TRIBUNAL DEL REMORDIMIENTO

Se forma el tribunal del remordimiento y la agonía del despertar después de una larga farra. Las caras bailan, las palabras como puñales sobre la piel. A quién ofendí, a quién maldije, de quién me burle y reí. Salgo a la calle tras dormir un día entero, dos sin dormir, uno durmiendo. Como decía Castaneda, sabio maestro, después de una intoxicación liberadora del atorado cerebro, nada mejor que un ayuno de veinticuatro horas. Cumplido el precepto, salgo a comprar un chuletón de buey, una botella de vino, y mucho helado de limón. La roja carne con el pimiento rojo asado a la brasa de cepa seca, penetra en el organismo, como echar una lata de gasolina a un coche tirado en el arcén. El vino abrasa al bajar, las hierbas ibicencas y el whisky dejaron los conductos raspados, pero sientes su calor en el cerebro. Una sinfonía marítima de calma chicha se instala en la testa, los remordimientos ceden, las culpas se retiran, y el helado de limón, cucharadita a cucharadita, viendo una película de los Coen, acaricia la gastritis hasta dormirla. Entra un amigo, chist, chist, ¡ Ya te vale! Sí. -Estuviste genial, para ser un ermitaño te desenvuelves bien. Menudo repaso a la divorciada librera. Si no fueras un salvaje sin remedio, te la ligarías. -Claro, vendería libros en vez de leerlos bajo la higuera. Prefiero seguir siendo un salvaje civilizado. -Vale, vale. Sigue con Fargo. La chica de la habitación alquilada entra por la puerta. La miras, sonríe, y se mete en su cuarto. Bueno, al menos no me pase en casa. A veces me pongo a hablar solo, contra el mundo y sus gentes. De anarquista me estoy pasando a nihilista. Y sigues viendo las carreteras nevadas, la estupidez humana de las personas vulgares y corrientes que sueñan con la libertad. Buena película, con esa embarazada Francés Mcdorman policía astuta y su pacifico marido. Terminas el helado, te vas a tu bar preferido, el camarero sonrie, la cocinera sonríe: a ver si va a ser verdad, que borracho soy muy cómico, y que pena que no recuerde nada. Solo la mirada del tribunal del remordimiento. -Llena los vidrios, Albert. - Como no, Tasio. Y las cervezas son alzadas y la gente dice: Salud, Tasio. -Aupa, Tasio. Todos saben que estás loco, que escribes poemas, novelas, que te gastas el sueldo en vivir a tu aire. Cae la noche, tras dos cervezas enfilas el camino a casa bajo una caricia de lluvia. A lo lejos se ven las luces de Ibiza, unos rayos difuminan el cielo. Antes de llegar al porche, los maullidos de Jeremias Jhonson: tres días sin ponerle pienso. Abres una lata de atún y se la pones. Es una noche especial, entras en casa, y las velas antimosquito iluminan los rincones, huele a incienso indio, la chica a puesto a Diana Navarro que suena como los ángeles. Abres una cerveza, te sientas, y piensas: que poco me falta para volver a fumar, que bueno sería un Camel para acompañar la cerveza. Y porque esperar. -Páseme el canuto, anda. Fumas, bebes, escuchas música, hasta a lo mejor escribes sobre esto en el blog. Y es lo que estoy haciendo.
Comentarios