permanecía sin actividad: El Centro Multimedia, el Centro de Pantallas de Internet vía satélite, el Centro de Recuperación Neuronal budista se encontraba en silencio esperando las primeras clases del maestro I Ching Tao. Había sido un acierto de sus padres traerlo de las estribaciones del Himalaya en su último viaje al Tíbet. Sus sabios consejos ayudaron a recuperarse a más de un agotado intelectual aquejado por el síndrome de Poundwer. El islandés Poundwer había sido el primer filosofo-científico en certificar con pruebas irrefutables el próximo fin del planeta Tierra. Además había redactado un tratado filosófico para aceptar el Armagedón y vivir en paz los últimos años. Intelectuales de todo el mundo habían recogido el guante, desafiando con contra-teorías al sesudo finlandés. Tres científicos: dos españoles, un francés y un italiano, habían visto su capacidad científica intelectual agotada, recurriendo a operaciones de microcirugía neuronal para reanudar con energía la batalla final. Al final, desesperados, se habían refugiado en el Centro para ponerse en manos de I- Chin Tao, disfrutar del artificial paraíso rural y esperar el desenlace final, si es que llegaba algún día.
Diego y Ainhoa, los padres de Ona, se mantenían en perfecta forma física a pesar de haber trabajado duramente para levantar su sueño: El Centro de Recreo Rural "Dehesa Nueva". Diego había cumplido setenta y tres años. Su nívea melena adornaba un esbelto cuerpo de junco acostumbrado a las caminatas por el monte, la natación matutina, el yoga, la meditación, y aunque tratara de mantenerlo en secreto, unos ejercicios de pesas realizados para tener sus músculos tensos y no doblegarse al paso inevitable de los años. Ainhoa, cinco años más joven, mantenía su salvaje belleza morena. Su sinuoso cuerpo levantaba suspiros en los clientes de más edad, que dedicados a sus trabajos de investigación o creación literaria, daban al sexo la importancia del grato recuerdo. Su vida en el campo los últimos cuarenta años les había proporcionado salud y armonía. Ona y su hermano Unax, rondaban los cuarenta haciéndoseles difícil seguirlos en sus subidas a Monegre.
Habían dejado la Capital del antiguo Reino al comienzo del siglo XXI tras un trágico suceso. Agobiados por el malévolo cariz que tomaba la vida social en su emblemática ciudad, sin razón lógica para seguir soportando una vida de temor y enclaustramiento hogareño, decidieron tomar un nuevo rumbo y apostar por sus sueños. Como primera medida, vendieron su piso de Madrid. Con ese dinero, los ahorros de la abuela y una hipoteca sobre el gran chalet de la azucarera empezó la génesis del primer Centro de Recreo. Al principio de manera humilde, sin grandes proyectos, solo como una forma de vida acorde con sus ideales. Pero las rusticas instalaciones primigenias del Collado se convirtieron en un éxito de ocupación a tiempo completo. Pronto la demanda fue enorme y tuvieron que pensar en ampliar la oferta. Sin prisas fueron forjando nuevos proyectos. El terreno se agotaba y la demanda aumentaba. Un amanecer estival, Diego apoyó su bota en una roca para atarse los cordones. Al fondo, hacia el pueblo, vio surgir entre la calima el caserío donde se había criado. La Dehesa Nueva. La abandonada finca de cereal que llego hasta a tener una canción en Radio Zaragoza:
"Dehesa Nueva, que grandes cosas tienes. Desde los trigos verdes hasta el vino sin aclarar. Las perdices de Cristina, los conejos del Romeral, el ternasco de Manolo y las migas de la Sara. Esta emisora amiga te quiere saludar".
Diego pensó que no era justo, que no debía morir en el abandono. Comenzó su trote mañanero seguido por sus dos mastines, a los pocos pasos se detuvo, se volvió a girar, y encontró la solución a sus problemas de expansión hotelera. Volviendo a la hospedería, embargado en una ansiedad conocida pero lejana, solo se preguntaba cómo iba a decírselo, a tan temprana hora, a Ainhoa. Su mente hervía en cálculos, proyectos, planos. Sabía que esa sensación creadora rompería su ganada estabilidad económica y existencial. Pero Ona lloraba en su habitación pidiendo pecho, Unax preguntaba por sus botas, y Ainhoa contestaba a sus ruegos. Se sintió salvado, a la vez que muerto de miedo. Se ducho, entro en el despacho y encendió el ordenador. El resto de su vida estaba entrando en una nueva fase, ni siquiera un escalofrió en su hombro herido, logro detener sus ansias de creación.
Ona, mientras se mete en la ducha multiactiva, piensa en el primer Centro, allá arriba en el Collao. El hotelito rural de piedra y madera, la regia biblioteca con chimenea, el gimnasio, el jacuzzi horadado en las rocas por su padre. Aquellos amaneceres veraniegos, cuando entre burbujas calientes contemplaban el lento vislumbramiento del valle del rio Jalón. Las luces de Épila, Lucena, Salillas, Calatorao, eran como luciérnagas agrupadas cuando sus padres les sacaban de la cama para el baño matinal. Al asentarse la luz, las titilantes luces de los pueblos desaparecían, dejando ver los contornos de la amplia orografía de su horizonte. Sus padres, idealistas, soñadores, diferentes, discutían las opciones que el naciente día les ofrecía. Sin olvidar infundir alegría a sus pequeños hijos arrancados del sueño para disfrutar de tan sin igual espectáculo. Luego el desayuno en la gran cocina y el comienzo de los trabajos. Sus padres siempre ocupados con los clientes que venían estresados y derrotados de ciudades inhabitables, y los pequeñines al cuidado de Ana, la joven ecologista que a cambio de alojamiento y comida se ocupaba de ellos mientras sus padres hacían funcionar el pequeño negocio.
Algunos escritores pasaban largas temporadas escribiendo sus obras. Habían encontrado su paraíso. Libros, paz, buena comida casera. Un entorno que invitaba a la creación artística. Pronto la excelencia de los guisos de Ainhoa, enseñados por la abuela antes de morir, fue publicitada por las grandes ciudades. Sus platos de caza, bacalao, las originales ensaladas, los lentos guisos de puchero recuperados del olvido se fueron afianzando en sus fogones, ganándose merecida fama. Los clientes tras una mañana de duro trabajo en su habitación, comunicándose con editores, colaboradores y demás fauna capitalina por Internet vía satélite, se paseaban por la cocina de puertas abiertas. Su prognata mandíbula se licuaba embriagada por los olores de las grandes ollas. Pasaban al comedor hambrientos esperando ansiosos satisfacer su apetito. Luego dormían una siesta de media hora y se ponían en manos del padre de Ona, Diego.
Diego había sido un misterio, primero para sus padres, después para su mujer, y ahora para sus dos hijos. Solitario, siempre enfrascado en algún proyecto, era amable con todo el mundo sin dejar su burbuja aislante. Un verano había conocido a su compañera Ainhoa en sus vacaciones al lado de su madre. Se habían enamorado rápidamente, ambos se necesitaban para seguir con sus vidas. Tras un desenlace trágico habían marchado a Madrid donde Diego trabajaba en una sucursal bancaria. Al principio fue extraña su vida de pareja. Ainhoa tenía a su padre en la cárcel de Zuera como consecuencia de la agresión a su madre y el homicidio involuntario del ex novio de Ainhoa, Mario. Su madre, Carmen, regreso al caserío de sus padres en el Goierri. Diego y Ainhoa se fueron haciendo a la vida en común. Diego siguió en el banco, aprovechando todo su tiempo libre para formarse y dar vida a su sueño. Ainhoa se coloco en una céntrica tienda naturista, estudiando ingles y homeopatía, así como cocina y restauración. No querían tener tiempo libre, ocupados todo el día se encontraban en la noche para amarse desesperados y cerrar agotados un día más. Pasaron los años. Visitaban en vacaciones a las familias, tanto en Aragón como en Euskadi. El hermano de Ainhoa fue detenido en la frontera con Francia. Según la organización independentista, se dejo coger harto de huir y vivir como un animal acorralado. Había mantenido duros debates sobre la residual lucha armada, declarando sin ambages su postura a favor de la entrega de armas y negociación de un alto el fuego permanente. Su postura a favor de los presos era rebatida por la cúpula de la organización empecinada en seguir atentando como única vía de supervivencia de su particular y errática identidad de la nación vasca. Fue relegado a trabajos de logística en la frontera y desconfiaban de su fidelidad a la lucha. Cuando cayó detenido, los cuchillos se alzaron propagando el bulo de su deserción y rendición a las fuerzas de seguridad del estado español. Preso en el Centro Penitenciario de Botafuegos, Algeciras, pronto se unió al grupo de presos que firmaron un comunicado declarando la falta de sentido de la lucha armada. Su valiente decisión le costó la vida, pues el lado duro de la banda decidió dar un escarmiento tratando de parar el número de deserciones. Como Julio Cesar, fue apuñalado en las duchas por varios sanguinarios miembros de su organización, desangrándose sobre las blancas baldosas. Su madre y hermana nunca olvidarían el traslado de sus restos a Ordizia, su pueblo natal. Su entierro bajo la lluvia y los gritos de ofensa de los fanáticos de la lucha armada, que no respetaron ni el dolor de la familia, difamando la memoria del fallecido con gritos de traidor. Su entierro sería el último lleno de controversia, una parte de la población pedía el final de la lucha armada y la negociación; otra mínima parte, un grupúsculo, se aferraba a la violencia. Dos años más tarde, tres activistas relevantes, decidieron dar la puntilla a la organización armada. Defendieron tácticas ultra violentas hasta hacerse con la cabeza de la serpiente. En una operación conjunta y secreta con las fuerzas policiales francesas y españolas, reagruparon todo el potencial bélico en un gran almacén, convocaron a los elementos emergentes más significativos. En un gran despliegue de fuerzas policiales conjuntas, con un amplio despliegue de elementos disuasorios: helicópteros, tanquetas, Geos, los duros beltxas de la Ertzaintza, la DNAT francesa, fueron detenidos con todo el armamento y la mayor parte de los activistas del sur de Francia. Esta operación policial, dio pie a una solapada rendición, con una gran generosidad por parte del Estado español. Volvió a legalizar el frente independentista político, que en dos décadas, libre del lastre de la violencia, consiguió la soberanía e independencia de Euskal Herria, asimismo su integración en la Comunidad Europea de Pueblos.
Una vez concluido el entierro, recogieron a Carmen, la ayudaron a hacer el equipaje, llevándola con la abuela Sara a Épila. Por segunda vez huía a ese pueblo aragonés. La primera vez huyendo de un marido alcohólico y violento. Ahora huyendo del ambiente hostil a la muerte de su hijo. Los abuelos quedaban en el caserío, inmutables, impermeables a todo agravio, impasibles, sin comprender pero asumiendo todo el peso de su tierra sobre sus fuertes hombros. Las dos mujeres, Carmen y Sara, se llevaron de maravilla. Se compraron un coche que Carmen conducía, se hacían compañía, cocinaban juntas, subían al monte a pasear. Sus soledades se redujeron a sus noches de vigilia, cortas noches, pues al amanecer se encontraban en la cocina disponiendo el día café puro en mano.
Los padres de Ona tenían un sueño, bueno era el sueño de su padre, pero al descubrirlo su madre, lo tomo como suyo. El Madrid que su padre había conocido en los ochenta, los años de la movida, la nueva ola; nada tenía que ver con el Madrid de finales del siglo XX. La ciudad contaba con cinco millones de habitantes, la otra hora ciudad alegre, divertida, castiza, dicharachera, se había convertido en un crisol de culturas. Bandas juveniles de diferentes etnias tenían los barrios tomados por la fuerza que brota del miedo. Bandas de mafias internacionales, sucursales de organizaciones europeas, dominaban el espectro de la droga, la prostitución, el crimen organizado. La policía, sujeta a leyes que pugnaban por no caer en el racismo, se veía impotente ante tal despliegue de delincuencia. Así transcurrieron los primeros años del recién llegado siglo XXI. A pesar de la creciente violencia, corrupción política y ansia de riqueza, fueron años prósperos. Los emigrantes llegados de Latinoamérica, Europa del Este, África subsahariana, incluso bengalíes o chinos, se integraron en las bolsas de trabajo sumergido, la desbocada construcción y el servicio hostelero. Locos años que cualquier emigrante con la firma de un familiar podía comprarse un piso de nueva construcción. Los bancos parecían regalar el dinero. Gradualmente pero sin pausa el bienestar económico, el trabajo, la economía en conjunto, se fue denigrando. Luego vendría la recesión de 2.009, un mazazo global que hizo temblar las estructuras económicas. Una crisis que llevo al derrumbe de la Bolsa, las inmobiliarias, las factorías de automóviles, el pequeño comercio, la banca; creando una bolsa de paro de más de diez millones de habitantes. Todos los planes del Gobierno socialista para paliar tal desastre fracasaron. Los emigrantes rechazaron los planes de retorno a sus países de origen, países sumergidos en problemas de supervivencia, terrorismo, paro a mayor escala, y corrupción gubernamental. Las calles se llenaron de desocupados buscándose la vida. Las noches se convirtieron en un infierno. Los barrios residenciales se protegieron con empresas de seguridad cuyos miembros, elegidos sin ningún tipo de referencia o examen, tenían aspecto más de mercenarios de la guerra del Congo que de amables agentes de seguridad. Sin ningún tipo de moral, participaban como soplones de posibles atracos, solo interesados en ganar dinero sin esfuerzo. Las huelgas por los escasos salarios se sucedían sin dejar las calles del Centro sin protesta. La gran huelga de operarios de limpieza municipal lleno las calles de desperdicios que se pudrían en los contenedores llenos a rebosar. El olor a muladar se instalo con su nube de mosquitos infecciosos. El Ejército profesional fue obligado a cargar camiones de basura, barrer las calles y usar las distintas maquinas de limpieza. Protegidos de las pedradas y lanzamiento de bolas de rodamiento de los piquetes por miembros de la Brigada Paracaidista, se veían denigrados en sus funciones militares, dándose con frecuencia la deserción de pelotones enteros envalentonados por la ingesta de alcohol y cocaína. En su mayoría eran inmigrantes que habían optado para conseguir la nacionalidad española por alistarse en el Ejército profesional. Con sus antecedentes penales lavados en sus países de origen por un puñado de dólares, el ejército español tenía un 40% de inmigrantes que no sentían ningún amor a su nueva bandera y patria, solo vestían el uniforme para nacionalizarse y escapar al duro trabajo en la construcción, si no peor, al paro emergente entre la masiva presencia emigrante. Borrachos, drogados, desafiantes, eran detenidos en algún puticlub de carretera donde bebían y fornicaban gratis, atemorizando con sus armas de última generación. El posterior encarcelamiento y pérdida de empleo, les era indiferente, dada la situación general. Solo soñaban con integrarse como sicarios en las bandas mafiosas o de narcotraficantes, aprovechando el entrenamiento especial que habían recibido, esperando de ellos que cumplieran con sus juramentos de lealtad. La única lealtad que tenían era la lealtad al dinero, al sexo mercenario, alcohol y drogas.
El gremio de empleados de la limpieza en todo su conjunto, se solidarizo con los empleados municipales. Hipermercados, supermercados, grandes Centros comerciales, hoteles, restaurantes, bares y cafeterías, bancos, estaciones de metro, aeropuertos, estaciones de ferrocarril, bancos, todo se lleno de basura que se iba acumulando hasta alcanzar alturas de plaga bíblica. Hubo tiroteos, muertos entre los huelguista, heridos por bolas de acero tiradas con potentes tirachinas. Las ratas en manada recorrían las calles asustando a los ciudadanos, fornicaban alocadamente entre chillidos y se reproducían desaforadamente. El hedor pestilente y su nube de mosquitos infecciosos eran los únicos seres vivos que dominaban las calles de día. El caos más absoluto se instalo en las calles por la noche.
Diego seguía con su trabajo en el banco. Ainhoa había tenido su primer hijo Unax. Relegada por maternidad en casa estudiaba cocina, homeopatía, y preparaba bolsitas de mezclas de hierbas naturales para la tienda. Todo explotó cuando asaltaron el banco donde trabajaba mi padre.
Todos los empleados tenían los nervios a flor de piel, bastaba el estallido de una bolsa de patatas en la calle para saltar todas las alarmas. Los robos con violencia se sucedían todos los días. Bandas paramilitares se formaban para llevar a cabo los atracos más audaces. Armados como comandos especiales, antiguos miembros del ejército de países del Este de Europa, asaltaban bancos, Centros comerciales, restaurantes, discotecas, cualquier sitio donde sospecharan que hubiera una fuerte cantidad de dinero. Unas noches atrás, en el asalto a un furgón blindado en plena Castellana, habían entablado un fuerte tiroteo con la policía, empleando armas del mercado negro y granadas anti-carro. Efectuaron una planificada emboscada que se saldo con doce policías muertos y un botín de quince millones de euros. Se suponía que la gran cuantía se debía a un posible cómplice en las estructuras del banco cuya transacción de capital fue sustraída. Sospecha que fue confirmada con el hallazgo de una familia violada, torturada y acribillada en las afueras de Torrejón. La familia de un empleado del banco, lleno de deudas, adicto a la cocaína, que amarrado en una silla tuvo que contemplar la violación en grupo de sus dos hijas adolescentes y su mujer, antes de cortarle los testículos y pegarle un tiro en la nuca. Pago muy cara la posible solución a sus problemas.
Iban a cerrar, cuando dos clientes abrieron sus elegantes gabardinas esgrimiendo sendas ametralladoras Ingram M-10. Abrieron la puerta, después de derribar al suelo al pobre guarda de seguridad al que dejó inconsciente de dos patadas en la cabeza uno de los atracadores. Nadie ofreció resistencia, con rápidos movimientos llenaron sus bolsas negras de basura de billetes, nadie pulso la alarma. Cuando salían, en perfecta estrategia militar, todos los empleados permanecían en el suelo con las manos en la cabeza. El semiinconsciente vigilante, en un acto reflejo de heroísmo, cogió por la pierna a uno de los asaltantes. Este, furioso se volvió dirigiendo la bocacha de su arma en dirección al caído vigilante. Una ráfaga de proyectiles hizo impacto en el cuerpo, haciendo vibrar al caído, la sangre saltaba tiñendo las blancas paredes. En su estertor de muerte tiro con sus últimas fuerzas de la pierna del atracador que doblego las rodillas rociando con una ensalada de balas toda la estancia bancaria. Se desasió de la mano del muerto vigilante, le dio una patada, y salió a la calle donde dentro de un potente coche esperaban sus compinches.
Diego, al hacerse el silencio, no se percato que sangraba del hombro. Abrió los ojos para encontrarse con los ojos desorbitados de su director que lo miraban desde un lejano lugar. En su frente un clavel reventón no dejaba de manar sangre y materia gris. El vomito se elevo desde sus entrañas. A duras penas se levanto y vomito contra la pared. Sus compañeros se buscaban heridas de bala y se cepillaban la ropa para quitarse las esquirlas de escayola del techo. Un rio de roja sangre partía del cuerpo del caído vigilante, lentamente sentaba su orografía en dirección al Centro de la estancia. Pedro, el cajero, se acerco a Diego, y le señalo el hombro sangrante. Al tocarse sintió un eléctrico calambre, así como un escalofrió de terror. Estaba herido. Pronto pero tarde, aparecieron los primeros policías pistolas inútiles en mano. Una ambulancia llego con gran estridencia. Diego se encamino hacia los sanitarios, cuando vio venir a Ainhoa corriendo por la calle. Alertada por la ambulancia y las sirenas de la policía, su corazón le dijo que esta vez les había tocado a ellos. Dejo a su niño al cuidado de la vecina que alertada se encontraba en la puerta, al igual que todo el vecindario en dos manzanas. Se abrazaron con una intensidad dolorosa, luego fue alzado en una camilla y conducido sin demora al hospital San Rafael por ser el más cercano.
Cuando despertó con la boca reseca y el cerebro algodonoso por efecto de la anestesia, no recordaba nada. Abrió los ojos entre tinieblas para observar a su madre sentada en un sillón. Creyó que había vuelto a su niñez. Confusos los recuerdos le llevaban a la primera y única operación de su vida. Un quiste en el occipital oculto por la maraña de pelo. Su madre al ponerle un gorro de lana descubrió el bulto, sembrando la alarma. Fue llevado al médico del pueblo. Este veterano medico había ejercido como remendador de heridas de bala y metralla en la no lejana guerra civil. Hombre de rudas maneras, acostumbrado a decisiones rápidas, esgrimió el bisturí disponiéndose a extirpar lo que para él era un quiste sebáceo. Pero Don Rafael dijo: Alto, ahí, carnicero. ¿Que por qué se atrevía Don Rafael a dar órdenes en la consulta de tal bruto doctor? Simplemente, era el terrateniente más importante del pueblo. Bisturí en mano se detuvo en su acción, hecho que salvo la vida del joven Diego. Llevado en el estrecho Caravell francés hasta Zaragoza, fue examinado por el célebre cirujano Pérez Lozano en su propia clínica. Con toda precaución fue sajado el quiste en el quirófano por tan sabias manos. Apenas penetró el bisturí, un chorro de sangre broto con estrepito manchando al asombrado cirujano que reacciono inmediatamente ante la nueva situación. No se trataba por lo tanto de un quiste sebáceo, sino de una obturación en un vaso sanguíneo. Restablecida la circulación, restaño la herida con seis puntos de sutura, dando por finalizada su operación.
