El moncaino

El viento moncaino, que decía mi padre, mientras me encasquetaba un grueso gorro de lana. Hombre curtido en el pastoreo, aún lograba este cruel viento, hacerle sabañones en las orejas. Fuerte, cortante como navaja de afeitar, te helaba los pulmones y escarchaba las orejas. Pura salud, si no te mata, te hace más fuerte. Pascual Ripa, otro epilense que anda por estas islas, lo recuerda bien de cuando subía a las colmenas. Como para olvidarlo, sí casi echábamos de menos al buen cierzo purificador, eso sí, siempre que no fuera cierzo helador, pues ese, ese sí que te dejaba tieso. Puros vientos, tierras rojas como la sangre, blanca cabaña de mis sueños.
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