Al volver la cabeza se encontró con la bella Ainhoa. Dormía desmadejada en el sillón, con una revista naturista caída a sus pies. Diego no intento llamar su atención. Se contento con contemplarlas, ora a su madre, ora a la madre de su hijo. Atontado como estaba, dolorido su hombro reconstruido, no pudo dejar de pensar que sus días en Madrid serian los mínimos e indispensables posibles. Cuando termino su convalecencia y pudo maniobrar, arregló su despido, despido generoso con una indemnización elevada por su herida en el atraco. Puso en manos de una agencia inmobiliaria la venta de su ático-abuhardillado. Contrato los servicios de mudanzas de la mejor empresa de Madrid. Al cabo de dos días se encontró desenvolviendo libros, discos, y demás enseres en su querido chalet de la azucarera de su pueblo, Épila.
Pronto se vendió su ático a pesar de la imperante crisis. La zona Centro seguía siendo atrayente para artistas de reciente fama y dinero. Las calles se encontraban patrulladas por agentes de seguridad que alejaban a posibles individuos conflictivos. Muchos millonarios habían abandonado sus chalet de urbanizaciones de lujo para volver a los pisos del Centro de donde habían salido. Los secuestros, asaltos en las urbanizaciones eran constantes. Las bandas se encargaban de sembrar el terror para que nada más entrar por la puerta les ofrecieran dinero, joyas, todo con tal de que respetaran sus vidas. A veces se contaba que familias enteras habían sido torturadas, violadas y masacradas solamente por la falta de suerte de una moneda lanzada al aire. Estos seres, verdaderos servidores del diablo, sabían que su vida no tenía ningún valor. La cárcel o la muerte era su único futuro, mientras llegaba, solo vivían para perpetuar una orgia de sexo, alcohol, drogas, comida abundante en algún refugio secreto. Se habían descubierto almacenes alquilados en las afueras que parecían abandonados por fuera, teniendo toda clase de lujos en su interior. Caravanas de trescientos mil euros equipadas con televisión por cable, tv gigante de plasma, forradas de terciopelo rojo, tal era la adicción al color de la sangre y del infierno de sus enajenados usuarios. Con grandes camas de sabanas de seda donde se acostaban con las muchachas de sus países integradas en las redes de prostitución. Sometidas al régimen del terror, sus hermanos y padres amenazados de muerte en sus países, eran sometidas a abusos de película extrema pornográfica. Vivian una vida de película gore hasta ser abatidos por la policía, por otra banda rival o morir de sus excesos con la cocaína, la metanfetamina o la ingesta de docenas de éxtasis en sus orgias de sexo de un infarto cardiaco, harto de bombear sangre a tan inmerecidos humanos.
Diego colocaba los libros en los estantes, mientras de reojo veía a Ainhoa jugando en el luminoso jardín con Unax. Las abuelas cocinaban a dos manos y los olores del guiso de bacalao llenaban las estancias. Los gorriones gorgojaban en los plataneros y el olor de las rosas competía con el cálido aroma de la cocina. Madrid era un recuerdo, un mal recuerdo. Por delante estaban sus planes. Era la hora de hacer los sueños realidad.
Primero se agencio un Land-Rover con un carro grande que se podía enganchar detrás. Fue una ganga que encontró en internet. Subió con él hasta el aprisco abandonado de su padre. El Collao era una paridera de ovejas dividida en dos majadas de grandes dimensiones. Cerca pasaba la línea de luz de alta tensión que llevaba la electricidad al Santuario de Rodanas. Solamente había que desviar una línea a un transformador y tendría luz y energía. Bien, ya tenía luz. Ahora agua. Construir un aljibe donde se encontraba el pequeño pozo, mínimo un millón de litros. Con una entrada direccionada al torrente que bajaba de Peñas Negras, dotada de potentes filtros y una sala de control de cloro, pH, conductividad, etcétera. Bien, agua y luz. Ahora una fosa aséptica de gran capacidad dotada de posible eliminación de olores y desodorización por medio de productos químicos, los menos posibles, no era cuestión de llevar al puro monte toda una planta petroquímica. Mano de obra había abundante en el pueblo. Las fábricas filiales a la General Motor habían sido llevadas a Turquía donde la mano de obra estaba a bajo precio. Unos buenos albañiles autóctonos, unos marroquís diestros con la piedra y algún buen grupo de carpinteros polacos diestros en la madera. Manos a la obra.
Cuando el viejo Alcalde concedió audiencia a Diego, lo primero que se le vino a la cabeza es que estaba loco de remate. Venía con sus greñas, sin afeitarse, a pedir algún tipo de ayuda o subvención para construir un hotelito rural en la sierra de Rodanas. Sabía por la prensa que había sido herido en un atraco con víctimas mortales. Sabía que era el hijo de la Sara, mujer simpática, pero que nunca se había integrado a las maneras del pueblo, viviendo en la azucarera distante y solitaria, ahora que el Cuartel de la Guardia Civil se había trasladado al pueblo. Sabía que tenía un hijo pequeño, una buena posición económica, pero ignoraba que se encontrara perturbado. Desde su poltrona, ocupada desde que llegó la democracia tras la dictadura, observo al personaje.
La política estaba hirviendo con la gravedad de la crisis y la recesión. El partido independentista aragonés subía enteros día a día, su partido tras tres legislaciones se encontraba contra las cuerdas por no encontrar soluciones a la crisis, el paro y la desigualdad de las autonomías. Euskadi, desarticulada la banda terrorista, solo con una presencia suicida y residual, se encontraba en un proceso de autodeterminación imparable. Cataluña caminaba por el mismo camino. Las autonomías fuertes, Aragón entre ellas, estaban hartas de alimentar y sufragar las desnortadas políticas autonómicas socialistas que habían creado bolsas de parásitos y pobreza en el Sur. Políticas, mal llamadas solidarias, que habían arruinado el país. Italia había tomado medidas en primer lugar, medidas impopulares para la izquierda, pero que demostraron su capacidad de reacción y salvaron la economía del país, así como trajeron cierta paz a las calles. Francia opto por adoptar más tarde las mismas medidas pero suavizadas con palabrería, requiebros dogmaticos y guantes de seda. Gran Bretaña sacudida por el terrorismo islámico, se limito a construir grandes Centros carcelarios a donde iban a parar miles de emigrantes islamistas sospechosos de relacionarse con el terrorismo. Solo la repatriación les abría las puertas de la cárcel. Sí, era un hervidero político impensable unos años antes. Rusia, Norteamérica, China, Latinoamérica, veían tambalearse sus baluartes. El caso de Norteamérica era terrible. A penas alcanzada la Casa Blanca por el primer Presidente afroamericano, todas las estructuras sociales fueron cambiando. Volvieron los soldados de Irak y Afganistán, pues el coste de la guerra era inabarcable para una administración en recesión enfangada por problemas interiores. El paro subió hasta cotas impensables. Las catástrofes naturales se sucedieron llevando a la zona de Florida, Nueva Orleans, Luisiana, a un caos total. Las ayudas internacionales no alcanzaban para paliar tales desastres en forma de huracanes y terremotos. San Francisco volvió a tener un terremoto similar al que destruyo la ciudad en 1.906. Un seísmo de una intensidad del 8 al 9 en la escala de Richter cuyo epiCentro se conCentro en la costa de Daly City, provoco un maremoto que arraso la ciudad. Las medidas tomadas por el presidente demócrata Barack Obama se tornaron radicales para salvar al país de su mayor crisis económica y social. El dinero de armamento y defensa se desvió a alimentar a las masas de parados, desahuciados de sus casas por los grandes bancos hipotecarios, empresarios arruinados que vagaban enloquecidos por las calles tras perderlo todo. Se implanto la primera seguridad social pública para todo tipo de ciudadano. Todos estos adelantos se vieron detenidos al ser abatido el presidente por un francotirador perteneciente a un grupo de extrema derecha racista. Los supremacistas blancos buscaron desde el principio la eliminación física del Presidente. El antaño gran país se vio sometido a desordenes sociales en todos los barrios negros de las grandes ciudades. Se impuso un protocolo de emergencia y se instauro la ley marcial con estado de excepción. La Guardia Nacional patrullaba las calles por el día. A las nueve se tocaba el toque de queda y patrullaban los marines recién llegados de Irak.
China crecía de manera incontenible acaparando el mercado del petróleo. Su contaminación envolvía las grandes ciudades, viéndose sus ciudadanos obligados a usar mascarillas respiratorias. Sus ciudades se veían impotentes para albergar cientos de miles de vehículos a motor que sembraban el caos circulatorio.
La India seguía con su guerra contra Paquistán, su escalada en armamento atómico y su densa población sumida en la miseria.
En Latinoamérica se observaban dos tendencias diferenciales. Por una parte, los seguidores de la izquierda antiimperialista se habían unido en organizaciones de colaboración económica. Un reticente Brasil había cedido al final al cerco de proveedores de energía constituidos sus gobiernos por los hermanados en la nueva izquierda. Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, sometían al coloso gigante brasileño a recesiones de gas y petróleo, doblegando al previsor Lula da Silva a sus políticas de confrontación con el coloso del norte, Estados Unidos.
Subía Diego por el camino maravillado del suave ronroneo del viejo Land-Rover. Había aprendido a conducir con un modelo que bien podía ser llamado abuelo de su actual vehículo. Viviendo en la Dehesa Nueva que carecía de línea de teléfono pronto se hizo necesario su manejo del volante. Tendría doce años cuando Don Rafael se puso gravemente enfermo. Un domingo gélido de enero, amaneció sudoroso con una fiebre altísima, escalofríos, dolores musculares, todos los síntomas habituales de una gripe o bronquitis aguda. Por ser domingo, los peones no se encontraban en la finca. Como último recurso, ante la gravedad que tomaba su enfermedad, se decidió que Diego bajara andando hasta la fábrica azucarera, desde donde podía llamar por teléfono al médico. Diego decidido emprendió el camino de bajada, diez quilómetros en medio de unas neblinas sueltas que amenazaban con juntarse para envolverlo en un manto de frio algodón. Cuando alcanzó la nimia cumbre del Romeral la niebla se cernió sobre él envolviéndolo como una nube. Sudando por la caminata, temeroso de no cumplir su misión, sintió una desesperación desconocida. Acentuó su mirada para poder seguir las estrías que los tractores dejaban sobre el camino. Varias veces se salió dando con sus rodillas en las cepas de los viñedos de las estriberías. Cuando las primeras lágrimas pugnaban por salir, escucho los roncos ladridos de "Milu" el mastín de la finca. Al momento apareció a su lado, alzando sus pesadas zarpas hasta su pecho logro calmar su inquietud. Aferrado a su denso pelaje hizo el resto del camino hasta entrar por el puente del ferrocarril en el conjunto de viviendas de la azucarera. El médico fue llamado por teléfono apareciendo con su seiscientos blanco. A duras penas lograron que "Milu" se aposentara en el asiento trasero. Subieron a la finca donde D. Gilberto se ocupo de atender al enfermo. Recuperado Don Rafael, se encargo de enseñar a Diego a conducir el Land Rover. Pronto sería un chofer excelente, a pesar de los cojines que tenía que ponerse bajo el culo para llegar a ver bien el camino.
Pensaba Diego en todo esto para relajarse y olvidar la fiebre constructora que lo embargaba. Aún sentía su hombro desencajado por el balazo. Su mente de dispersaba por los campos abandonados donde crecían altos cardos y hierba abundante. Casi no quedaba nada de la vieja agricultura y ganadería que había conocido con su padre. El pastoreo había trasmutado en una ganadería intensiva a base de estabular y criar con premura una carne que había perdido el sabor de antaño. La agricultura de secano había sido declarada no rentable, dados los precios del gas-oíl, los abonos, simientes, maquinaria. Los fértiles campos de cereales permanecían yermos, ni siquiera se veían barbechos, solo abandono a la salvaje floresta. La primavera había hecho florecer los campos llenos de amarillas y blancas margaritas, cardos coronados de malva, engrame verdoso alfombraba los grandes campos de cultivo. Qué pena que su padre no estuviera para verlo. Pero se había ido, perteneciente a otro tiempo. Tiempos de sudor perlando las frentes inclinadas a la tierra, azadones prestos a socavar las cepas, espaldas de tensados músculos acostumbrados a sufrir. Pastores apoyados en cayados de avellano, sus burros cerca cargados con el avió diario. Bucólicos soñadores, entrecerraban sus ojos escuchando una canción de Manolo Escobar que les llevaba a playas con turistas en bikini, minifaldas y paellas de marisco. Todo había dejado de existir. Solo quedaba el campo con sus arrugas y su dolor de agotada parturienta. Había proveído a sus dueños de pan y vino, alegrías y tristezas, para acabar abandonado, provecto de fertilidad pero yermo de amorosas manos que le trabajaran el rostro llenándolo de espigas, pámpanos de dulce uva. Hasta las higueras de sus esquinas aparecían esqueléticas y fantasmales, alzando su quejido al cielo. Diego paro el coche y se apeo. Cogió en su mano un puñado de tierra roja y la lanzo al aire. Era la hora de dar vida a este paramo, devolverle algo del esplendor pasado. En su justa medida, se dijo, haría todo lo posible.
Ona comprobó que Francés, su hija de 18 años, tampoco esa noche había subido a dormir. Rebelde e insumisa, había esperado con ansiedad cumplir su mayoría de edad para obrar a su real antojo. Cuando Ona y Derek decidieron separarse de mutuo acuerdo, ella había buscado al padre para conseguir mayores cotas de libertad. Derek, al ser ucraniano, no daba la importancia requerida al hecho de que Francés quería ser, a sus diecisiete años, libre de obrar a su antojo. Tenía novio desde los quince, Ahmad, un descendiente de tercera generación de los primeros argelinos ubicados en el pueblo. Nadie había puesto barreras a su relación. Ahmad, había sido un joven aplicado en la formación profesional, terminando su tercer año de estudios con el título de Técnico en electrónica de computarización. Diego, lo contrato para su Centro, aún a sabiendas de que tendría que trabajar con su nieta, pues ella, una experta internauta y programadora, trabajaba en la sala de comunicaciones. De ojos negros, cabello retinto y un musculoso cuerpo de atleta, Ahmad, pronto conquisto a la adolescente ansiosa por ser adulta. Hank, el hermano de Francés, no vio con muy buenos ojos que su única hermana empezara a coquetear con un árabe tan guapo. Quizá, el motivo más elocuente, fuera su encubierta homosexualidad, y su solapada atracción hacia Ahmad.
Hank, se llamaba en realidad Carlos, pero su madre, lectora empedernida, siempre le había llamado Hank, en honor a el escritor marginal norteamericano Charles Bukowski. Dicen que el nombre marca, pero Ona, nunca hubiera sospechado que su hijo, criado entre caballos, motos todo terreno, y un ambiente tan varonil, hubiera nacido con una percepción tan acentuada de sensibilidad. Al principio, que rehuyera todo acercamiento a los animales de montura, no fue tomado en cuenta. Que prefiriera pintar sus cuadernos de dibujo, leer incasable sus cuentos de Walt Disney, fue tomado como algo normal. Más para su abuelo Diego, que había tenido una infancia similar. Luego, al alcanzar la adolescencia, busco la compañía de los escritores que pasaban largas temporadas descansando. Francés vio con buenos ojos que se interesara por la literatura y la poesía. Ella jamás veía la televisión, bueno, solo documentales sobre arte. Luego la adolescencia bella de Hank, perturbaba la paz de los creadores, pues sus ojos se posaban con deseo en su anguloso rostro de pómulos altos, su atlético cuerpo, sus intrigantes ojos verdes heredados de su abuela y su prestancia eslava heredada de su padre. Diego, a regañadientes, reunió al clan familiar, y se decidió enviarlo a estudiar a San Sebastián. Que buscara con plena libertad su sexualidad, se formara intelectualmente, y si no se sentía a gusto, podía regresar cuando quisiera. Así se hizo, se licencio en arte y literatura, publico poemas, se enamoro de un profesor. Su vida se trunco cuando en un arrebato romántico, el profesor, veinte años mayor, le escribió un poema de despedida y se suicido. Por supuesto, volvió Hank a su casa en las montañas. Paso un tiempo de convalecencia, pero entre Diego, Ainhoa con sus hierbas, y sus padres, aún no separados, volvió a reír. Llego a un acuerdo con su abuelo Diego, trabajaría en las instalaciones para ganarse el sustento. Solo pidió las tardes libres para escribir y estudiar en la biblioteca. Por supuesto Diego, acepto. Pronto, en sus insomnios, lloraría al descubrir los poemas que tímidamente colgaba su nieto en los blogs de poesía.
Ona se enfundo su mono presurizado ultraligero y bajo al comedor familiar. Antes de abrir las batientes puertas, supo que sus padres se encontraban levantados. Diego, café en mano, visitaba páginas web sobre alteraciones sísmicas. Ainhoa, en otro ordenador portátil, preparaba menús, compras al hipermercado, y hasta veía por un pequeño recuadro, la imagen de su huerto que una cámara le trasmitía previamente haber encendido todas las luces. Se sirvió una taza de té de roca con miel de romero, pues desde su separación, había vuelto a fumar marihuana para coger el sueño. El té le abría los bronquios y la miel le endulzaba la boca, eliminando el regusto amargo de la marihuana. Miro a su padre entregado a su extraña afición por la meteorología y las previsiones para el día que acababa de comenzar. Ainhoa mando la lista de la compra al ordenador del hipermercado, que a primera hora subiría las mercancías. Su padre la cogió de la mano y la saco de sus previsiones llevándola a una gran piedra horadada en forma de banco y de cara al sol naciente. Era la piedra que su padre utilizaba más de sesenta años atrás para alzarse a la grupa de su burro Chamaco. Allí comenzaba en realidad su día. No pasaban más de veinte minutos, cogidos de la mano. De lo que allí hablaran nadie tenía constancia, pues nadie tenía permitido acercarse a esos minutos de intimidad. Luego se levantaban y cada uno marchaba a cumplir con sus obligaciones. Mi padre llamaba a sus dos mastines y subía hasta Cristina. Mi madre volvía a sus encargos, y se dirigía a la cocina principal donde se preparaban los desayunos de los clientes. Solo algún insomne cliente esperaba a mi padre, le pedía permiso para acompañarlo, pronto el silencio del amanecer se veía turbado por los nombres de Kafka, Shakespeare, T.S.Eliot, Freud, y tantos otros que rondaran por la cabeza del insomne creador. Luego volvían del paseo relajados y satisfechos de su charla dispuestos a dar cuenta de un suculento desayuno integral, vigilados por los ojos negros de Ainhoa.
Francés se dio la vuelta en la cama, cogió el miembro de Ahmed, lo titilo con sus yemas, y cuando noto su grosor y vigor se monto encima introduciendo en su sexo la totalidad del címbalo oscuro tenso como un tambor. Ahmed, adormilado pero acostumbrado a estos ataques mañaneros, tenso la espalda, alzo sus manos hasta los pechos de Francés y se dejo violar por aquella loca eslava-española. Ella solo buscaba su orgasmo matinal, cuando lo consiguió, esparramándose sobre el Centro de su compañero, se levanto y paso a la ducha. El pobre de Ahmed, no tuvo más remedio que terminar lo empezado sobre las tetas de una rubia de revista que tenía bajo la cama. Estaba acostumbrado a los arranques de euforia de aquella morena de ojos azul hielo. Seguro que llevaba una hora preparando el ataque. Habían tenido su propia fiesta: coca, éxtasis, marihuana, vodka. Y, sexo, con Francés, el sexo era inevitable. Hasta tres horas había estado Ahmed embistiéndola por todas sus oquedades y de todas las formas posibles. Nunca tenía bastante esta gata ardiente. Salió de la ducha restregándose con fuerza el blanco cuerpo, se paró a observar un mordisco en un pezón. Taladró a su compañero con sus ojos árticos: La próxima vez, te arranco el pito, cabrón.
Cogió una botella de vodka del pequeño congelador, pego un trago y se levanto su generoso pecho hasta alcanzar el pezón herido con su boca. El vodka corrió por su aureola y de dos lengüetazos dio la cura por terminada. En sus ojos renacía el deseo, y Ahmed, que casi podía notar las vibraciones que comenzaban a dominar su vulva, salto de la cama y se encerró en el baño. Cuando echó el cerrojo, suspiro, y aunque no era creyente, dijo: ¡Por Ala, bendito! Nunca tienes bastante.
Dentro de la ducha, escucho por la ventana, como arrancaba la Honda 500 Titaniúm de Francés.
Francés había sido promiscua, desde el día a los 9 años en que descubrió su clítoris.
Ona, apelativo ganado a pulso en su niñez por su costumbre de decir “oto ona”, se llamaba en realidad Ana Isabel, Annabel para su padre, y Ona por derecho propio. Annabel Lee, poema de Edgar Allan Poe, musicado por Santiago Auseron para su grupo “Radio Futura, fue una canción que siempre sobrecogió a Diego. Cuando Ainhoa sintió las primeras contracciones del parto, Diego cogió el Lan Rover para llevarla al Clinico, nervioso como un flan, embargado por la emoción de la llegada de su segundo hijo, puso la radio por acto reflejo, la emisora especializada en temas de los ochenta presentó la canción, y Diego fue a apagarla, cuando Ainhoa, roja como un tomate, sudorosa y bufando como un toro esperando la puntilla, exclamó:
-Deja la canción. Te gusta mucho, no. “Annabel Lee”, bonito nombre.
Diego la miro, sabiendo que habían encontrado el dichoso nombre para la niña que venía al mundo.
Annabel fue una niña que se crío fuerte en El Collao, entre perros mastines y caballos de paciencia infinita, agarrada a las faldas de su madre en la gran cocina, subida a los hombros de su padre en sus caminatas. El cierzo feraz, el aire puro de la sierra, dieron a su hermosa carita el matiz de la salud. Sonrosada como una manzana starking, cabellos negro azabache, y un cuerpo que se conformaba como regio, fue con su hermano Unax, la admiración de los clientes del Centro de agroturismo. Correteaban por los jardines, se subían a lomos de los mastines, no obstante, no molestaban a los reclusos de la biblioteca o de la sala de Internet. Educados por las abuelas, a la antigua usanza, “un niño se ve, pero no se nota”, se inventaron sus propios juegos, su mundo de fantasía recreado a base de lecturas infantiles de aventuras. Por decisión mutua, sus padres, prohibieron la entrada de videojuegos violentos, así como fomentaron la lectura de cuentos clásicos, videos educativos sobre la naturaleza para niños, y un contacto con el entorno, en detrimento de la televisión y su degenerada, chabacana, soez programación. Ona aprendió a leer con la ayuda de Unax el invierno de sus tres primeros años. Sobre pieles caprinas, al calor de la chimenea de sus padres, descubrió la magia de las palabras que se unían entre si para formar frases, oraciones como le decía su hermano mayor. Los cuentos de Walt Disney, gruesos tomos encuadernados en tapa dura, resistentes a las manos y tejemanejes de los niños, pasaron del cuarto de Unax al de Ona. A los sesudos clientes se les caía la baba, observando a la niña de paso inseguro cargada con su grueso volumen de coloristas ilustraciones. Las abuelas se volvían niñas también escuchando los cuentos en la voz balbuceante pero firme de la niña de sus ojos. Unax, cuatro años mayor, era bajado por su padre al pueblo para asistir a sus clases de primaria. Inteligente, alto para su edad, fuerte a base de cuajadas, leche de cabra y miel del abuelo Vicente, siempre con una bolsa de nueces o pistachos en la mochila, era la admiración de sus profesores y la envidia de sus compañeros. Amigo desde la época del gateo de Eric, el hijo de Alfonso, formaron un dúo fuerte, hermanado en códigos secretos que les obligaban a defenderse mutuamente como si fueran hermanos. Sus peleas del patio del recreo cesaron por falta de rivales osados, sus golpes eran certeros y fulminantes debidos a las enseñanzas de Alfonso, maestro de la pelea callejera. Diego, enemigo de toda violencia, no respaldaba estas enseñanzas que Alfonso daba los sábados con el rigor de un sargento de marines, sabía que les iban a ser muy útiles para defenderse en un mundo cruel, violento, que irremediablemente avanzaba hacia el caos más absoluto. Eric y Unax, extraños nombre, mestizas procedencias. Eric, rubio como su madre, enjuto y nervudo como su padre, aragonés-americano con ancestros nórdicos. Unax, moreno como su madre, alto y fuerte como su padre, aragonés-vasco, mezcla explosiva: la tozudez con la fuerza, la inteligencia con la determinación. Pisando fuerte a sus enemigos declarados, educados en la mundanidad global frente a la estrechez de miras de sus congéneres. Fraternales con los hijos de los emigrantes y los numerosos chavales gitanos, criados en la igualdad racionalista, detestaban las actitudes xenófobas y racistas de sus compañeros. A pesar de su corta edad, se convirtieron en caballeros andantes prestos a defender a Sandy y Emmilou, las hijas de Brenda de su anterior matrimonio con el sargento americano, al que abandono enamorada de Alfonso; de los ataques sexuales a su integridad de jóvenes machos adolescentes. Más de un zagal salió corriendo ante el ataque del dúo protector de las damitas rubias de la familia. Pues una gran familia era la que habían formado Alfonso y Brenda con sus hijas y su hijo; Diego y Ainhoa con los suyos. Se reunían a la menor ocasión para celebrar una barbacoa, eso sí, en lugar de hamburguesas y hotdogs, se decantaban por chuletas de ternasco de los Hermanos Remiro, así como chistorra navarra, longaniza, y si había morcilla con piñones, la felicidad era completa. Trasegando la sabrosa carne con clarete rojo de la tierra que se les ofrecía a sus ojos, pasaban una velada feliz, cuando sus negocios les dejaban un breve inciso en sus obligaciones. El Centro de agroturismo y descanso iba como la seda, su publicidad en Internet, así como el boca a boca, le provenía de más reservas de las que podían atender, invirtiendo las sustanciosas ganancias en remodelar y construir más parcelas de ocio y abastecer las creadas con tecnología punta. Las dos pistas de tenis contaban con la robótica necesaria para disputar una final de Wimblendon ante el rival de renombre elegido de antemano, o servir como profesores mecánicos y parlantes para mejorar el revés o empezar el aprendizaje desde el principio siguiendo la pantalla y las bolas que el robot jugaba según el grado de pericia del alumno. La piscina contaba con sus jacuzzi de hidromasaje, su sauna seca finlandesa para la sudorización liberadora de toxinas y activación de la circulación sanguínea con fines terapéuticos e higiénicos. Su chiringuito de zumos naturales, batidos proteínicos, infusiones relajantes y curativas naturales. La sala de masajes shiatsu o simplemente de amasamiento, atendida por bellas pero profesionales tailandesas, que eran el dolor de muelas de Ainhoa y Brenda, pues no podían prohibir a sus hombres que relajaran sus músculos doloridos en tan sabias manos. Las ganancias eran de cierta importancia, pero los gastos de mantenimiento, personal, electricidad, y pago de créditos, se llevaban la mayor parte, dejando un margen para la economía familiar y sus necesidades. Diego sustituyo su viejo Lan Rover por un último modelo de la misma marca, Ainhoa cambió su cafetera andante por un precioso Jeep Wrangler de color arena. Luego vinieron un par de quard japoneses para uso particular, pues el Centro contaba con una flota para alquilar de veinte vehículos de distintas potencias y características. Todo seguía su curso, pensaba Diego. El secreto consistía en trabajar del alba a la madrugada, mantener el buen nombre en el área de servicios, tener una amplia lista de reservas, así como contar con una serie de clientes fijos para las cabañas. Al verse desbordados por la peticiones, Diego adquirió a un precio bajísimo unas parcelas de tierra sin cultivar para instalar cabañas nórdicas en régimen de alquiler. Dicho alquiler de alto precio para evitar la intromisión de seres marginales que crearían problemas, daba derecho a utilizar el resto de las instalaciones. Además se le ocurrió bautizarlas como Colonia Walden para artistas. Las doce cabañas fueron ocupadas la primera semana por tres guionistas de televisión y cine, tres escritores jóvenes, dos periodistas articulistas por libre, un actor de teatro catalán, una diseñadora grafica de publicidad, un deportista de élite acusado de dopaje y su entrenador personal. Seres que buscaban la paz del campo, aislarse para seguir creando su trabajo, y alimentar de manera sana su cuerpo y lo que quedaba de su agotada alma.
Tanto Alfonso como Diego se sentían satisfechos con su vida. Sus viejas heridas de batallas nocturnas sanaban al amor de la luz solar. Cuando tomaban unas cervezas alrededor de la barbacoa familiar, no podían evitar sentirse afortunados bajo el sol del mediodía. Alfonso había seguido con el Clapton hasta que Emmylou y Sandy terminaron el instituto, como eran de carácter fiestero, la prolongación de los estudios no era que las estimulara precisamente. En una conjura cómplice, se fueron internando como termitas en la vieja barra de madera, alegrando la vista a los viejos parroquianos y a sus compinches de instituto que fueron cambiando las costumbres de viejo bar. Alfonso se fue relegando a horas de madrugada, con sus blues, su sempiterno cigarrillo sin filtro, viendo como su antigua secta de clientes fijos iba disminuyendo bajo el constante deterioro del trago duro, y la crisis económica. Tuvo que reconocer que sus cajas eran ridículas comparadas con las que hacían sus bellas hijas en la flor de la juventud. Cuando la menor, Sandy, cumplió los dieciocho, les alquilo el bar a las dos. Tom, su hijo, estaba en la edad que necesita un padre para ir a pescar, pasear por el campo, jugar al fútbol, iniciarse en la pubertad con buen pie, y comenzar a forjar unos recuerdos paternos que le acompañarían el resto de su vida. Con el bar en buenas manos, se tomó unas merecidas vacaciones en compañía de Brenda. Llegado el verano, cogieron a Tom que había sacado magnificas notas, le subieron a un avión en Barajas destino Washington, donde cogieron otro avión hacia el aeropuerto Eppley Airfield, Omaha, Nebraska, donde les esperarían los padres de Brenda. El muchacho conoció a su familia norteamericana, pasó gratos ratos viviendo su epopeya vaquera acompañado por sus padres. Regresó feliz de su viaje, luciendo un sombrero cowboy que no se quito en todo el verano. Su padre, orgulloso, decía que se parecía a Dean Martín en una película que hizo junto a Frank Sinatra, donde dormía hasta con su sombrero stenson. Aquel verano fueron a pescar al pantano de La Tranquera, donde cobraron hermosos siluros. Acamparon en la fuente La Teja, después de cazar codornices, y al fuego del campamento bajo las rutilantes estrellas en el límpido cielo, Alfonso, con su pausada voz de sabio viejo fue introduciendo, sutil pero sin trabas, a su hijo en los secretos de la vida. Por supuesto, obviamente, dejo el tema sexual al margen; ya se ocupaban sus profesores de inculcarle los procedimientos y costumbres, pero instruyo a su imberbe hijo en los secretos de la seducción femenina y el caballeroso comportamiento con las chicas. Diestro en la materia, desde su más temprana edad, no oculto la enseñanza de maquiavélicos trucos para conseguirse una hembrita deseosa de desvirgarlo. Dado su temperamento visceral, al igual que le había enseñado a defenderse y pegar donde más duele, le enseño los diversos tipos de cortejos, diferente cada uno, según la chica a ligar, así como los diversos estereotipos de muchachas que se iba a encontrar en su próximo curso escolar. Cuando empezó el curso, el vacío que le provocaba la ausencia en casa de su hijo, asimismo, la independencia de las chicas, tomó la decisión de buscarse un trabajo con que ocupar su tiempo. Aprovechando su experiencia en el supermercado de la base americana, su título de ingles de la academia de idiomas, su pirata facilidad para el mercanteo comercial, no le fue difícil conseguirse una representación de cervezas y licores importados de Estados Unidos. Alquilo un almacén de considerables dimensiones, monto una pequeña oficina, y espero la llegada de las cajas de madera llenas de bourbon de Tennessee, Kentucky, así como espiritosos tequilas y mescales mejicanos, varios licores de Perú, Colombia, grapa uruguaya y argentina, ron de caña cubano, jamaicano, dominicano, licor cachaça brasilero para las caipirinhas, vinos del valle de Napa, California, así como una variedad interesante de vinos chilenos. No le fue difícil, solo tuvo que mover los hilos de su agenda de la base militar, para conseguir buenos precios de importación, así como pagos a noventa días, y una línea importante de crédito comercial. Diego, que le había ofrecido empleo en su complejo agro turístico, le apoyo en todos los pormenores bancarios, así como le ofreció su abogado para cualquier requisito legal. Provisto su almacén de un importante y variado material para su venta en el mercado de cafeterías, bares, discotecas, Centros comerciales, un sistema informático adecuado para recibir pedidos, tramitar la facturación y el cobro, adquirió una gran furgoneta con capitonee. Acondicionada con todo los adelantos y comodidades, fue su espacio de carga acondicionado en los talleres Antonio Calderón & Hijos, para poder llevar un buen cargamento de botellas en estantería acolchadas para evitar la rotura de tan precioso liquido. Cuando se presento en el Collado para entregar el primer pedido de su andadura comercial, Diego no pudo evitar la broma, jaracandoso e irónico, le envió a un nuevo empleado recién llegado al pueblo con la orden de parar a Alfonso en la descarga, alegando que ningún comercial podía entrar en el almacén sin portar decorosa corbata. La reacción de Alfonso fue de la estupefacción al hilarismo más salvaje. Ante el serio encargado de suministros que seguía la broma, cogió al recién llegado por la solapa al tiempo que le decía con su mejor deje barriobajero:
_Me voy hacer una corbata con las bragas de tu mujer, so capullo.
Diego, oculto en una esquina, apareció tronchándose de la risa a salvar al novato empleado que blanco como la cal, parecía dispuesto a desmayarse. Desecho el entuerto, pasaron en franca camaradería a tomar unas cervezas en la oficina. Le pago el pedido a Alfonso, que marchó a seguir su ruta de venta por toda la ribera del Jalón y cercanías. Como era personaje habitual del mundo de la hostelería, con su desparpajo, sus ofertas, y su decencia comercial, pronto su negocio se expandió. Contrato a un joven para otra furgoneta de reparto, y se dedico, como aquel que dice, a las buenas relaciones comerciales. Marchaba encantado de la mañana a la noche por las carreteras comarcales, disfrutando de la amistad de sus clientes, claro, para entretener las charlas nada mejor que unos chupitos y unas cervezas heladas, pero su castigado hígado pronto se declaró en huelga, adquirió su rostro una patina amarilla, y Brenda, en aras de su futura salud, le paro las correrías alcohólicas por los pueblos. Ahora, bebedor de cerveza sin alcohol, no ríe tanto los chistes de sus clientes, pero su rostro posee un color sano y su hígado recuperado funciona sin exceso de carga.
Los años pasaron raudos y sin dejar grandes huellas. Los negocios funcionaban, los chicos crecían en alegre fraternidad, las abuelas se arrugaban perdidiendo fuelle. Primero fue Doña Sara, la madre de Diego, la que abandono a la familia una mañana de primavera. A sus ochenta y siete años, aún se veía capaza de arrastrar sus varicosas piernas hasta la cocina para ayudar a Ainhoa en algún elaborado plato. Asimismo cuidaba de sus dos nietos, impregnándolos de su peculiar genio y personal forma de ver las cosas. Nunca olvidarían Unax ni Ona los chascarrillos y paradojas de la abuela, así como sus inesperados regalos, su infinidad de refranes para toda ocasión, su sabiduría terrenal, y hasta, celestial. Acompañada por Doña Carmen, la madre de Ainhoa, se desenvolvía con una energía inusitada, no frecuente en las mujeres de su edad. Remisa y rebelde a los consejos médicos, su falta de atención acabo basándole factura. Le gustaba levantarse la primera, antes incluso que su madrugador hijo que se levantaba con los gallos del alba, se veía la luz de la cocina. Poco amiga de dormir, mucho menos de permanecer despierta en la cama, iniciaba su andadura con el paso oscilante y desigual de una carreta de bueyes. Sus azorados pasos se conducían al baño primero, para después, provista de la singladura de un trasatlántico, dirigir sus pensamientos al desayuno de la familia. Naranjas madres de Valencia eran arrancadas de su sueño frutal para ser partidas en dos y llevadas sin delicadeza ninguna al exprimidor. Ríos de zumo desembarcaban en las jarras, el agua caliente rebullía en la tetera lista para las infusiones, la cafetera malhumorada por el repentino despertar emitía bufidos con olor a capuchino milanés. El pan se tostaba en la roja tostadora, las torrijas amarilleaban en su matinal baño de hirviente aceite de oliva, los churros crepitaban en la freidora. Cuando Diego aparecía somnoliento, ya estaba la mesa dispuesta para el desayuno de un batallón napoleónico. Chistoso a su manera, como lo había sido su padre Manolo, soltaba una cáustica afirmación:
-Solo faltan unas migas con longaniza.
A lo que su madre, arremangándose los nervudos brazos, contestaba con sorno.
-Yo te las haría en un santiamén. Pero tú mujer no quiere que eches más barriga.
Diego se oscultaba la panza encogiendo y soltando michelines. Su madre reía, sabedora de su intrínseca coquetería.
Ainhoa aparecía acompañada por su madre y arrastrando a los chicos. Todos daban buena cuenta del suculento desayuno, lanzando puyas a la abuela cocinera. Ésta que comía con gran apetito, hacía caso omiso al bullicio mañanero, regocijándose con el buen yantar de su progenie. Luego cada uno empezaba sus obligaciones. Ainhoa subía a su todo terreno para llevar a los niños al pueblo y recoger los pedidos. Diego se iba a dar su caminata con los dos mastines. Doña Carmen tomaba el relevo en la cocina, fregando los platos y cacharros, poniendo orden en las alacenas, adecentando la gran sala familiar. Doña Sara salía al sol de la naciente mañana, acompañada por su perra cocker spaniel marrón, tan vieja en edad perruna como ella misma. Se sentaba al borde la poza rocosa donde se bañaba toda la familia en verano al amanecer: Diego, Ainhoa, y sus hijos. Allí se encontraba la oronda y desgastada piedra que su marido utililizaba para alzarse a caballo de su burro “Chamaco” los años que vivieron en la Dehesa Nueva. Alfonso y su hijo, en una de sus últimas jaranas en el pueblo en fiestas, cogieron prestado un tractor pala y depositaron en la trasera del pick up la gran piedra. La subieron entre risas, empujándola para dejarla caer cerca de las obras del Collao. Luego, con un martillo compresor de la constructora, Diego socavo el macizo granítico para construir el jacuzzi familiar. Un fontanero le puso un revestimiento de fibra de plástico, así como una capa tras otra de resina de barco. Luego instalo unas cañerías de pvc desde el calentador de la cocina, una bomba de presión y diferentes salidas de agua y burbujas de aire. La singular piedra era utilizada para dejar las toallas y albornoces de los bañistas.
Doña Sara apoyaba su cuerpo en la vieja piedra dejando a sus ojos perderse en la lejanía que abarcaba el espectro terrenal de casi toda su larga vida. Los silos de oralita metálica brillaban como extrañas naves espaciales bajo el empuje del sol. Las abandonadas tierras de cultivo presentaban sus respetos. Huérfanas de callosas manos que las trabajaran, presentaban su dejadez tamizada de cardos y malas hierbas. Al fondo, aunque sus cansados ojos no veían más que una masa de crudo gris, sabía que estaba el pueblo. La cruz del castillo, punto estratégico para observar los barrios viejos y nuevos, las decrepitas huertas, antaño motivo de orgullo para sus afanados amos. El rió culebreaba con su alta arboleda protegiendo sus orillas. La azucarera donde estaba su casa, rodeada por una urbanización moderna de chalecitos adosados con pistas de tenis, baloncesto, así como una gran piscina comunitaria rodeada de césped. La avenida de los plataneros a la puerta de su chalet, con los gruesos troncos desconchados y sus ramas florecientes en un arrebato primaveral. El viejo cuartel de la Guardia Civil reconvertido en apartamentos baratos para emigrantes, motivo que aprovecho para dejar su casa y subir con su hijo y nietos al Collao. El bullicio de aquellas familias sudamericanas, rumanas, magrebíes, era insoportable para una anciana mujer acostumbrada al silencio. No se marchó ella, se marcharon todos los habitantes de los burgueses chales. Despojados de la tranquilidad y la calidad de vida, por unos seres humanos ruidosos acostumbrados a escuchar música a todo volumen de la mañana a la noche. Las piscinas municipales donde Diego y Ainhoa se habían enamorado aquel lejano verano que rompió las estadísticas comunes por la cantidad de tormentas eléctricas que registro. Doña Sara no tenía que verlo, le bastaba con cerrar sus ojos para que sesenta años de su vida pasaran como un relámpago por su agotada mente. Cerrando los ojos, sintiendo los tibios rayos del respetuoso sol, se dejo ir hacia las nubes algodonosas. Cuando los abrió no daba pábulo a su nueva visión. Su Manolo pastoreaba unos blanquísimos borregos de pura nieve. Don Rafael se le acercaba con sus níveas greñas al viento, su cetrino rostro despojado de todo dolor hasta el punto de parecer auroleado por la salud más insultante, él que había sido un enfermo toda su vida. ¿Querrán estos que les haga la comida? Pero si aquí no tengo mis cacharritos, pensó la buena mujer. Se sobresalto al escuchar un aullido de dolor que provenía de debajo de la masa algodonosa, miró hacia abajo y vio a su hijo acogiéndola en sus fuertes brazos. Todos acudían al grito, los camareros con sus blancas chaquetillas, el jardinero, los pinches de cocina con Odón el jefe de cocina vasco empuñando un gran cuchillo. Las muchachas de limpieza se asomaban a los balcones curiosas. Los dignos clientes miraban trémulos la dramática escena familiar. Cuando fue a comprobar si llevaba sus gafas puestas, asustada por la claridad y potencia de su visión, cayo en la absoluta realidad, acababa de morir en el mundo de abajo y nacer con la fuerza de una juguetona niña para la eternidad del mundo de arriba. Bendito sea Dios, exclamó gozosa.
El entierro fue todo un acontecimiento social y de duelo para todo el pueblo. Atrás quedaban sesenta años de recorrer las calles, siempre bien armada de argumentos sobre el tiempo, las revistas del corazón, guisos, y valentía no falta de coraje. Como dijo el joven párroco de largas barbas y cabellos jesucristianos, rememorando a Antonio Machado, “fue buena en el buen sentido de la palabra”, recordando al paso a la feligresía expectante, que nunca se había guardado una opinión en la trastienda. A veces esta sinceridad extrema, falta de rigor y moralina, le trajo más de algún problema, problema que enfrento haciendo gala de una sabia mano izquierda para los desplantes. Desde el día en que llego como cocinera a la dehesa, allá por los años cincuenta, acarreando una sola maleta, y distinguiéndose con un gabán blanco, no había dejado indiferente a nadie. Don Rafael, el dueño de la dehesa tuvo que aguantar más de un desplante, seguido de unos días de abandono, para el regreso avergonzado o a veces altanero. Manolo, el padre de Diego, tenía siempre en la punta de la lengua, un no escuchado jamás “Sara, cállate ”obteniendo como único resultado el abandono de la habitación para seguir con su soliloquio en la despensa o hablándoles a los gatos en la ventana. Genio y figura.
El cortejo fúnebre recorrió apesadumbrado el camino hacia el camposanto, el féretro seguido por una variopinta multitud llego a su destino rodeado de vistosas coronas de flores. Los huéspedes del Centro no evitaron la ocasión de presentar sus sentidos respetos a la familia que también les acogía entre las paredes del hotelito. Lucia, una oronda escritora vasca, se adelantó abriéndose paso con sus andares prosbocidos, beso a Diego y Ainhoa, y con voz retumbante, acostumbrada a la recitación, dijo:
“Nunca podremos olvidar a Doña Sara. Su sabiduría pertenece a la tierra, al agua, al cielo y al viento salvaje de la sierra. Hija del dolor, esposa del sufrimiento, nunca perdió la estentórea risa y las ganas de vivir. Se merecía a Quevedo para su panegírico, pero a falta de espada toledana, esgrimiré la daga femenina de la verdad. Descansa en paz, Doña Sara”.
La histriónica dama de las letras consiguió sobrecoger al pueblo en su duelo. Su voz ronca de tabaco negro perduraba en el sagrado recinto como la voz de un caudillo bárbaro llamando a la batalla. El resto de la colonia de extravagantes personajes artísticos del Centro la acogió con sentidas palmadas en los hombros.
Colocados en hilera, la familia recibió el pésame de todos los presentes. Cuando termino la larga reata de gentes de toda condición, la familia subió a los coches y regreso al Collao.
Doña Carmen no fue la misma desde la desaparición de su amiga, hermana, consuegra bien avenida de largos años. Castigada por la vida a niveles inhumanos, su vida se fue apagando lentamente como vela sin cera. El recuerdo del bestia de su marido, sus golpes, sus borracheras; su muerte en un callejón bilbaíno, recién salido de prisión, delirando en un ataque terrible de cirrosis, se le aparecía en las cortas noches de verano. La muerte de su único hijo varón, asesinado por sus antiguos compañeros de armas y revolución, hacía mella en un corazón cansado de sufrir. Solo la compañía de su hija y sus nietos, conseguía arrancarla de la galerna de sangrientos recuerdos. Llego el otoño, frío como un galán despechado, ofreció toda su virulencia invernal. La sierra se tiño de blanco, la calefacción se hizo necesaria a mitad de octubre y un viento cortante venía susurrando males desde el cercano Moncayo. El temido cambio climático campaba sobre el sufrido globo terráqueo, sin que las organizaciones de países ricos, el G25, pudiera hacer algo al respecto. Los tsunamis, maremotos, terremotos eran frecuentes en el sudeste asiático; así como en Centroamérica, los temblores de tierras borraban en unos segundos todo un pueblo bajo toneladas de tierra, que se precipitaba sobre ellos como bajo la pala de demoniacos enterradores a destajo.
Ninguna estación climática escapaba al designio caótico de algún dios de la naturaleza enloquecido. Frío invernal en las noches de agosto, calor tropical en las tardes de enero, lluvias torrenciales seguidas de largas sequias, toda sensibilidad atmosférica cambiaba en breves horas. Profetas agoreros utilizaban los pedestales mediáticos para infundir el terror en los ciudadanos sobrecogidos de frio o calor. Estos popes del cataclismos se enriquecían con la venta de dvd, libros de salvación espiritual, guías de supervivencia para después del esperado Armagedón. Adquiriendo la presencia de profetas bíblicos, luciendo en sus proclamas televisivas extravagantes vestiduras, no desechaban el histrionismo de una actor shakesperiano enloquecido para hacer presentes en las mentes de los televidentes sus mensajes de finitud terrenal.
Doña Carmen conjuraba sus pesadillas viendo los programas de recaudación monetaria en aras del enriquecimiento de las sectas que proliferaban amenazando en las horas vulnerables de la madrugada. Su reloj biológico había desechado el sueño reparador, convirtiéndose en un manojo de nervios, presa de frecuentes visiones paranoicas que la llevaban a estados de gran ansiedad. Impotente, Ainhoa, veía como su lucida madre perdía la cordura para envolverse en las sombras malignas que la acechaban. Una noche que el cierzo hacia vibrar la regia estructura del Centro, los tubos de salida de humos de la cocina aullaban como condenados a crucifixión, se levanto en estado de shock para con un ligero camisón como toda armadura enfrentarse a los espíritus que la reclamaban. Trastabillando por la energía del salvaje viento, inicio el ascenso por la senda la Virgen que conducía cruzando la sierra hasta el Santuario de Nuestra Señora de Rodanas. Una luna llena seguía desde las alturas la solitaria figura que se iba quedando desnuda al ser desgarrada por los clavos afilados de los artos negros su blanca vestidura. Carente de todo contacto con la realidad, cubierta apenas por harapos deshilachados alcanzó la cima de Peñas Negras. Las montañas como ciclopes amenazadores alzaban sus colosales masas hacia las nubes negras que cruzaban el límpido cielo a veloz carrera de espanto. La lactescencia lunar emitía reverberaciones iridiadas de embrujadores colores, formando un anillo satánico que envolvía la pureza de la luna en una aureola maligna. Dominada por la espectral visión, Doña Carmen se subió a gatas a una gran atalaya rocosa que dominaba el singular corte de la sierra. Alzando sus enfebrecidos ojos a la Luna, su trastornada visión la subyugo llevándola al terreno procaz del delirio, provocándole la visión de una nívea Luna que se teñía de roja sangre. Incapaz de soportar tan insoportable espectáculo, lanzó un lamento lúgubre que sobrecogió a las bestias al resguardo cálido de sus guaridas. Como colofón a su errabunda e hipnótica huida, el abismo a sus temblorosos pies, reclamo su viejo y casi desnudo cuerpo, arrebatándole la quebrada voluntad la indujo a lanzarse a su encuentro mortal. Así, obedeciendo la sobrenatural orden, se dejo caer desde el rocoso otero. Un amago de huesos quebrados se perdió en el aullar del cierzo al poseer a los acerados riscos.
Al amanecer la alarma cundió en las estancias del Centro. Diego reunió a los empleados más jóvenes, conminándoles a seguirlo siguiendo las huellas de los retazos de camisón que se agitaban presos en los pinchos. Llegados a la cima, divisaron a unos madrugadores buitres que volando en círculos concéntricos iban descendiendo en busca de alimento. Negro presagio en el aire, no se podía esperar nada bueno, pues solo el hedor de la muerte movía a los planeadores carroñeros a abandonar sus cómodos nidos de la cercana buitrera. Sudor, fuerte convicción de la eminente desgracia, le bastaron a Diego para convencer a Ainhoa que aguardara con los niños en el Centro. Unos cuervos saltaban graznando de roca en roca, disputándose el derecho al bocado sabroso de unos ojos sin vida. Sus azabaches plumas refulgían al tibio sol indicando el punto exacto de la víctima. Sin ningún tipo de esperanza, sin albergar ninguna duda, Diego dirigió al grupo hacia el cadáver frio de su suegra.
La desdichada muerte de su madre, sumió a Ainhoa en un duelo triste que le hizo perder sus energías más vitales. El entierro en Ordicia había sido frío, desprovisto del cariño y respeto que había tenido Doña Sara. Solo algunos familiares habían acudido desde sus caseríos. El arraigado espíritu vasco de pertenecía a su tierra, había obrado en consecuencia, situando a Doña Carmen en la tierra sin nombre de los forasteros. Aunque nacida y criada en el caserío familiar, había emigrado como asistenta al industrial Bilbao, se había casado con un metalúrgico aberzale, y había huido con su hija, abandonando al sufrido borracho militante. Las habladurías expandidas por las herriko tabernas sobre la deserción de su hijo de la militancia armada, no habían aumentado las simpatías por la familia. Como consecuencia, la notoria ausencia de vecinos a su entierro junto a su hijo, fue devastadora para Ainhoa, más cuando vio en la pared del frontón de su antiguo colegio la descarnada frase:
¡Ainhoa Uribe, puta, perra traidora, kampora!
Una sutil pero firme depresión se instalo en su doblegado ánimo. Las tareas más sencillas la sobrepasaban. Diego consulto con Alfonso buscando una salida al deterioro mental y físico que minaba a su amada compañera. Alfonso, cerebral, experto en huidas hacia adelante, le dijo:
-Diego, este problema necesita un cambio radical. Un cambio hasta de clima. Te tienes que llevar a Ainhoa a Acapulco, compadre. Que se tome unos buenos tequilas sobre el terreno, baños de mar, fiestas charras, en fin, un cambio radical. Brenda y Tom me ayudaran con Ona y Unax. Vigilare tú Centro, además tienes un gobernante experto, un buen contable, qué te retiene. Coge el toro por los cuernos y llévate a tu chamaca al lindo México.
Al principio acogió la idea con cierta frialdad, pero como mujer inteligente que era, tenia la certeza de necesitar una transición al futuro sin su madre, una catarsis viajera que la llevara a regresar con nuevas fuerzas para el titánico esfuerzo de conllevar el peso del Centro con Diego.
Organizado al mínimo detalle el viaje, así como solucionado el problema de la logística del negocio, partieron hacia su exótico destino.
México es un destino rico en vestigios históricos, en costumbres ancestrales y amplia riqueza natural, definitivamente es un territorio que no debe quedar fuera de la lista de viajes de ensueño. El país de la plata, del tequila y la tortilla, donde las costas se bañan de color turquesa y en sus entrañas resguarda-entre tantos tesoros- el santuario de las mariposas monarcas y grandes testimonios de importantes civilizaciones mesoamericanas
Tras un placentero viaje desde el aeropuerto de Barajas al aeropuerto internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, cogieron un bus hacia la capital de Morelos: Cuernavaca. Diego, enemigo acérrimo del turismo organizado masivo, había elaborado un plan de ruta a seguir exhaustivo y condicionado a sus gustos. La referencia literaria de Malcolm Lowry hacia la ciudad de Cuernavaca, como endemoniada y etílica morada del ex cónsul británico Geoffrey Firmin, personaje central sobre el que gira la trama y resolución de su novela más famosa: “Bajo el volcán” le atraía poderosamente. Cuernavaca, al pie de los volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl, es una pequeña e histórica ciudad con grandes recursos turísticos y una considerable gama de lugares llenos de historia y singular belleza. El palacio de Cortes visita obligada para todo español que quiera ver la historia en vivo. El jardín Borda y su iglesia anexa, que fue casa de descanso del emperador Maximiliano de Hamburgo, sería extensa la lista de lugares llenos de encanto que recorrieron durante los tres días que permanecieron vagando por sus calles. Siguiendo su trazado itinerario, cogieron un autobús de la linea Estrella de Oro hacia Acapulco, deseosos de bañarse en su bahía semicircular bautizada por sus descubridores españoles con el nombre de Santa Lucia. Un taxi destartalado con olor a marihuana, licor y tacos, les condujo hasta el hotel Avalon Excalibur donde tenían reservada para una semana una suite de matrimonio con vistas a la bahía de Santa Lucia. A solo tres minutos de la famosa vida nocturna en la playa de Hornos, y muy cerca del histórico Acapulco viejo. La suite de luxe, amplia, confortable, con una regía cama king, jacuzzi en uno de sus dos amplios balcones, reunía todo lo necesario para que Diego y Ainhoa recobraran su ritmo privado, así como relajarse de las ultimas desgracias, y de su orfandad. Tras descansar del viaje en autobús, con una bandeja de exóticas frutas y una botella de champagne helado al lado, se introdujeron en las burbujeantes aguas de jacuzzi. Degustaron a dúo las maduras y afrodisíacas frutas cuyos estimulantes jugos ácidos se mezclaban con el poder subyugante del frío champagne, sus estómagos acogieron la explosiva mezcla, enviando olas de calor y deseo a sus Centros neurálgicos del placer. Trémulos de deseo, abandonaron las fluctuantes aguas para lanzarse sobre la inmensa cama king que les esperaba abierta con sus fauces de raso violeta. Se devoraron, literalmente, se convirtieron en dos jaguares en celo presos de pasión tropical. Las renovadas fuerzas impusieron los rigores de una batalla sin cuartel en busca, no de la cruel victoria, sino de la dulce derrota de los sentidos en los ávidos brazos del contrincante amoroso. Se encontraron inmersos nuevamente en la esclavitud del deseo carnal, redescubriendo sus rincones, sus sabores propios, desafiando los limites de su resistencia. Sus constelaciones se reagruparon cardinalmente y su deriva se complemento en un baile armonioso de movimientos encontrados. En aquella habitación lujosa firmaron de nuevo su compromiso de resistencia ante los males inevitables de la vida, aunque el entorno paradisíaco era lo de menos, hubieran firmado su pacto con sangre en la más humilde de las moradas.
Volvieron a su rutina de obligaciones, alegando días de lluvia tropical para justificar la ausencia del bronce en sus rostros satisfechos. El Centro siguió su vida como un animal gigantesco con costumbres propias. Diego se fue interesando por el tema ecológico- existencial de la New Age. Nacida en los albores de la década de los sesenta, se había nutrido en un principio de elementos salvables de la subcultura hippie. El movimiento de creencias Nueva Era invita al individuo a sumergirse en sentimientos de armonía, paz interior, amor a la vida, a Gaia, Pachamama, al denostado planeta Tierra para redescubrirse uno mismo como parte integrante del Universo. Ante el desmoronamiento global de las grandes filosofías políticas, la impotencia de los gobernantes para encontrar soluciones a los acuciantes problemas, el hombre pensante dirigió sus pasos hacia una vida espiritual, no sectaria, de expansión de conciencia, lo que permitió a millones de personas en todo el mundo estudiar y practicar una nueva espiritualidad sin las limitaciones de las religiones organizadas. La Nueva Era o Era de Acuario, nace de la creencia astrológica de que el Sol pasa un periodo de tiempo por cada uno de los signos del zodíaco. La Era de Acuario marcaría un cambio en la conciencia del ser humano, paz y abundancia, equilibrado mantenimiento del planeta Tierra y una mente ecologista fundamental para la supervivencia del ecosistema animal, vegetal, y asegurar la supervivencia del género humano. Aunque la amalgama de creencias en su variada extensión llamaba a la confusión, el objetivo primordial era encontrar un espacio amable donde desarrollar una vida sana. Una vuelta de tuerca dirigida a un cristianismo primigenio, nada que ver con el catolicismo romano, sino seguidor de la divinidad de Cristo y sus mensajes de fraternidad, espiritualidad, igualdad para todos los seres de la raza humana, a la vez que se negaba la desagradable creencia de la existencia de un Infierno. Es frecuente que los conjuntos de creencias así adoptados rechacen los aspectos más negativos de las mitologías o religiones en que se basan, adoptando solo las más agradables y reconfortantes. La finalidad era la conversión a un mundo de ínter conectividad cósmica por la sinergia para salvar los valores primigenios del ser humano, por otra parte amenazado por el capitalismo radical imperante y la desigualdad entre ricos y pobres.
Diego, con el beneplácito de sus clientes intelectuales más abiertos y aún implicados en la lucha por el mejoramiento de la vida, basada en el intercambio de energías y apoyo mutuo, instituyo un día a la semana de actividades comunes. Desde invitar a dar conferencias a los nuevos gurus del pensamiento de salvación, a lideres ecologistas, fundadores de Oneges, iluminados profetas; siempre claro que la cordura y las maneras fueran pacificas y lejanas a todo histrionismo desaforado. La nueva política del Centro fue divulgada por los presentes a todos los medios de comunicación. La televisión, primero a nivel regional, después a nivel nacional, se intereso por las actividades sociales del Centro. Diego, temió, basándose en hechos del pasado, que el intento común fuera catalogado como implantación sectaria, acudiendo toda clase de falsos profetas buscando la fama y notoriedad del Centro para enriquecerse con sus disparatas teorías de salvación. La creación de múltiples blogs relatando las experiencias atrajo el interés de internautas de todo el planeta. Todas las previsiones fueron desbordadas por la masiva asistencia de gentes buscando la luz. Alfonso, que seguía los acontecimientos con interés, decidió poner su granito de arena. El pueblo, obviamente, se había enriquecido con la masiva proliferación de gentes que acudían a la llamada espiritual. Tiendas de productos naturales, panaderías de artesanos e integrales productos, la consiguiente tienda de productos de cáñamo, el coffe-show de turno se abrió en la carretera de acceso al Centro, más cuando la legalización de las llamadas drogas blandas era una realidad desde hacia varios años. El pueblo saneo algo de su deteriorada economía, así mismo se vio engrandecido, al ser conocido por todas las mentes en proceso de reciclaje espiritual, como referencia del cambio que todos anhelaban. La transformación del entorno fue tomando forma a pasos agigantados. La antigua mina de cobre al aire, La Esperanza, pobre en mineral y cerrada en los años cuarenta, fue adquirida con todos sus terrenos por una sociedad económica firmada por Diego y Alfonso. La visión de futuro pronto se vio recompensada por el interés de una inmobiliaria en construir una urbanización de fin de semana de chales con restaurante, piscina, campos de tenis, gimnasio, rutas para senderistas y montan-bike. Con la imparable fuerza económica que avalaba el Centro, lograron asociarse con la inmobiliaria sacando un provecho monetario notable, así como la propiedad de varios chales para su alquiler. El santuario, claro esta, se vio beneficiado por la avalancha de gentes de todo tipo que se dejaba caer, como una plaga, desde el viernes hasta el domingo, así como puentes y vacaciones diversas. Como si se tratara de un pueblo de la Alpujarra granadina, al que no tenía nada que envidiar, pronto cambio el entorno para ajustarse a la nueva realidad imperante. Teniendo agua abundante, energía eléctrica, campos en franco abandono a su alrededor, su necesidad de acoger en condiciones mínimas a tanto visitante, dio paso al nacimiento de diversos implantes comerciales. En primer lugar, ante la avalancha de caravanas, autocaravanas o simples furgonetas acondicionadas para vivir en ellas, la necesidad de crear un camping en condiciones pronto fue asumida por un grupo de jóvenes parados del pueblo. Un inmenso campo de cultivo yermo, al lado del Santuario, fue invadido por maquinas de tratamiento de tierra que nivelaron su desigual superpie hasta conseguir una planicie llana donde ubicar las plazas de aparcamiento del camping. Una tienda de comestibles, una piscina, unas barbacoas, un comedor comunitario, baños y duchas colectivos, todo fabricado a medida por una empresa zaragozana de construcción de casas de madera se elevo rápidamente sobre la tierra roja de nivelado solar. A instancias de Diego, la plaza del Santuario, alquilo a módico precio puestos de venta de artesanías naturales, instaurando los domingos un mercadillo artesanal puro, no permitiendo la venta de productos manufacturados y comprados para su venta masiva, mucho menos sabiendo que dichos productos provenían de la esclavitud infantil instaurada por la necesidad en países subdesarrollados. Todo lo que se podía adquirir provenía de las manos, el sudor, y la sabiduría de su vendedor. La miel de abeja de distintas clases, el queso de oveja o cabra, las plantas medicinales, los suéteres tejidos a mano, el pan integral horneado en horno de leña, galletas de avena, mijo, centeno, bebidas energéticas de procedencia natural al cien por cien, sin ningún tipo de conservante industrial.
La artesanía del cuero: mochilas, cinturones, maletines para ordenadores portátiles, alforjas para motos de gran cilindrada, sillas de montar, todo tenía que tener la denominación de origen en las propias manos de su creador. El objetivo era crear un mercadillo artesanal y no un zoco de vulgar mercadería comercial. Los domingos de primavera y verano, hasta los otoñales, fueron sucediéndose como una fiesta para los sentidos. Por poco dinero, las familias de visitantes, podían llevarse productos naturales para la semana, así como artesanales regalos, juguetes para sus niños, hasta un aguardiente casero espirituoso para alentar su deseo después de cenar. Los músicos ambulantes se buscaron su sitio a la sombra de los centenarios olivos, compañías de títeres y teatro de marionetas entretenían a los más pequeños alejándolos por unas horas de videoconsolas de juegos violentos, y lo más importante, de la esclavitud alienista televisiva.
Diego y Ainhoa, solían subir con sus niños, acompañados por Alfonso y Brenda. Sus ojos se empañaban de emoción al ver el resultado de su iniciativa. Estaban orgullosos del acogedor recibimiento de sus propuestas por parte de la gente del pueblo. Habían construido un oasis de calma y armonía en medio de la vorágine destructora de los tiempos que Vivian. Diego saludaba a gentes que había conocido en Ibiza y Formentera, músicos del metro de Madrid reciclados en trovadores rurales que vivían en sus furgonetas, libres y autosuficientes gracias a la generosidad de la gente en sus conciertos de domingo. Tejedoras argentinas vendían sus creaciones de ganchillo, sentadas en sus hamacas a la fresca sombra de los pinos, daban de mamar a sus coloradotes niños que brillaban de pura salud de los montes. La risa y felicidad bailaba en el puro aire aromatizado por el humo de las barbacoas. El respeto hacia la enjuta y cana figura de Diego era latente pero silencioso, dado su carácter introvertido, no era molestado en sus paseos familiares, respetando su libertad y su esfuerzo.
Todo su universo se conjuntaba, ganaba mucho dinero, pero no se sentía culpable por ello. Creaba riqueza, creaba ilusión y realizaba su mundo soñado. Al margen de la deteriorada marcha de la sociedad, sus horas eran plenas, por no decir sublimes. Sus cincuenta años recién cumplidos, lejos de doblegarle, le infundían nuevas fuerzas. Recuperado de todos sus excesos juveniles, siguiendo una espartana dieta, ejercicios de yoga y meditación trascendental, rara era la vez que no abandonaba la postura del loto con alguna idea nueva. Idea que corría a consultar con Ainhoa, verdadera mente racionalista y pragmática, eficiente equilibradora entre los sueños y las realidades. Su opinión, al igual que un oráculo, era escuchada y aceptada por un vacilante Diego, que como forjador de sueños no tenía parangón, pero como hombre práctico apegado a la tierra, dejaba mucho que desear. Los directivos bancarios pronto se acostumbraron a la expresión:
-Ainhoa, dice que es viable y no hay riesgo de amortización.
Pronto aprendieron a afirmar y dar su consentimiento:
_Sí lo dice, Ainhoa, dalo por hecho.
Y adelante que iba un nuevo proyecto.
No obstante, la situación nacional no dejaba de preocuparle como padre de dos criaturas que crecían a pasos agigantados. La vertebración del reino de España en republicas federales era un hecho larvado a punto de salir de su crisálida. Las diversas autonomías estaban elubricando en sus altos despachos, los estatutos conciliadores pero diferenciales según sus características, que tomarían el relevo a la insufiente y agotada Constitución, nacida bajo el temor del involucionista ejercito franquista y el ruido de sables de generales aferrados a la doctrina del espíritu del 18 de julio. Las cosas habían cambiado notablemente e imparablemente. Hoy en día, un ejercito profesional, moderno, solidario con los problemas de mundo, no constituía ningún peligro para la democracia orgánica y parlamentaria. El heredero de la Corona, Don Felipe de Borbón, a la muerte de su padre, el Rey Don Juan Carlos I, tomó la sabía decisión de llevar a referéndum popular su toma de posesión como monarca. Casado con una periodista, padre de hijos educados en la normalidad ciudadana, solo aceptaría el cargo por mayoría absoluta de apoyo ciudadano a su reinado. Cuando el porcentaje no alcanzó las cifras deseadas por su voluntad de sacrificio, tranquilamente, renuncio a sus derechos, dando libre acceso a la instauración de la III Republica Española, adquiriendo la normal ciudadanía y dedicándose como uno más al mundo del trabajo, en su caso como digno embajador de deportes ante los comités internacionales. La III República, no tenía otra opción que abrir las vetustas puertas del centralismo a las justas aspiraciones soberanas de las autonomías, admitiendo sin lucha la independencia de las autonomías que la solicitasen con bases suficientemente fuertes como para formar un estado federal dentro de la nueva República. Euskal Herria, vio por fin su sueño de paz hecho realidad. La entrega de armas residuales, seguida de una vigilada amnistía para los presos, fue el primer paso para una política de convivencia social entre todos los vascos. Cataluña, alcanzó las cotas más altas de soberanía, solo dependientes de la firma de acuerdos de colaboración entre el resto de los estados federales. Aragón, Galicia, Andalucía, Canarias, siguieron su ruta independentista- colaboracionista sin mayores dificultades que el respeto a los compromisos adquiridos a la firma de sus estatutos liberadores pero solidarios. Baleares, Castilla-La Mancha, Región de Murcia, Comunidad Valenciana, Castilla León, La Rioja, Cantabria, Principado de Asturias, Ceuta y Melilla, decidieron seguir dependiendo de la Comunidad de Madrid agrupadas en una Gran Comunidad Económica. Asimismo, Navarra firmo sus pactos con el País Vasco, para seguir siendo una Comunidad Foral libre e independiente.
El Estado de Aragón fue celebrado por los aragoneses en su mayor mayoría. Apenas quedaban vestigios de una derecha centralizadora, desmembrada por sus numerosísimos casos denunciados de corrupción, aprovechamiento de poder, tramas ocultas, espionaje, y demás sevicias políticas. Su caída en picado a principios del siglo XXI, cuando su apreciación ciudadana bajo irrecuperables enteros, bajo la acusación confirmada en los juzgados de una trama de corrupción a nivel nacional, fue imparable. A la desbandada de dimisiones, desaposesiones, relevos ocultatorios, descubrimiento de tramas, principalmente del clan mafioso formado bajo la luz de un ex presidente del gobierno de recuerdo infame, los baluartes del falso patrioterismo cayeron en picado. De sus ruinas nació una tímida derecha católica más preocupada por la supervivencia de sus tradiciones, casticismo histórico, que por alcanzar objetivos políticos de gobierno, por otra parte fuera de su mínimo alcance social. Se habían quedado en mera representación folclórica, como las tonadilleras y los toreros, bajo el impulso imparable de una sociedad luchando por ser más justa y solidaria.
Hank termino el ultimo poema por es noche. Salio al fresco porche de cabaña de madera que se desperezaba vislumbrando los primeros albores del amanecer. A continuación saldría a correr, subiría cuesta arriba la senda de la Virgen relajando con el matinal esfuerzo la tensión de su cuerpo sometido al vértigo de la creación nocturna. Sus poemas surgían en las horas silenciosas de la madrugada, cuando solo el arrullo de algún grillo, rompía el silencio del monte. Después, bajaría en su viejo todo terreno heredado de su padre a trabajar en el Centro. Trabajaría en el picadero, pues le gustaba trabajar con los nobles y pacíficos animales de monta. Al mediodía comería con la familia, regresando a su cabaña para dormir hasta el atardecer. Al canto vespertino del gavilán, despertaría descansado y relajado para su tarea nocturna. Bajaría un momento al salón-bar de reuniones para tomar una ligera cena y charlar con los habitantes del resto de las cabañas. No ocultaba su interés por Borja, un actor guapísimo bisexual que se encontraba haciendo una cura de sueño, solitarios paseos, meditación vipassana, y tratando de olvidar a su último compañero, muerto en el asalto a su chalet de Majadahonda.
Borja era el clásico guaperas de instituto al que todas las chicas dicen que tenía que ser actor o modelo. Solo tenía que presentar su cara de altos pómulos, ojos azules, cabellos rubios; su cuerpo sometido a los rigores del gimnasio, pilates, aeróbic, para ser integrado en una serie televisiva de consumo adolescente. Luego vendrían las clases de arte dramático, dicción, interpretación, las participaciones en largometrajes, los amantes ocasionales importantes, entre ellos dos directores de cine que se disputaron su cama. Borja, no obstante, había encaminado sus pasos hacia el teatro para conseguir cierta respetabilidad al margen de las revistas del corazón que se alimentaban con sus romances y rupturas. Encumbrado merecidamente al estatus de buen actor por su buen hacer actoral, sobre las tablas diarias del teatro, su vida cambio cuando conoció a Alan, joven director argentino de reciente éxito en taquilla por una película de situaciones cómicas y serias en el más puro estilo del triunfante cine bonaerense. Pronto se fueron a vivir a un magnifico chalet de Majadahonda, donde vivieron felices su pasión hasta el fatídico día en que engrosaron la larga lista de victimas de asalto con violencia y resultado de muerte.
La mesa del restaurante Das Meigas era un cartel de promoción turística gallega. Las frescas y carnosas ostras emitían un poderoso efluvio marino, las necoras rojas en una salsa de pimiento rojo invitaban a sorber los sabrosos jugos interiores. Una caldeirada de rape como primero, unas almejas de carril en salsa marinara como segundo, un soufflé de postre y los estómagos de Borja y Alan estaban saciados en la noche especial de su primer aniversario como pareja. Dispusieron recoger el descapotable negro del parking y volver a casa a celebrar su noche de la manera más intima. Poco podían sospechar que eran vigilados desde hacia días por una banda de asaltantes albanokosovares de chales de lujo, poco podían hacer para evitar ser seguidos y reducidos a las puertas de su residencia. Conducidos al interior, maniatados y amordazados, la violencia de seres sin alma, se descargo sobre sus frágiles cuerpos. Solo les quitaron la mordaza, tras la rotura de las primeros huesos de las manos, para arrancarles los números secretos de sus tarjetas de crédito, así como la combinación de la pequeña caja fuerte del dormitorio. Prometiéndoles respetar sus vidas, lograron su objetivo, para entre grandes risotadas malévolas una vez conseguidos sus objetivos, comenzar una orgía de violencia desmedida. Arrancadas sus finas ropas, desnudos, fueron sodomizados violentamente a la pura y dura manera carcelaria por los cuatro sujetos llenos de diabólicos tatuajes. Bebiendo los exclusivos licores del mueble-bar, esnifando sobre la mesa de vidrio largas líneas de cocaína, se tomaron su tiempo para ultrajar y desmembrar sus ateridos cuerpos. Con una maza de goma fueron golpeando sus articulaciones, fracturando sus rotulas, clavículas, costillas, hasta que hartos de reír ante sus mudas expresiones de dolor, les pegaron sendos tiros en la nuca. Alan ni siquiera pudo notar la bala entrando en su cerebro liberándolo de la cruel agonía, su muerte fue instantánea. El ejecutor de Borja, tambaleándose por efecto de la contumaz borrachera, no acertó en el tiro de gracia, y confundido por los largos cabellos rubios de su victima, solo rozo el cráneo y destrozó los cartílagos del oído izquierdo. Con su botín de objetos valiosos, cuadros, equipos de imagen y sonido, varios ordenadores portátiles, relojes, plata, partieron en la furgoneta de falsas mudanzas que tenían para disimular su presencia en las urbanizaciones de lujo que asaltaban, camino de un banco donde poder extraer todo el dinero disponible en las tarjetas que portaban en su poder.
Borja despertó con una quemazón ardiente en su nuca, al igual que si hubiera sido alcanzado por un rayo exterminador que le hubiera perdonado la vida en ultima instancia, solo marcándolo de por vida. Su cara sobre el charco de sangre que manaba de su oreja atravesada, se pegaba al parquet de una manera que impedía levantar la cabeza. Cuando al tercer intento consiguió separar su rostro de la laguna de roja sangre, al volver la cabeza, el panorama de horror y muerte se grabo para siempre en su, a partir de ahora, tormentosa mente.
Alan, desnudo, con un oscuro orificio en su nuca, bañado en sangre, permanecía inmóvil y presuntamente sin vida. La desordenada estancia constataba en su enfebrecida visión el hecho real del asalto, alejando la efímera idea de la pesadilla soñada una mala noche. Arrastrándose sobre la alfombra afgana que iba mutando de color al absorber sedienta la sangre derramada, logró alcanzar la mesita del teléfono, derribándola consiguió poner el teclado al alcance de sus rotos dedos, con un esfuerzo sobrehumano pulsó los tres dígitos de emergencia y la almohadilla de llamada, cuando puso su sanguinolento oído en el auricular pudo oír como proviniendo de otra galaxia, las mágicas palabras: 091.Policía Nacional, ¿En que podemos ayudarle?
Emitió unos amordazados estertores de dolor y se desmayó.
Tres meses en cuidados intensivos y seis meses de operaciones de cirugía estética y dental, una larga convalecencia en un centro de reposo con asistencia psicológica, lograron darle un aspecto normal, obviamente, no recupero su belleza griega de antes del incidente, pero el resultado fue más que satisfactorio. Con un tratamiento de choque contra la ansiedad, ataques de pánico, depresión, angustia; fue dado de alta, recomendándole un periodo de retiro y recuperación en algún lugar tranquilo, lejano a los medios de comunicación, especialmente de la llamada prensa rosa del corazón, verdaderos buitres carroñeros que vivían espléndidamente sacando rédito de las desgracias de los famosos.
Navegando por Internet, buscando algún lugar de reposo lejos de la ciudad, dio con el Centro Rural El Collao. Le gustaron las fotografías de las instalaciones, la posibilidad de ocupar una cabaña individual con todos los adelantos tecnológicos, así como la posibilidad de dar paseos en montain-bike, bañarse en la piscina en medio del campo y jugar al tenis. Pensaba en una larga estadía, recuperar la confianza, el valor para volver al mundo de la interpretación. Se sentía muy débil, física y anímicamente; presentía que tendría que pasar un largo tiempo hasta volver a sentir sus antiguas fuerzas, si es que se dignaban a volver a su maltrecho cuerpo.
Cuando un íntimo amigo se ofreció a llevarlo, no dudo en cargar el equipaje y dejarse llevar a su nuevo hogar en la serranía aragonesa. Su cabaña estaba preparada según sus deseos. La televisión de plasma sin conexión, solamente conectada a un reproductor de dvd, una larga lista impresa de las películas que se encontraban a su disposición en la videoteca, así como una innumerable lista de CDS de música de todos los estilos imaginables, con la posibilidad de tener copias para su uso exclusivo. La carta de comidas era atrayente, nada de sofisticados platos, aunque sin olvidar una carta vegetariana muy completa, así como alimentos macrobióticos, e infusiones naturistas para diversas dolencias. La cabaña de madera finlandesa era amplia y bien amueblada, tenía una pequeña cocina provista de una nevera llena de zumos, aguas minerales, algún refresco de consumo común, y una cafetera eléctrica con todo lo necesario. Un centro de mesa lleno de variadas clases de fruta, una conexión a Internet por satélite de alta velocidad, una cama comodísima con una claraboya al cielo limpio arriba que permitía observar las estrellas por la noche y el paso de las algodonosas nubes por el día. La posibilidad de pedir las comidas a domicilio le atrajo, pues no deseaba, famoso como era, tener que compartir sus comidas con decenas de ojos posadas en su desgracia. Cuando pidió su primera cena, al abrir la puerta de su cabaña, se encontró con el rostro juvenil más hermoso y de aspecto saludable que había visto en mucho tiempo, sus educadas maneras al preparar la mesa, su porte atlético de músculos bien presentes en su delgado cuerpo atrajeron poderosamente su atención. Cuando el veinteañero Hank, le preguntó si deseaba algo más, a punto estuvo de indicarle que tomara asiento y se tomar algo con él, pero desistió de su impulso al comprobar como enrojecía el joven y miraba a las tablas del suelo. Cuando abandono la cabaña, se dispuso a comer la apetitosa cena, no obstante, no pudo evitar pensar en su camarero de cámara. Visiblemente impresionado, no pudo evitar analizar su comportamiento, su rubor y timidez, así como su temor a mirarlo a la cara. Si este hermoso efebo campestre no es de mi cuerda, no soy quien soy, se dijo riendo por primera vez en mucho tiempo. Cuando termino la estupenda ensalada, no podía sospechar que habría de vivir más de veinte años en esa cabaña, que no volvería a pisar un escenario ni el plato de rodaje nunca más, que se iba a convertir en un guionista de renombre muy bien pagado, permaneciendo al lado de su nuevo amor al amparo de los montes circundantes. No, no podía saber nada de su futuro, aunque cuando se tumbo en las limpias sabanas, contemplando las refulgentes estrellas a través de la claraboya, creyó leer algo en ellas.
Diego, tras desayunar, no se encontró con fuerzas para su paseo hasta Cristina. Cristina, antiguo aprisco de la dehesa, estaba situada en una loma que se elevaba sobre sobre el deposito principal de agua reconvertido en piscina olímpica. El agua de lluvia había sido sustituida por el agua subterránea que proporcionaba un pozo que descendía ochenta metros de profundidad hasta alcanzar un agua potable de calidad casi mineral. Asimismo, el aprisco de ovejas había sido borrado por las maquinas, que con allanaron la superficie de la colina para la construcción de un restaurante de cocina de autor. De reciente inauguración, sobrado éxito, aún así, no le importaba a Diego la intromisión en sus dominios de un elemento hostelero fuera de su poder, al contrario, veía con buenos ojos el clamoroso triunfo del cocinero aragonés que había arrendado la concesión para construir su restaurante, doce habitaciones, reconvertir el antiguo pozo y ajardinar la loma hasta implantar un parque de ornamentos y complementos de gran belleza. Diego y Ainhoa, eran clientes habituales, pues les gustaba dar un paseo desde el Centro hasta el restaurante. El osado cocinero, aprovechando el tirón mediático de su programa de cocina en la televisión aragonesa, había dado forma a su sueño de independencia. Cuando propuso la idea, tras pasar unos días de descanso en el Centro, no esperaba que el extraño dueño y propietario del complejo, le diera su aprobación, así como facilidades y consejos de gran valor. Diego, apoyándose en su visión de futuro, se animo con el proyecto, incluso ante el asombro del chef televisivo, corrió con los gastos de asfaltado del camino hasta el restaurante. Para devolver el favor, Antón, decidió plantar castaños de Indias para dotar de sombra al camino, así mismo, dotó de bancos de descanso, farolas, fuentes de agua potable para los clientes del Centro que venían a comer o cenar a su establecimiento.
Diego, declinando el paseo, subió en el ascensor hasta el mirador del torreón. Construido como un faro que vigilara el resto de la dehesa, se elevaba sobre la residencia familiar en el ático del inmenso hotel. El arquitecto vasco Bernaola, joven emprendedor con ideas que sabían interrelacionar el futuro con la tradición, había solucionado todos los impedimentos que hubieran desalentado a cualquier otro arquitecto, sin su iluminada visión y determinación. Cuando Diego le confío el proyecto, también le trasmitió sus inquietudes y sus más íntimos deseos. Ante el pequeño chalet de piedra, donde se había criado desde que nació hasta cumplir catorce años, no pudo ocultar su desazón por el eminente derribo. Su ubicación era privilegiada para el futuro hotel, pues estaba orientado al abrigo del temible cierzo, teniendo su frontal unas maravillosas vistas de la dehesa. Desde su gran terraza se vería el campo de golf de la Olla, el complejo deportivo a su lado; por otra lado, en días claros, se podían ver hasta los molinos de viento de La Muela. El arquitecto sorprendió a Diego cuando presento los planos del hotel, apoyados en una maqueta con toda clase de detalles. Cuando descubrió esta obra minuciosa de precisión a escala, Diego dio un respingo: El chalet, engrandecido con un piso superior, dotado de solarium, piscina, una bodeguita con horno de leña, barbacoa, dos terrazas y un cuidado jardín, se elevaba en lo alto del edificio hotelero. Pero lo que sorprendió aún más al anonado propietario, fue un torreón revestido de piedra que se elevaba cinco metros por encima de todo el conjunto y aprovechaba a su vez el ascensor privado para subir cómodamente a su cúpula acristalada. En el centro de dicha cúpula se encontraba ubicado a escala un telescopio giratorio con el que poder dominar todo el inmenso paisaje circundante. Diego apenas presto atención al papel doblado ceremoniosamente, donde a la manera de los grandes negocios, figuraba la cifra aproximada de todo el proyecto. Aunque sintió erizarse los cabellos de la nuca, lejos de temblar ante tamaña cifra, busco su pluma para dar pie y firma al faraónico proyecto.
Las obras habían comenzado a buen ritmo, trabajadores era lo que sobraba dada la época de crisis. El banco creía en el proyecto asumiendo los riesgos de financiación. El alquiler de las tierras con derecho de compra a veinte años vista fue firmado ante su abogado, ofreciendo unas ventajas impensables para Diego, pues prácticamente le permitían ejercer un pleno derecho sobre la explotación de las mismas. Solo le preocupaba el tema de la energía necesaria para mover el complejo turístico. Los cálculos del ingeniero industrial se elevaban hasta la respetable suma de 4kw/hm3 provocando la saturación de la red eléctrica y el consiguiente problema de la línea que subía desde la Dehesa Nueva hasta el Santuario de Rodanas. La solución no dejaba de quitar el sueño a un Diego entregado por completo a la culminación de su proyecto. Fue una noche de insomnio, cuando navegando por internet buscando una solución a su problema en las páginas sobre energía eléctrica, su ojos se abrieron como platos al leer la siguiente reseña publicitaria: Se buscan terrenos en Aragón para la instalación de gran complejo de energías renovables y ecológicas. No lo podía creer, si fuera cierto, su problema quedaba solucionado. Al día siguiente llamo al teléfono de contacto, así como pidió cita con su abogado. A la semana siguiente, recibió en la dehesa una comisión de investigación formada por miembro dirigentes de la empresa de energía, así como políticos del Gobierno Autónomo, que compartía riesgos y financiaba la instalación de complejos de energías limpias. Por encima de Cristina quedaban grandes campos llanos ideales para ser sembrados con heliostatos, cuya única misión residiría en atrapar rayos del Sol para extraer energía. El objetivo prioritario sería erradicar las emisiones de dióxido de carbono que podrían agravar el cambio climático. Las nueve plantas proyectadas darían el equivalente de 300 megavatios de potencia, por lo tanto la sufrida atmosfera se estaría evitando un deterioro de 600 mil toneladas de CO2. Para que se entienda fácilmente, el complejo se bastaría para dar energía limpia a 180 mil hogares.
Aunque dos de los propietarios recurrieron el firmado contrato de arrendamiento de la dehesa, tuvieron que dar marcha atrás ante las alegaciones del abogado de Diego, los costes de llevar a juicio tan necesitada instalación, así como la palabra de Diego de asegurar el trabajo de sus hijos y parientes en el complejo energético que estaba a las puertas de realizarse. Por supuesto, Fabián, el abogado de Diego, ante la envergadura de la empresa, uso de todas sus artes y habilidades para firmar un jugoso contrato. Como primer requisito, a la firma de la autorización de implantación del complejo, exigió la cantidad de dinero adelantada sobre el terreno para que Diego pudiera pagar la totalidad de la dehesa. Por algo en los círculos de leguleyos, le llaman a sus espaldas mafian en vez de Fabián, asegurándose una comisión sobre el montante más que generosa.
Con la firma de la escritura de la totalidad de la dehesa, el apoyo de la empresa energética, el inestimable apoyo político del Gobierno Autónomo, Diego vio huir los negros nubarrones de incertidumbre y desasosiego. Solucionado el problema de la energía, la línea de crédito bancario más que suficiente, sus ideas sobre el papel de su despacho tomaron realidad sobre el terreno. A sus cincuenta años bien llevados, arropado por una salud de hierro, bien alimentado espiritualmente por su familia, se lanzo sin tregua a dar salida a sus proyectos. Colgado del teléfono, mandando innumerables e-mails solicitando presupuestos, catálogos, buscando formas de solucionar sus carencias, su vida tomo un ritmo vertiginoso. Las diversas empresas contratadas invadían la dehesa con sus maquinas, sus operarios, sus bungalós prefabricados, su fuerte ritmo de trabajo se debía a una fecha de realización que de ser superada, vería mermada su ganancia. Diego subido en su Land-Rover con su ordenador portátil a mano, la nevera con zumos y aguas que Ainhoa le introducía por las mañanas, no dejaba de recorrer los diversos trabajos de remodelación y creación de espacios lúdicos y deportivos. Las maquinas de asfaltado subían desde la antigua azucarera siguiendo a las maquinas de nivelado y aplanado del antiguo camino. Un asfalto de color rojizo, muy similar a la tierra apisonada del contorno, iba subiendo hacia el núcleo del Centro. A sus orillas se iban plantando castaños de indias para dotarlo de un futuro encanto paisajístico. El campo de golf de la Olla, tomaba forma al ser cubiertas sus aplanadas tierras por césped de hierba artificial, menos necesitada de la preciada agua del viejo pozo perforado hasta 60 metros. El complejo deportivo a su lado alzaba sus paredes de bloque anti humedad, ligeros pero consistentes de un compuesto moderno parecido a la antigua termoarcilla pero más rápidos de colocar y fáciles de manejar por la tropa de inexpertos albañiles contratados. Ainhoa se ocupaba de las obras del hotel, así como de mantener vivo el complejo agro turístico del Collao. Unax como adjunto de su padre, se encargaba de la supervisión de las obras, materiales, gestiones y compras de todo tipo. Ona cuando regresaba de la Universidad se entregaba a ayudar a su madre como fiel secretaria. Todos estaban embarcados por Diego en la idea y el sueño de crear un Centro de Vacaciones diferente a todo lo visto por la Humanidad. Desde una gran esfera transparente de aluminio y cristal plástico, donde los clientes podían sentir la falta de gravedad y flotar como los astronautas en el espacio, relajando todo su cuerpo. Hasta un sofisticado y complejo gimnasio, con todos los adelantos de la ciencia deportiva y medica al servicio de la curación, entrenamiento y fortalecimiento muscular de deportistas de élite o simples ciudadanos interesados en ponerse en forma y con poder monetario para pagar la estancia en el Centro. La piscina cubierta con vistas a un invernadero tropical lleno de flores exóticas, pájaros tropicales, bar-restaurante, podía permitir bañarse en agua tibia, tomar baños de rayos uva en medio de la crudeza invernal aragonesa. En las intrincadas lomas del Romeral se construía unas pistas de esquí sobre tierra rodeadas de infladas protecciones de aire comprimido para evitar lesiones en las salidas de pista. Era un deporte que tenía fuerte predicamento en la juventud y no tan jóvenes practicantes. Llevados con sus esquíes dotados de fuertes rodamientos hasta la altura de la loma, por el trenecillo eléctrico, descendían por el curvado trazado demostrando su pericia y disfrutando del puro aire en sus acelerados pulmones.
En una de las antiguas naves de grano, fue colocado un escenario y una platea de cómodas sillas desde las que asistir a conciertos, conferencias, lecturas de poesía, eventos tanto en vivo como reproducidos por un equipo a la última en imagen y sonido. También se proyectaban ciclos cinematográficos de diferentes estilos, dándose los cinéfilos verdaderos atracones de películas que se proyectaban sin cesar, solo dejando el intermedio necesario para tomar un tentempié y discutir con otros adictos, las diferentes opiniones sobre el film proyectado. En el otro silo de cereal, se construyo una discoteca con todas las comodidades de un club nocturno del New York de los años ochenta. Studio 2030 se llenaba todas las noches de variopinto público, bien clientes del Centro, bien personas de los alrededores o de la misma capital, acudían a su cita con las músicas bailables de su juventud. Agotados de bailar, embriagados por las copas, se obligaban a coger habitación, pernoctando cómodamente para al día siguiente disfrutar de un baño tibio en la piscina, un desayuno energético, quizá un descenso por la pista de esquí terrestre.
Diego subido en su atalaya veía la totalidad del complejo sorprendido en su interior por la rápida transformación del entorno. Habían pasado veinte años, como dice el tango: “veinte años no es nada, que febril la mirada…” pero a pesar de la velocidad de los tiempos actuales, cuantos quebraderos de cabeza había tenido que solucionar. Solo en el ámbito familiar, tenía que reconocer que había ganado todas las batallas, pagando una nimia soldada. Ainhoa seguía bella como siempre a su lado, los años solo habían dado un matiz atrayente a sus sinuosas formas, volviéndolas más rotundas a sus enamorados ojos, incluso más atrayentes. Ona tras su tempestuosa relación, había alcanzado un estado de paz y armonía solo perturbado por la promiscua y rebelde hija que había tenido con Derek, una muchacha que era el ojito derecho de su abuelo que le perdonaba sus desplantes consintiéndole todos sus caprichos. Diego enfoco el telescopio hacia el Romeral, el objeto de su pensamiento subía a toda velocidad cabalgando su montura de gran cilindrada con la pericia de una campeona mundial. Había aprendido a ir en moto antes que andar. La sucesión de vehículos a motor había sido gradual a su crecimiento. Desde las primeras motocicletas eléctricas hasta la impresionante Honda Titaniúm regalo adelantado por su cumpleaños que se avecinaba próximo. Cumpliría la muchacha dieciocho años, su madre la daba por imposible, su padre era incapaz de hacerse escuchar, y su abuelo no sabía decirle que no a sus múltiples caprichos. Recordaba cuando cumplió catorce años, le había prometido una mochila de cuero hecha por un artesano que residía en la colonia de la antigua mina. Bueno, a decir verdad, la mochila era solo el complemento para su espalda, pues el regalo principal había sido la consiguiente moto todoterreno que sustituiría a la escacharrada del año anterior. Cogió Diego su moto de trial, acompañado por su rebelde nieta se dirigieron a las cercanas minas. Recogieron la mochila, una obra de artesanía con una F arábiga de dorado metal en honor a su dueña. Se encaminaron hasta la Cueva del Gato, bajaron de sus monturas y se introdujeron por la abertura. La inmensa sala socavada en el interior de la montaña por la fuerza de la vida interior del planeta, siempre sobrecogió a Diego. Desde su tierna infancia había sido instruido en la leyenda de la cueva. Su padre, Manuel, siempre le gastaba bromas cuando era niño. No es que fuera hombre de chanzas y tomaduras de pelo, al contrario, era un hombre muy reconcentrado en su vida interior de recuerdos de la guerra civil. Taciturno, escéptico, conformado en su vida pastoril, seguía el calendario de las estaciones climatologicas con devoción de ermitaño. No necesitaba ningún calendario zaragozano para saber cuando el tiempo andaba de mudanza, cuando llegaba el frío o cuando iba a llover. Asentado en la cultura oral de la tierra, sustentada en antiguos refranes, ponía al alcance de su hijo todo el cúmulo de experiencias adquiridas con los años. A pesar de una visión francamente pesimista, hacia gala de un humor socarrón aragonés muy dado a ofuscar y sorprender a su interlocutor. Una de sus preferidas leyendas rurales hacia referencia al pajarico de la Cueva del Gato. Atribuía a dicho pájaro la fuerza de mover las rocas del suelo de la cueva, asimismo le confería poderes mágicos tales como la invisibilidad y el poder de hacer milagros. Contaba que la Virgen de Rodanas andaba paseando por sus montes cuando estalló una gran tormenta, asustada busco refugio en la cueva, el pajarico que vio su temor a la oscuridad, voló a la ermita y trajo en su pico una vela encendida. Agradecida la Virgen le dio el poder de obrar milagros, como purificar las aguas pútridas de los pozos, sanar a los conejos de su enfermedad epidémica, así como guiar a los caminantes que se perdían en la noche. Decía esto a su pequeño hijo, con un retintín de solapada burla que el niño no sabía captar, asombrado por las capacidades milagreras del pájaro. Cuando recapacitaba, decía: No puede ser, papa, no es posible. Su padre se dirigía a una desprendida roca de gran tamaño, y jugando con la memoria infantil, le decía: Ves, Dieguito, está piedra no estaba aquí la última vez que estuvimos. Estaba allá arriba. Ha sido el pajarico quien la ha empujado hasta aquí. Diego miraba la piedra confundido, queriendo creer a su padre, asombrado de la fuerza de pequeño pájaro. Luego lo contaba en la escuela a los otros niños, entablando infantiles disputas sobre quien era más fuerte. La imaginación se desbordaba inventándose cada chaval un animal de parecidas características y titánica fuerza. Uno relataba las proezas del ratón de Santa Maria Magdalena, capaz de comerse un campo de trigo en una noche y tener más fuerza que la mula de su tío Antón capaza de arar más que un par de bueyes. Desafiándose a superarse en inventiva pasaban los recreos duros de invierno, cuando la lluvia y la nieve hacia impracticables los juegos al aire libre.
La Cueva del Gato situada en el Cabezo del Gato, término de Épila (comarca de Valdejalón) entre la A-121, que une las poblaciones de Magallón con Ricla de Jalón, y el Santuario de Rodanas, se trata de una cueva Prehistórica que se cree fue utilizada en el Paleolítico, muy visitada por excursionistas debido a su fácil acceso. Posee dos bocas de entrada, la primera a pie de senda y la segunda un poco más arriba, que requiere material técnico de espeleología. Se accede a ella a través de un camino lateral que arte de la pista de Rodanas a escasos 50 metros de la carretera.
Diego seguía la broma generacional, pero su nieta Francés no se trago la bola en absoluto, alegando un:
Anda ya, abu, te crees que soy tonta. No me comas el tarro, que no soy una niña.
Diego dándose cuenta de la inutilidad de su chanza, paso a relatarle los sueños que Alfonso y él, cuando eran jóvenes tenían con la cueva. El sueño principal era acondicionar la cueva para una discoteca de lo más psicodélico. Tras explicarle sucintamente el significado del adjetivo, evitando las connotaciones hacia las drogas y demás tópicos, la instruyo como sería la disco en el interior de la cueva. Primero, extraer todas las grandes rocas del suelo para poner pista de baile con sus dos barras de bebidas, luego acristalar la boca de arriba construyendo una plataforma-sala de estar con cómodos sofás y mesas desde poder disfrutar del paisaje. La nieta lo miraba cerrando intermitente los ojos, como si pudiera dar forma en su mente al sueño de su abuelo. Chasco los dedos como tenía costumbre, miro fijamente a su abuelo a los ojos, y dándole golpecitos en el pecho, dijo:
Para cuando cumpla los dieciocho, vale.
Sorprendido por la imperativa propuesta, abrió los ojos desmesuradamente, para solo poder exclamar:
Vale.
Aquel simple: vale, le había traído más de un dolor de cabeza. Para empezar tuvo que usar todo su poder sobre el Ayuntamiento, además de inducirles a pensar, que su preclara mente se esta enturbiando, manifestando una chochez por su nieta, digna de un viejo ñoño. Pero supero su manifiesta entereza, poco dada a pedir favores. Cuando se presento ante el alcalde, balbuceando sobre una fiesta de cumpleaños para su nieta en la Cueva del Gato, el joven alcalde impresionado por la presencia de aquel soñador que había dado vida de nuevo al pueblo, no pudo decir sino que, si quería celebrarla en el salón de juntas o en el pabellón de fiestas, tenía su permiso; si el lugar elegido era la Cueva por un capricho de su nieta, con tal que tras el evento quedará como estaba, podía hacer su real gana.
No obstante, Diego, acostumbrado a hacer las cosas bien, busco en Internet estudios espeleológicos, geológicos, y cuando tuvo acumulada la totalidad de ellos, hizo venir a un geólogo que firmaba un estudio sobre la dichosa cueva. El geólogo refuto su estudio, aportando pruebas irrefutables sobre la fortaleza de sus paredes. Puede usted invitar a los Ángeles del Infierno a celebrar una fiesta de heavy metal que sus paredes resistirán el embate de los decibelios. Podría resistir hasta una hipotética explosión nuclear, le confió, tal era la fe en sus estudios.
Con la seguridad de no morir sepultados, faltando poco más de un mes para el cumpleaños de su nieta, fue informando a sus posibles cómplices de su plan. Ainhoa, por la fuerza de la costumbre, le dio el visto bueno, pues sabía de su necesidad de tener la mente ocupada con nuevos proyectos. Alfonso, jubilado de sus negocios de importación de licores, su empresa llevada con pericia por su hijo Tom, se restregó las manos con energía, escupió el pucho de su eterno Lucky, exclamando:
-“Viejo loco, por fin vamos hacer realidad el viejo sueño, ¿Cuándo empezamos, compadre?”
Unax, ocupado en su cargo de director general del Centro, acogió la idea con simpatía, al igual que su madre, veía con buenos ojos la actividad de su padre. Además que Francés era su ojito derecho, cediendo como todos al mas nimio de sus deseos. Francés no había aceptado de buen grado la separación de sus padres. Sumida en una guerra de nervios, había recalado en el abismo de la anorexia a los quince años. Todo su ámbito familiar contemplo impotente como se deterioraba su lozanía pura de muchacha criada asilvestrada en contacto directo con el campo. Su rostro de porcelana renacentista perdió sus colores de fresa temprana, unos tintes violáceos aparecieron bajo sus verdes ojos eslavos, se enmarcaron sus altos pómulos acerando su rictus de tristeza. La risa que llenaba el gran salón familiar, armonizando la estancia, enmudeció dando paso a un silencio reconcentrado. Su atlético cuerpo de deportista se fue encogiendo como desinflándose de energía, enflaqueciendo a la vista preocupada de su familia. Al atascarse el inodoro de su cuarto de baño, se descubrió que la carne en vez de ser consumida era cortada a trocitos introducida en bolsa de plástico, ocultada en los calcetines para ser arrojada al inodoro. Saltaron las alarmas, se reunió el conclave familiar, Derek incluido. Ona removió la olla de los rencores, se enfrento abiertamente a su ex pareja, culpándolo del descontrol nervioso de Francés y de la depresión de Hank. Ainhoa, les hizo callar, emitiendo un irrintzi que sobrecogió con sus notas agudas a todos los presentes. Cuando callaron enmudecidos por el grito de guerra vasco, la gran matriarca vasca hizo acto de presencia, tomó la palabra con fuerte determinación. Francés iría a un psicólogo, sería internada sí hiciera falta, pues todos los síntomas apuntaban hacia una anorexia grave. Sus padres enterrarían el hacha de guerra por el bien de sus hijos, ocultando sus desavenencias para el mejoramiento de las relaciones familiares. Y, en cuanto a Hank, no presente en el conclave, deberían saber que estaba viviendo una feliz relación con Borja, el actor reconvertido en famoso guionista, que les iba muy bien, aunque no querían proclamar a los cuatro vientos su relación pues les bastaba con vivirla en su mundo de la sierra. Así, afirmo, que todo está hablado y confirmado, Francés recibirá ayuda profesional, Hank será dejado en paz.
El descubrimiento de la relación de Hank con Borja dejo a todos desconcertados. Hank, hijo de una joven Ona, que nunca revelo el nombre del padre, tenía veintidós años, acababa de regresar de Gran Bretaña arrastrando un suicidio provocado indirectamente, y sumido en una gran depresión. La pureza de la sierra, el aporte de equilibrio familiar, una ocupación agradable y no muy absorbente, habían curado en parte sus heridas. Al menos, visiblemente, los matices eran esperanzadores. La relación con su madre, siempre difícil, por la ocultación férrea del nombre de su padre, había dado paso a una amable convivencia. Bajo el manto confidencial y protector de su abuela, sintiendo el apoyo incondicional de su abuelo, Hank empezó a recobrar las fuerzas. Cuando conoció la historia de Borja, contada en la penumbra confesional de la intimidad amorosa, descubrió a un igual, a un maestro nuevo, a un sustito en su corazón herido por el suicidio de su anterior amante. Decidieron seguir con sus vidas, encontrándose como amigos por el día, como apasionados amantes por la noche. Hank dejaba que su incipientes trabajos poéticos fueran revisados por el experto ojo existencial de Borja, asimismo los guiones de Borja, eran contrastados a dos voces mejorando el resultado notablemente. Cuando se empezó a fraguar el nuevo Centro de la Dehesa, Hank se entrego a la colaboración más altruista. Fiel escudero de su abuelo, colaborador eficaz de su tío Unax, se entrego por completo a la vorágine de obras y proyectos que surgían sin cesar. Suyo había sido el aporte de la instalación de un trenecito eléctrico que comunicara todas las instalaciones de la Dehesa. Aprobada la idea por mayoría familiar, disponiendo de energía eléctrica a un bajo precio, casi regalada por la planta de acumulación de energía solar, se confió su instalación a una empresa japonesa. El tren monoraíl sin conductor de futuristas formas, cómodos asientos, acristalado casi por completo, dotado de climatizador constante, sistema de sonido e imagen; junto con el microbús que bajaba a la estación a recoger a los clientes del Ave, era un preciado componente para el desplazamiento de los clientes. Partía justo enfrente del gran hotel para recorrer silencioso el camino que llevaba hasta el complejo deportivo, el campo de golf, las pistas de esquí terrestre, así como al reciente helipuerto que recibía clientes en los aeropuertos cercanos, trasladándolos sin perdida de tiempo al Centro. Hank estaba orgulloso de su aporte a la logística del Centro, había rechazado un cargo directivo en la dirección general en aras de su creación poética, pero estaba dispuesto a colaborar con su experiencia, aportar su lado anglosajón al proyecto así como su dominio del idioma. Otro de los logros de los que se sentía orgulloso, era haber conseguido que el tren de alta velocidad Ave parara en la estación de Épila. Muchos clientes llegaban el viernes por la tarde para pasar el fin de semana, regresando el domingo por la tarde, todo un fin de semana de golf, baños, baile, comida suculenta, sin tener que conducir ni sacar el coche del garaje.
Además estaba lleno de optimismo, sus poemas en forma de poemario, habían recibido muy buenas críticas, siendo invitado a lecturas en simposios de poesía. En secreto preparaba un encuentro de jóvenes poetas en la sala de conferencias de la Dehesa para el próximo otoño. Su vida era plena, su trabajo con los caballos era algo más que un trabajo de supervisión y dirección de la cuadra, el contacto con los bellos animales le trasmitía una serenidad espiritual que reflejaba en sus bellos poemas. No obstante, no cerraba sus ojos al mundo, pudiendo llegar a escribir poemas de gran dureza, reflejo automático del cruel mundo exterior.
Diego y Alfonso, se reunieron en el despacho del ático para abordar la fiesta de cumpleaños. Tom había montado numerosos conciertos de rock, adquiriendo un buen equipo de sonido, luces, y hasta un generador de gran potencia diesel por si el enganche del potente equipo tiraba abajo la red eléctrica. Guardado en el almacén del negocio paterno, estaba dispuesto para iluminar y hacer sonar la música dentro de la cueva. Luego estaba el tema de las bebidas que se soluciono con tres grandes cámaras móviles con dispensador de cerveza. Una barbacoa gigante estaba alquilada para el día del cumpleaños, así como una empresa de catering encargada de atender las barras y preparar aperitivos, vigilar la barbacoa y servir la carne. Ainhoa propuso que junto a las hamburguesas gigantes de ternera, los chorizos criollos argentinos, las salchichas alemanas, se asaran veinte kilos de chuletas de ternasco en la barbacoa familiar para que no se mezclaran los sabores. Diego no pudo ocultar su emoción al recordar la primera cena con Ainhoa en Rodanas, habían pasado más de cuarenta años, pero aún recordaba el sabor del primer beso.
Superado el escollo de la intendencia, quedaba lo más difícil, habilitar el suelo de la cuerva lleno de rocas como una pista de baile. Para ello se acercó una mañana hasta el campo de golf. Su amigo Antonio Calderón se hallaba en la cafetería esperando a su rival habitual para el enfrentamiento semanal. A pesar de rondar los ochenta años, se mantenía delgado, más bien enjuto, pura fibra. Luchador desde su niñez, había conseguido levantar una gran empresa de calderería, forjas artesanas y estructuras metálicas de todo tipo y condición. Jubilado al cumplir los sesenta, había depositado la confianza y la dirección de la empresa en sus tres hijos que hicieron honor al esfuerzo paterno, no solo manteniendo el nivel de profesionalidad y honradez, sino adecuando la empresa a los tiempos actuales, no teniendo que envidiar sus trabajos a cualquier empresa nacional. Cuando llegó, Diego se encontró a Antonio lanzando bufidos de malestar. Su oponente semanal no se había presentado alegando un dolor de muelas. Pero como le van a doler las muelas, si lleva dentadura postiza, repetía decepcionado. Diego lo saludo efusivamente, le pregunto el motivo de su disgusto e invito a un cortadito descafeinado, proponiéndole ser su rival.
Antonio, desconcertado, aceptó para no perder la mañana. En realidad le apetecía confrontar sus golpes con el propietario del Centro. Pero claro, competitivo como era no pudo dejar caer cuando se dirigían al tee de salida, la frase que Diego estaba esperando:
-Vale, Diego, juguemos. ¿Pero qué nos jugamos?
-No te preocupe. Cuando te gane, te pediré un pequeño favor.
Picado en su amor propio, Antonio lo miro entrecerrando los ojos, pero siendo amigos desde hacia más de sesenta años, no desconfió de la propuesta.
Eligieron el recorrido nº 1, el más complicado pues debían evitar el pequeño lago para llegar al green. Antonio hizo una magnifica salida, dominando el swing golpeo con una fuerza impensable para su edad, lanzando la pequeña bolita hacia su calle evitando que cayera en el áspero. Diego, lanzó con eficacia su bola, quedándose por detrás de su contrincante. Antonio sonreía a su cady, un rumano rubio que siempre tenía una sonrisa dibujada en su boca. Diego no pudo evitar mostrar su contrariedad, aunque sabía que Antonio no le negaría el favor, quería conseguirlo de manera deportiva, no como simple favor. Jugando como estaban en un par cuatro, el siguiente lanzamiento era fundamental para alcanzar el green. Antonio lanzó con fuerza, pero su bola llegando al green pero a una posición de talud, no pudo evitar maldecir al ver a la bolita caer por inercia alejándose del hoyo. Diego lanzó con tal fuerza y maestría que su bola quedó a escasa distancia del banderín que señalaba el hoyo. Aunque Antonio en tercer bajo par se acerco al hoyo. Diego tomo su putter inglés y de un golpe con efecto introdujo la bolita en el hoyo. Antonio se acerco para estrechar la mano de su vencedor, e intrigado preguntó que clase de favor quería. Diego le explico su proyecto de fiesta de cumpleaños, como bien sabía, Calderón & hijos tenía unas plataformas de madera con estructura de hierro para poner pistas de baile sobre cualquier terreno. Sería cuestión de tomar medidas e instalar sobre las rocas del interior de la cueva una plataforma sobre la que se pudiera bailar, pagando lo que estuviera estipulado, claro, la victoria sobre el césped solo era para que diera prioridad al proyecto. Tras tomar un aperitivo, Antonio subió a su todo terreno, prometiendo ocuparse de todo esa misma tarde.
Todo se realizo en el máximo secreto. Tom con sus técnicos coloco un proyector de luces psicodélicas que daban un aspecto mágico al interior de la cueva. Las barras se dispusieron en la entrada rebosantes de bebidas. La barbacoa se instaló al lado, así como mesas de madera con bancos. El grupo generador se coloco lejos para evitar escuchar su potente funcionamiento. El equipo de sonido aprovecho la acústica natural de la cueva para debidamente ecualizado digitalmente, sonar diáfano y con potencia suficiente para hacer vibrar a los jóvenes de la fiesta de cumpleaños.
Un día más Diego subía a su torreón para observar como la luz del amanecer acogía sus dominios. No vayan a pensar que tenía delirios de poder, que su sillón giratorio era como un trono de rey o algo por el estilo. Receptor de la belleza del paisaje, se integraba en su esplendor admirando su obra desde la perspectiva del creador artístico, todo lo contrario a la mirada rapaz del acumulador de bienes capitalista. Sus sueños se habían cumplido. Había forjado su Arcadia, no total, pues ese sueño era imposible, pero al menos autosuficiente y amable con sus moradores. Solo pequeñas fallas minaban su sosiego. Unax, su hijo mayor, tenía buen carácter, era buen trabajador, entregándose a la difícil tarea de seguir con su sueño, el día que su padre faltara o la edad le impidiera dirigir el Centro. De carácter afable, dotado desde su infancia de una atracción singular para el género femenino, sus aventuras eran incontables. A pesar del certificado éxito, no había logrado encontrar a su alma gemela, conformándose con vivir ocultos romances que se sucedían sin dejar huella aparente. Todos los años cogía sus merecidas vacaciones de otoño, viajando a lejanos países, volviendo cargado de ideas para perfeccionar el Centro. Proscrito del compromiso y los hijos, había heredado la sangre joven de su padre, aquella libre de ataduras y solitaria que Ainhoa había borrado soplando la arena de su corazón desértico.
Ona, tras sus devaneos adolescentes y juveniles con Tom, se había entregado febrilmente a los brazos de Derek, su relación había pasado de una pasión desbordada a la tranquilidad somera de la convivencia. Dos hijos habían establecido el vinculo pacifico, pero la atracción de Derek para con las mujeres, había roto el sutil hilo de araña del que se servía Ona para no perder su calma.
Derek un serbio sumamente atractivo, musculado en el gimnasio día a día, metro noventa de belleza eslava, ojos azules turquesa, cabellos rubios recogidos en una cola de caballo, temperamento tranquilo, hubiera deseado cualquier maldición antes que defraudar las esperanzas de la familia que le acogió, dio trabajo y una familia. Lejano quedaba el día invernal en que caminando sobre un palmo de nieve, se había acercado al Centro del Collao buscando trabajo. Diego subía del pueblo con su nuevo Land Rover, cuando recogió al enorme joven que más parecía un oso ártico que un ser humano. Cuando escucho sus intenciones, a pesar de la falta de clientes por ser las fechas mas crudas del invierno, se apiado de sus cansados ojos y le dio trabajo. Ona se sintió atraída al momento de conocerlo, sus rupturas con Tom desconcertaban a la familia, pues nunca sabían el estado de unión o ruptura según el momento. Tom vivía muy feliz trabajando para su padre en la venta y distribución de bebidas. Mas tarde comenzó a involucrarse con bandas de rock, grunge, rastafaris, psicodélicas; comenzando a montar conciertos y de paso a ligar desenfrenadamente en cada concierto con una hermosa muchacha diferente. Su atracción por Ona seguía su curso desde la infancia de juegos compartidos, pero por eso mismo, se sentía culpable, viendo más a una hermana que a una atractiva mujer. Desde el día que a sus diecisiete años la llevo a los Monegros para una mega fiesta trance organizada por la discoteca Florida 135, arrebatándole de mutuo acuerdo su virginidad, sobre la trasera de la “Chevy Apache” del 58 de su padre, se había sentido mal respecto a sus sentimientos hacia ella. Su momento de deseo había sido verdadero, y aún hubo numerosas ocasiones de repetir la agradable experiencia, pero Tom no se sentía a gusto. Cuando comenzó su periplo veraniego de conciertos por toda la geografía en fiestas del Estado de Aragón, cada una de las bellas jóvenes con que se acostó, le libero de una pesada carga. Cuando Ona le confió su enamoramiento del trabajador de su padre, sintió una extraña pero reconfortante liberación total. Ona se entrego por entero a su relación con Derek, Tom se entregó a su donjuanesca vida de pica flor de pueblo en pueblo. Mantuvieron su amistad inamovible, dando carpetazo a sus escarceos sexuales, como si nunca hubieran existido.
Luego vendría la caída de Derek en los brazos de una acaudalada italiana dueña de una afamada firma de pret a porter que se encapricho del joven pero padre de dos hijos, por otra parte harto de los enfrentamientos con una Ona celosa, ofuscada en su papel de joven madre y cada vez más lejana, así como dueña de un comportamiento errático.
Ona paso una temporada extraña, refugiándose en la lectura, en sus rincones de sombra, para luego seguir con su vida de madre dedicada a sus dos hijos. Veraneaba en Ibiza dos semanas al año, divirtiéndose con sus amigos. Viajaba a New York en otoño, regresaba deseosa de estar con sus dos hijos, siendo discreta en sus escarceos de una sola noche.
No podía dejar de sentirse satisfecho Diego en su atalaya. Francés irrumpía la calma de la recién nacida mañana a bordo de su moto nueva. Dirigió el telescopio para observar que haciendo caso omiso a sus advertencias, venía con el casco colgado de su codo y sus cabellos negros al viento. Tendría que hablar una vez más con ella, aunque montando la fiesta de cumpleaños que le estaba montando, no quería que percibiera algo en sus ojos o su tartamudeo ocultativo. El Centro comenzaba su jornada diaria, los clientes subían al tren monoraíl para equipados con sus palos de golf disfrutar de su matinal recorrido sobre la verde hierba. El microbús subía por el asfaltado camino, llevando a los clientes que había recogido en la estación del Ave. I Ching Tao comenzaba sus movimientos de Tai Chi en el centro del jardín japonés, siguiendo sus movimientos armónicos un respetable grupo de clientes de la tercera edad. Debería hablar con él, pensó Diego, sus sueños apocalípticos se repetían casi todas las noches, ofuscando su despertar, llenando su pacifica aceptación de la edad con temores infundados. Los ligeros temblores se sucedían en pequeños intervalos de tiempo, eran tan habituales que la gente no les daba la menor importancia. Pero Diego, seguidor de la teoría científico-filosófica de Pundwer, no dejaba de inquietarse. Una de sus proclamas más rebatidas era la de una posible fusión de movimientos geológicos internos que tomando el núcleo del planeta como centro matriz, harían vibrar todo el conjunto terrestre en un terremoto al unísono que resquebrajaría el planeta Tierra, convulsionándolo en una magnitud tan amplia y destructora que ningún edificio quedaría en pie sobre la faz de la Tierra. Como si un Dios cansado de la idolatría pagana al dinero, moviera el globo terráqueo como un sonajero. El hombre, en su conjunto global general, había perdido la totalidad de los valores que forjaron las democracias y las constituciones que crearon los países. La devastación del planeta era más que evidente, el ecosistema estaba seriamente dañado, la Amazonia había sido devastada por la especulación maderera así como por provocados incendios, dejando mermada la capacidad de crear oxigeno por los viejos pulmones del anciano planeta. La emisión de CO2 o dióxido de carbono que se producía al quemar combustibles era uno de los principales gases del efecto invernadero que provocaba un mayor calentamiento del planeta, con todos los riesgos que eso conlleva: deshielo de los cascos polares con la invasión de las costas por la subida de los mares, necesidad de un gasto mayor de energía al sufrir fuertes temperaturas estivales con el consiguiente uso de aire acondicionado. El calentamiento global se había convertido en uno de los mayores problemas para la Humanidad, desde principios del siglo XXI se había intentado concienciar a los gobiernos de los principales emisores de CO2 desde la plataforma respetable de la ONU hasta las voces sabías de investigadores ecologistas de renombre mundial. Pero el mundo había seguido haciendo caso omiso en una imparable carrera hacía su autodestrucción.
“La adicción es algo terrible. Nos consume y controla, nos hace negar verdades importantes y nos ciega sobre las consecuencias de nuestras acciones” aseguró el presidente de la ONU Ban Ki-Moon en su presidencia de la primera década del siglo.
Un terremoto es el movimiento brusco de la Tierra (con mayúsculas, ya que nos referimos al planeta), causado por la brusca liberación de energía acumulada durante un largo tiempo. La corteza de la Tierra está conformada por una docena de placas de aproximadamente 70 km de grosor, cada una con diferentes características físicas y químicas. Estas placas ("tectónicas") se están acomodando en un proceso que lleva millones de años y han ido dando la forma que hoy conocemos a la superficie de nuestro planeta, originando los continentes y los relieves geográficos en un proceso que está lejos de completarse. Habitualmente estos movimientos son lentos e imperceptibles, pero en algunos casos estas placas chocan entre sí como gigantescos témpanos de tierra sobre un océano de magma presente en las profundidades de la Tierra, impidiendo su desplazamiento. Entonces una placa comienza a desplazarse sobre o bajo la otra originando lentos cambios en la topografía. Pero si el desplazamiento es dificultado comienza a acumularse una energía de tensión que en algún momento se liberará y una de las placas se moverá bruscamente contra la otra rompiéndola y liberándose entonces una cantidad variable de energía que origina el Terremoto.
Las zonas en que las placas ejercen esta fuerza entre ellas se denominan fallas y son, desde luego, los puntos en que con más probabilidad se originen fenómenos sísmicos. Sólo el 10% de los terremotos ocurren alejados de los límites de estas placas. La actividad subterránea originada por un volcán en proceso de erupción puede originar un fenómeno similar. En general se asocia el término terremoto con los movimientos sísmicos de dimensión considerable, aunque rigurosamente su etimología significa "movimiento de la Tierra".
Toda esta ciencia pertenecía al lado natural de la evolución científica. Pero el hombre en su propio avance tecnológico había dado sus pasos para equipararse a los antiguos dioses. Desde principios del siglo XXI, habían saltado las alarmas por la existencia de programas secretos cuya fuerza real era desconocida para la inmensa mayoría de la población mundial. Tal era el proyecto HAARP que desarrollaban los militares norteamericanos. Quizás a algunos no les suenen estas siglas, pero pertenecen a un misterioso proyecto de la Fuerza Aérea norteamericana cuyas siglas HAARP, High Frequency Advanced Auroral Research Project. Traducido al español sería, Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia. En unas instalaciones militares situadas en Gakona, Alaska, se está desarrollando un misterioso proyecto el cual consiste en 180 antenas que funcionando en conjunto será como una sola antena que emitirá 1 GW =1.000.000.000 W, es decir un billón de ondas de radio de alta frecuencia las cuales penetran en la atmósfera inferior e interactúan con la corriente de los elecrojets aureales.
En este sentido el proyecto HAARP es uno de tantos que lleva a cabo la Marina y la Fuerza Aérea de EEUU. Otros proyectos militares implicaban o han implicado el estudio de la ionosfera, la alta atmósfera y el uso de satélites espaciales con fines más o menos singulares, vendiéndose su utilización con fines, principalmente, no bélicos. Por lo tanto, HAARP es uno más de estos proyectos militares llevados a cabo por la Defensa americana. Volvamos a lo que conocemos de este proyecto. Los pulsos emitidos artificialmente estimulan a la ionosfera creando ondas que pueden recorrer grandes distancias a través de la atmósfera inferior y penetran dentro de la tierra para encontrar depósitos de mísiles, túneles subterráneos, o comunicarse con submarinos sumergidos, entre muchas otras aplicaciones. ¿Qué es el Electrojet?. Hay una electricidad flotando sobre la Tierra llamada electrojet aureal, al depositar energía en ella se cambia el medio, cambiando la corriente y generando ondas LF (Low Frecuency) y VLF (Very Low Frecuency). HAARP tiene la intención de acercar el electrojet a la Tierra con el objetivo de aprovecharlo en una gran estación generadora.HAARP enviará haces de radiofrecuencia dentro de la ionosfera, los electrojet afectan al clima global, algunas veces durante una tormenta eléctrica llegan a tocar la Tierra, afectando a las comunicaciones por cables telefónicos y eléctricos, la interrupción de suministros eléctricos e incluso alteraciones en el estado del ser humano. El HAARP actuaría como un gran calentador ionosférico, el más potente del mundo. En este sentido podría tratarse de la más sofisticada arma geofísica construida por el hombre. ¿Un proyecto con intención de manipular el mundo? Hasta aquí hemos descrito la parte "oficial" de la cuestión, pero ¿por qué hay quien cree que detrás de HAARP se oculta algo más?, ¿extraños experimentos de modificación del clima y de producir incluso terremotos? Ciertamente algo de base científica asoma en todo este asunto, HAARP con sus cientos de millones de vatios de potencia y antenas se puede considerar como un verdadero "calefactor" de la alta atmósfera, provocando una tremenda ionización que puede acarrear consecuencias imprevisibles, y que gracias a su efecto "espejo" podría dirigir sus efectos hacia cualquier zona del planeta.
Estaríamos hablando de un nuevo tipo de arma, capaz de intensificar tormentas, prolongar sequías, sobre territorio de un supuesto enemigo, y perjudicándolo sin que este se diera cuenta sin más... ¿ficción ?El proyecto es tan controvertido como peligroso. Sus defensores aducen un sinfín de ventajas de carácter científico, geofísico y militar, pero sus detractores están convencidos de que podrían tener consecuencias catastróficas para nuestro planeta, desde arriesgadas modificaciones en la ionosfera, hasta la manipulación de la mente humana.El científico Nick Begich junto a la periodista Jeanne Manning realizaron una profunda investigación sobre el tema fruto del cual vio la luz el libro "Angels don't play this harp" (Los ángeles no tocan esta arpa),en el que ambos autores plantean inquietantes hipótesis, una de ellas es que de ponerse en marcha dicho proyecto podría tener peores consecuencias que las pruebas nucleares. De acuerdo con la Dra. Rosalie Bertell, HAARP forma parte de un sistema integrado de armamentos, que tiene consecuencias ecológicas potencialmente devastadoras."Se relaciona con cincuenta años de programas intensos y creciente mente destructivos para comprender y controlar la atmósfera superior. Sería precipitado no asociar HAARP con la construcción del laboratorio espacial que está siendo planeado separadamente por los Estados Unidos. HAARP es parte integral de una larga historia de investigación y desarrollo espacial de naturaleza militar deliberada. Las implicaciones militares de la combinación de estos proyectos son alarmantes... La capacidad de la combinación HAARP/Spacelab/cohete espacial de producir cantidades muy grandes de energía, comparable a una bomba atómica, en cualquier parte de la tierra por medio de haces de láser y partículas, es aterradora. El proyecto será probablemente "vendido" al público como un escudo espacial contra la entrada de armas al territorio nacional o, para los más ingenuos, como un sistema para reparar la capa de ozono". Fuera de la manipulación climática, HAARP tiene una serie de otros usos relacionados: "HAARP podría contribuir a cambiar el clima bombardeando intensivamente la atmósfera con rayos de alta frecuencia. Convirtiendo las ondas de baja frecuencia en alta intensidad podría también afectar a los cerebros humanos, y no se puede excluir que tenga efectos tectónicos". Así pretenden manipular el clima. Por si fuera poco, a la posible manipulación de las mentes humanas y las modificaciones en la ionosfera habría que sumar nuevos efectos negativos. El propio creador del calentador ionosférico del proyecto HAARP, Bernard Eastlund, asegura que su invento podría, también, controlar el clima. Una afirmación que ha llevado a Begich a concluir que si el HAARP operase al cien por cien podría crear anomalías climatológicas sobre ambos hemisferios terrestres, siguiendo la teoría de la resonancia tan empleada por el genial Nikola Tesla en sus inventos.
Un cambio climatológico en un hemisferio desencadenaría otro cambio en el otro hemisferio. Una posibilidad que no se debe descartar, sobre todo a tenor de las opiniones de científicos de le Universidad de Stanford, que aseguran que el clima mundial podría ser controlado mediante la transmisión de señales de radio relativamente pequeñas, a los cinturones de Van Allen. Por resonancia, pequeñas señales activadoras pueden controlar energías enormes. Esquema de la utilización de la ionosfera como parte re emisora de rayos energéticos emitidos desde tierra. La evidencia científica reciente sugiere que el HAARP está en funcionamiento y que tiene la capacidad potencial de desencadenar inundaciones, sequías, huracanes y terremotos. Desde un punto de vista militar, HAARP es un arma de destrucción masiva. Potencialmente, constituye un instrumento de conquista capaz de desestabilizar selectivamente los sistemas agrícolas y ecológicos de regiones enteras. ¿Cómo se alteraría el clima con este proyecto? Se ha sugerid en diversos trabajos científicos que los vientos de la alta altmósfera ( sobre los 50 km de altura) juegan un papel importante en el chorro, que a su vez controla las estructuras de tiempo en superficie. Otros autores han estudiado el “auroreal electrojet”, y han encontrado que existe una relación muy estrecha con los vientos a 80 km de altura. Por lo tanto los sistemas electrojet – vientos troposféricos están, aparentemente, correlacionados. Uno de los objetivos del HAARP es modular las corrientes del electrojet y así afectar a la intensidad y dirección de os vientos zonales y del chorro. Por otra parte, el poder “calentar” ciertas zonas hostiles del globo podría generar las condiciones meteorológicas para producir sequías. Deberemos estar pendientes de este proyecto enigmático. Se prevé que en Groenlandia y Noruega se instalen o se hayan instalado nuevas antenas dentro del proyecto HAARP.
Desde luego, había un declarado temor a que experimentos de las grandes superpotencias llevaran al planeta a su parcial destrucción. Nadie podía saber que se ocultaba en las bases secretas militares y en los laboratorios bajo tierra, los cambios climatices, las inusuales subidas de temperatura, eran explicadas de forma creíble, aunque hubiera grandes lagunas de credibilidad. Fenómenos paranormales llenaban de estupor a los avezados observadores mediáticos, luces extrañas en el cielo después de terremotos en Sudamérica, mares pacíficos que se convertían en monstruos destructores en cuestión de minutos. Cualquier curioso, con la herramienta de internet, podía encontrar todo tipo de información explicadora, pero por otro lado, el común de los buscadores de respuestas, era recio a creer a pies juntillas a los gobiernos, mucho menos al norteamericano.
Los movimientos de la Tierra eran más que constantes. Se sucedían sobre la faz del planeta, provocando miles de muertos, llevando el dolor y el desamparo a numerosos lugares geográficos. Pero un terremoto como el previsto por Poudwer, sería el Armagedón profetizado por los líderes religiosos de todas las tendencias de culto.
El sueño del cometa, sueño que se repetía en las noches de Diego apareciendo aproximadamente cada año por la primavera, era achacado por su sufridor a los innumerables trips lisérgicos de su época psicodélica. Era un sueño de fuerte contenido colorista, colores espesos, líquidos, con la consistencia de esos salvapantallas digitales que simulan un acuario tropical en la pantalla de un ordenador. No llegaba al término de pesadilla, pues su protagonista invariablemente permanecía indiferente a los terribles hechos que admiraba con inusitada claridad.
Diego, en lo alto de una montaña, contemplaba como la tierra se abría violentamente quebrándose en profundas fallas que se tragaban los pueblos, las ciudades, los bosques. Todo era engullido por las bocas hambrientas que se abrían en la superficie del planeta. Este aniquilamiento de la superficie era acompañado por el lamento al unisonó de la Humanidad que se veía arrastrada al interior de la tierra. El griterío infernal del coro humano que sucumbía, no llegaba a afectar a Diego impasible, incólume, espectador de mármol de la tragedia. Vestido con ropajes amplios de pura luz, contemplaba como a los terremotos se sucedían tornados de varias y vibrantes cabezas, vientos huracanados que escuchaba gemir sin afectarle lo más mínimo. Tormentas jamás vistas por los ojos del hombre, ocupaban la bóveda celeste llenándola de rayos enormes que latigueaban sin cesar. Al poco, la destrucción era completa, sucediéndose la vorágine exterminadora por un cielo azul límpido, lleno de refulgentes estrellas, apagándose los lamentos para escuchar una sinfonía de próximo amanecer. De repente, súbito, aparecía un cometa de blanca cola centelleante que surcaba el azul cielo a una velocidad de cámara lenta. A su paso, miles de bengalas surgían de las abiertas fallas surcando el espacio hasta chocar con el ígneo cuerpo del cometa integrándose en su masa de lava ardiente, aumentando su gran tamaño. Cuando pasaba este fenómeno estelar, el silencio del tímido amanecer era total. Diego, en la cima, veía las fallas cerrarse, una vez cumplido su papel devastador. Al escuchar el primer sonido, tras el Apocalipsis, giraba su cabeza para ver entre las ramas de los pinos, acercarse a su familia. Serenos, como si no hubieran sido testigos de la aniquilación, venían sonrientes a su encuentro. Cuando todos se fundían en un abrazo, despertaba de su sueño, más que sueño, profecía.
Antonio Calderón acompañado por uno de sus hijos, pasó a buscarlo para tomar medidas. Subieron a la Cueva del Gato en el todoterreno de Antonio, un pick-up último modelo bien surtido de herramientas de medición laser. Distribuyeron dos plataformas en el interior de la bóveda de la cueva, una para bailar la otra para instalar mesas y sillas a la altura de la boca abierta superior. Nervioso, provisto de su energía férrea, Antonio rememoraba las juergas de su juventud, sin inmutarse ante la presencia de su hijo. Luego vino la entrega al trabajo, la dureza sin horarios de levantar una empresa desde la nada, la recompensa de ver crecer a sus tres hijos sanos y fuerte, sabiendo que les esperaban los estudios, si es que optaban por estudiar; y si no, una profesión en la empresa familiar. Estaba orgulloso de los resultados, olvidando las noches sin dormir, las batallas con los bancos, los impagados morosos sobre la mesa. Cuando vivía de alquiler sobre la discoteca Decibelios, todo el mundo le preguntaba porque ahora que iba subiendo su trabajo de nivel, no se compraba una casa o un piso. Antonio, tranquilo, respondía:
_”Cuando tenga casa propia. Será con piscina.”
Y no paró hasta conseguirla. Sin entrar en detalles personales, su lucha fue siempre de cara al pueblo. Demostrar su capacidad de trabajo, su valentía para insuflar aires renovados a su empresa, su entrega a su familia. Hoy, con sus objetivos conseguidos, a pesar del varapalo sufrido en las consecutivas crisis superadas, podía andar por las calles con la cabeza muy alta, orgulloso de sí mismo y de sus hijos, fieles seguidores de su espíritu luchador.
Todo quedo planificado. Quedaban diez días, la interesada no recordaba la promesa de su abuelo a los catorce años, y vivía su vida próxima a la mayoría de edad como siempre, o sea, sin respetar ninguna regla. Ahmad su paciente novio musulmán no practicante, había sufrido en silencio los problemas que le acarreaba la relación. Primero con su padre Abdul. Hijo de emigrantes argelinos, tuvo que crecer en una época dura de claro rechazo racista. La crisis económica de la primera década del siglo XXI campaba por sus dominios globales. La tasa de paro desbordaba todas las previsiones, provocando un fuerte rechazo social hacia los emigrantes. Abdul, trabajador de la construcción se vio afectado por la crisis, pero como había sido un trabajador a tiempo completo, con incontables sábados y domingos de duro trabajo por su cuenta, contaba con unos buenos ahorros. Puso un locutorio en el barrio árabe del pueblo, negocio que ocupo su tiempo, dándole por otro lado remuneración económica suficiente para sacar adelante a la familia, y poder dar estudios a su hijo mayor, Ahmed. Aplicado en sus estudios, pacifico, no fumador ni bebedor, saco siempre buenas notas, pudiendo acceder a becas estatales para hijos de inmigrantes. Eligio electrónica de computarización, primero estudio microelectrónica y luego se especializo en computadoras informáticas. Francés y Ahmed se habían conocido en le instituto. Ahmed tenía su corte de admiradoras y Francés el suyo. Atractivos, inteligentes, pronto sus miradas se cruzaron en plena pubertad. Francés criada en libertad en un ambiente idílico creado para la diferencia, no tenía perjuicios raciales, lo que no dejaba de tener era una rebeldía intrínseca y una personalidad caprichosa, fruto de ser la niñita de su abuelo. Con altibajos mantenían una relación intermitente, se querían, por supuesto, pero siendo tan jóvenes vivían sus diferencias por su lado. Cuando Ahmed termino sus estudios a los dieciocho años, había hecho dos cursos a la vez, dada su pericia y capacidad de estudio, Francés le habló a su abuelo del joven técnico informático. Diego supo ver en los iluminados ojos de su nieta una amor que brillaba con firmeza, así que entrevisto a Admeh dándole el trabajo al momento, satisfecho por sus conocimientos, sus promesas de constante trabajo, y porque pensó que a su nieta rebelde podría amansarla un paciente árabe enamorado. Ahmed, profesional en su trabajo, dedicaba diez horas diarias de lunes a viernes a la sala de pantallas de plasma conectadas a Internet turbospeed, así como a todo el sistema informático de la dehesa, que era de por si, muy complejo. Francés era su sombra durante sus vacaciones, y los fines de semana que Admeh trabajaba acuciado por averías y nuevas configuraciones de programas. Hacían muy buena pareja, se llevaban bien a pesar de sus diferentes caracteres y, a la vista de las familias, todo andaba a las mil maravillas. Francés había terminado su primer curso universitario en Zaragoza con buena nota, una media de notable. Estudiaba ciencias medioambientales, su abuelo le había comprado la potente moto adelantándose a su cumpleaños, y en el mes de agosto se iba a trasladar a la selva de Mato Grosso para una expedición medioambiental.
Todo estaba preparado para el 17 de junio, sábado, el cumpleaños de Francés. Iluminación, sonido, bebida, comida todo estaba esperando a la noche mágica. En secreto Diego, Alfonso, Antonio, los hijos de Antonio, Tom, Admeh, habían subido a comprobar que todo funcionaba. Cuando prendió el generador diesel, todos se quedaron asombrados y petrificados en el sitio. La iluminación psicodélica en sistema de Leds RGB en tiras flexibles e impermeables todo ello controlado por una mesa DMX conectada a un ordenador portátil en un programa de regulación y efectos combinados con el ecualizador digital sonoro, era sorprendente. Cuando Tom encendió el potente equipo de música, puso “Layla” de Eric Clapton, todos subieron a la amplia plataforma de madera poniéndose a mover el cuerpo, no a bailar, dada su provecta edad, pero si a contonearse como viejos roqueros que eran. Tom, Admeh, los hijos de Antonio, cerveza en mano, no podían dejar de admirar a aquellos supervivientes que bailaban sonrientes con una guitarra invisible en sus viejas manos. Habían pasado décadas desde que habían escuchado esa canción por primera vez. Alfonso y Diego, en el sótano del chalet de Diego, un tórrido verano de 1.977. Antonio en el “Clapton” cuando abrió sus puertas de la mano del fallecido Mario. Del tocadiscos “Belter” sonido mono, al equipo digital actual, había una larga y complicada carrera tecnológica. Las tres ancianas figuras bajo los potentes focos de color, proyectaban sombras de décadas de lucha, tesón, constancia, esperanza, toda una vida de deseos cumplidos. Solo querían que mañana, sus familias, sus colaboradores y amigos disfrutaran de una fiesta que sería grabada por un equipo profesional para ser recordada como única y especial. Francés, sin saberlo, iba a ser el elemento nucleico de un festejo que pasaría a la pequeña historia de sus vidas.
El día amaneció silencioso, claro, sin una nube, uno de esos días de junio que se extienden sobre los contornos de las cosas amablemente. Diego desayuno con Ainhoa, comentando lo maravillosa que iba a ser la fiesta de la noche. Admeh iba a llevar a Francés a Zaragoza a comprarle su regalo, entreteniéndola hasta la noche. Le habían comentado que no habría comida de celebración, sino cena y baile en la disco del Centro, para despistar su aguda observación. Diego subió a su atalaya de halcón. La claridad diáfana hacia posible ver a lo lejos todo un paisaje conocido, el paisaje de su vida. Las miles de placas solares formaban un mar de espejo que despertaba a los primeros rayos de un tímido sol. Los castaños de Indias, a sus veinte años, guardianes celosos del camino rojizo, se elevaban hermosos con sus arracimadas flores blancas. La Dehesa Nueva sin movimiento humano alguno, dormida, parecía una extraña provincia mimada, diferente a sus vecinas tierras. Dentro de unas horas la actividad sería tranquila pero imparable. El buffet del desayuno, la practica del tai chi en la explanada central de los jardines principales, el monoraíl llevando a sus pasajeros al complejo deportivo, el campo de golf, las pistas de descenso. El microbús bajando a la estación del Ave. Ainhoa en su todo terreno color arena bajando a hacer sus compras. Encendió el pequeño portátil, busco su emisora de country, se tranquilizo con las voces femeninas del lejano oeste americano. Su sensación de armonía era tal, que la sangre circulaba por sus viejas venas, como la savia por el interior de los árboles. Satisfecho, cerró los ojos al primer calor del día.
Todo se desarrollo como estaba previsto y ensayado de antemano. Francés paso un estupendo día con Admeh en la capital del estado aragonés. Ainhoa con una ayudante de cocina, preparo veinte kilos de costillas de ternasco Hnos. Remiro, para ser asadas en una barbacoa independiente a la de burger, hot dogs, choricitos criollos, chistorrica navarra, longaniza del pueblo, panceta. Se preparó un gran bol de sangría fresquita con gajos de melocotón, plátano, naranja que refrescaría los gaznates del trasiego de la ardiente carne. Tom programo un popurrí de canciones en el portátil, desde la música con que haría entrada la protagonista de la noche hasta canciones para todos los gustos. Cayó la tarde, salieron los primeros luceros en el límpido cielo, y con un vaso de sangría en la mano, Diego y Ainhoa, esperaban que Admeh condujera a Francés a la cueva.
Los invitados llegaban en sus coches, que dejaban abajo en la explanada para subir el caminito hasta la cueva iluminado con antorchas. Alfonso, Brenda, Tom, Emmylou, Sandy, ocupaban una mesa a la espera de que las primeras costillas sisearan su canto de amor en las parrillas. Antonio, su mujer, sus hijos ocupaban otra mesa. Unax estaba muy bien acompañado por una hermosa clienta del Centro. Hank y Borja, se encontraban sentados en una roca disfrutando de la maravillosa paz vespertina.
Compañeros de estudios, amigos del pueblo, todos llegaban ilusionados pues sabían que la fiesta iba a ser única y espectacular. Cuando Francés llegó con Admeh, todo lo imaginado se quedo corto en su calenturienta mente. Bajo del coche, Admeh le dio el brazo iniciando la subida por el camino iluminado por las numerosas y potentes antorchas. Al llegar a la entrada, su abuelo salió a su encuentro con un gran ramo de rosas blancas, le pidió su brazo a Admeh, le dio dos besos y la encamino al interior de la cueva por una pasarela de tablas. Los asistentes a la fiesta irrumpieron en sonoros aplausos, los acordes de “Happy Bhirthday” sonaron acompañados por un coro de felices voces. Francés del brazo de su abuelo no pudo evitar emocionarse, lagrimas de felicidad corrían por sus mejillas cuando en el centro de la plataforma a los acordes de un vals, su abuelo la invito con respetuoso gesto a bailar. Todos los presentes contemplaron la evolución del baile, Tom desde la mesa de control descargo una lluvia de estrellas digitales sobre la pareja, todos aplaudieron cuando Diego le indico a Admeh que se acercara y le cedió la mano de su nieta. Terminado el vals, sonó música actual que fue bailada con frenesí por todos los jóvenes presentes, saliendo los mayores al exterior para disfrutar de la comida y la buena noche que hacia debajo de un cielo tachonado de estrellas. La gente comía la carne asada con alegría, los camareros del catering no dejaban de descorchar vino de la Cooperativa San Pedro de Arbués, un suave clarete que con el tiempo había ganado renombre nacional. Las costillas de ternasco, denominación de origen Hnos. Remiro desaparecieron en un santiamén, su alta calidad era comentada por todos los presentes. Ainhoa, andaba revisando que todo estuviera perfecto, las mesas llenas de bandejas rebosantes de ensalada, hamburguesas, hot dogs, así como salsa barbacoa, kétchup, mostaza, panecillos. Diego, le cogió del brazo llevándola a bailar, antes hizo un gesto a Tom, para que pusiera una música más acorde con sus gustos. Francés en el centro de la pista bailaba alegre sabiéndose la reina del baile. Todos los mayores acogieron con agrado el cambio de música, menos los más jóvenes que salieron al exterior. Diego bailaba con Ainhoa una de sus canciones preferidas, “Lady Jane” de The Rolling Stones, Alfonso, a su lado, sonreía estrechando en sus brazos a una Brenda que a sus setenta años lucia una maravillosa figura. La cámara que había colocado Tom en lo alto de la gruta, grababa las caras de felicidad para la posterioridad, todo era risas, bromas, la edad estaba ausente en estos viejos y triunfadores roqueros civilizados. Cuando cansado por todo un día de derroche de energía, Diego arrastró a Ainhoa a una mesa de la plataforma elevada junto al ventanal natural, notó un leve movimiento del suelo que achaco a su cansancio. Tomaron asiento y a Diego se le perdió la vista en la abertura rocosa al cielo abierto. Se extraño de no ver las estrellas pues la predicción meteorológica no avanzaba lluvias. Volvió la cabeza para saludar a un atento camarero que depositó una botella de cava de Ainzón, ambarino placer sumergido en una cubitera rebosante de hielo. Mas se regocijó cuando comprendió que Alfonso estaba detrás de la elección y petición de tan necesario refrigerio. Se disponía junto a Brenda a sentarse con ellos, cuando un estremecimiento de la tierra hizo tambalear a todos los presentes. Algunos cayeron al suelo de madera, otros consiguieron aferrarse a los pasamanos, pero era latente que había habido un ligero temblor de tierra. Nada fuera de lo común en los últimos tiempos. Se estabilizaron y volvieron a bailar. Diego miro por el ventanal, sorprendiéndose por una consecución de rayos potentes que le hicieron entrecerrar los atónitos ojos. El estruendo de los consiguientes truenos se hizo notar a pesar del alto volumen de la música. De repente una vibración sonora hizo estremecer de terror a todos los presentes, como si la madre Tierra se hubiera rebelado contra la intromisión musical en su cobijo de fuerte estructura rocosa. Los potentes bafles cayeron de sus anclajes, no lastimando a nadie pues habían sido puestos en lugares estratégicos para que en caso de caída no cayeran sobre ninguna cabeza. El movimiento se hizo mayor, obligando a todos a cogerse de las manos sobrecogidos por el creciente espanto. El cielo se iluminaba en una explosión luminotécnica, rayos de innumerables esqueléticos brazos se sucedían junto a centellas que volaban en ziz zag como espíritus de brujas enloquecidas. Un tremendo eco sonoro apago las antorchas y rompió las telas de los altavoces, sumiendo a la cueva en un silencio de música, pero en un furibundo escenario de atronadores fenómenos climatológicos. Un viento huracanado entró por la boca de la cueva arrastrando al suelo a todos los que se mantenían en pie. Atravesó la bóveda para salir por el ventanal, derribando mesas y sillas. Diego, sobre la tarima, protegía con su cuerpo a Ainhoa que temblaba como un cervatillo asustado. Sus ojos se encontraron con los de Alfonso, que alucinado contemplaba los fenómenos que se sucedían, protegiendo a Brenda con su cuerpo. Todo dejo de temblar, se normalizo el viento, las luces volvieron, pues había unas seis baterías de gran acumulación junto al generador que se bastaban para surtir energía. Las caras que se alzaban del suelo eran espeluznantes, el huracanado viento había introducido un fuerte olor a tierra junto con un nauseabundo olor a gas putrefacto que invadía los olfatos sin explicación aparente. Poco a poco fueron incorporándose, sacudiendo sus ropas de fiesta. Un calor húmedo y exacerbado invadía sus cuerpos sudorosos, obligándoles a despojarse de la ropa superflua. Diego se tranquilizo al ver a Francés reincorporarse del suelo ayudada por Admeh. Se preguntaban si no habría un segundo terremoto, pues ya no tenían dudas de que había sido algo más que un vulgar corrimiento de tierras, cuando un camarero del servicio de catering entro por la rampa de madera sangrando por un brazo que parecía desmembrado y casi arrancado de cuajo. A grandes gritos, les llamaba hacia la entrada:
_ Vengan, por el amor de Dios. Vengan, vengan fuera.
Cuando se agolparon en la entrada el espectáculo a sus pies era desolador. Múltiples incendios iluminaban el escenario de su anonadada visión. El Centro Dehesa Nueva ardía en múltiples focos, así como el pueblo de Épila era un enorme fuego que se elevaba hacia el cielo. Otros focos de llamas se ubicaban en el paisaje correspondiendo a los otros pueblos: Salillas, Lucena, Calatorao, Lumpiaque. Al fondo, cerrando el horizonte, una luminaria inmensa ascendía con la tonalidad naranja del fuego hacia el cielo, Zaragoza, era pasto de las llamas. Todo lo que era núcleo de vida humana ardía devastadoramente. Cuando quisieron precisar la vista a su alrededor observaron que grandes fallas se habían abierto a su alrededor. A la luz de una impávida Luna, observaron que todos los coches se hallaban amontonados dentro de una abertura en la tierra que serpenteaba hasta perderse en la lejanía, formando parte de un ramal de otras fallas que se extendían por toda la superficie. Diego se sobrecogió, abriéndose paso avanzo entre la gente, hasta dar unos pasos fuera de la boca de entrada. Sus temores se vieron confirmados, las mesas de madera habían desaparecido a si como las cámaras de bebidas, las barbacoas, en su lugar grandes rocas desprendidas de la montaña. No tardo en comprender que los asistentes a la fiesta que estaban afuera habían perecido bajo el talud de rocas. Pensó en Hank, en su odio a la música estridente, y comprendió al instante, que había sido borrado, sepultado por las grandes rocas que se amontonaban en las estriberas de la montaña. Reunió a un grupo de fuertes muchachos para inspeccionar el terreno. Fueron encendiendo antorchas que habían sobrado, guardadas en una caja a la entrada. El espectáculo a la luz titilante de las antorchas era dantesco e inhumano. Cuerpos desmembrados, guiñapos retorcidos, estrellados con la fuerza de un ciclón contra las rocas. Brazos, piernas sin vida se alumbraban bajo las grandes rocas. Los primeros gritos de horror surgieron de las trémulas gargantas femeninas. Las lágrimas recorrían los rostros de los enmudecidos hombres. Ainhoa dio un grito salvaje y se inclino sobre unas piernas que surgían de debajo de una gran roca: piernas enfundadas en rojo vivo, los jeans de fiesta de su nieto Hank. Ona acudió junto a su madre que intentaba sacar el cuerpo de bajo de la inmensa roca, cuando se inclino a su lado comprendió su desesperación. Su hijo estaba aplastado bajo la gran piedra. Se abrazo a su madre, uniéndose al llanto general a su alrededor. Los hombres capitaneados por Diego y Alfonso, buscaban algo desesperadamente que les sirviera de palanca para mover las rocas. No había gritos de heridos, por lo que suponían que nadie del exterior había sobrevivido al alud de rocas y al ciclón de viento que había incluso dispersado coches por los alrededores. Sentados en el suelo, con la cabeza entre las manos, llorando, abrazándose, fueron lentamente inundados por un claro amanecer que levantando el telón de la realidad los sumergió en las sombras del espanto para el resto de sus vidas.
Diego junto a Alfonso, recapitularon sobre lo ocurrido. Una sucesión de fenómenos extremadamente virulentos, había cambiado la apacible fisonomía del terreno. Fallas de profundidad considerable nacían al pie de las montañas extendiéndose y ramificándose por todo el valle llano. Todo núcleo urbano había sido sacudido, hundido, produciéndose incendios al estallar los conductos de gas ciudad. La posibilidad de encontrar supervivientes era escasa, dada la hora de la madrugada, en que todas las personas de cierta edad estarían durmiendo bajo sus techos, que se habrían derrumbado sobre ellos, aplastándolos. Por otro lado, la gente joven se encontraría en los locales de copas y discotecas, siendo igualmente sepultados. Solo ellos, gracias a la consistencia rocosa de la cueva habían salido indemnes de la agresión al género humano. Como si la cueva, útero de la madre tierra, les hubiera dado una segunda vida.
Diego conectó unos auriculares a su teléfono móvil, buscando alguna emisora de radio que emitiera noticias sobre el terremoto. Buscando presintonías, su rostro intrigado delataba toda falta de esperanza, todas ellas emitían el zumbido de fuera de servicio. Como si fuera un acto reflejo, todos los presentes empezaron a llamar a familiares o amigos con sus unicelulares. Las caras estupefactas se miraban unas a otras interrogantes. Nada. Ninguna señal de comunicación, falta de red y cobertura, los teléfonos estaban mudos e inoperantes.
En primer lugar se convoco una reunión de urgencia. El penoso trabajo de sacar los cuerpos bajo las grandes rocas y la masa de tierra desprendida requería el uso de maquinaria pesada, por lo que se hacía necesario bajar hasta el Centro y tratar de rescatar o encontrar operante algún tractor con pala y remolque. Descendieron sudorosos, el calor de los primeros rayos de sol era demasiado potente para tan temprana hora, añadiendo a la desgracia una sensación de andar entre vapor calenturiento. Al llegar al improvisado aparcamiento, comprobaron como todos los vehículos se encontraban en el fondo de una falla de más de cinco metros de profundidad por veinte de anchura. El potente todo terreno de Diego se encontraba encima de una masa de chatarra compuesta por unos veinte vehículos. Arrugados, como estrujados por manos ciclópeas infantiles presentaban el aspecto de su inutilidad a los ojos ansiosos de sus dueños. Sin posibilidad alguna de recuperar alguno de aquellos hasta ahora potentes vehículos, comenzaron a caminar campo a través en dirección al Centro. Diego encabezaba la marcha abrazando a una Ainhoa deshecha por la perdida
Comentarios